Después de colocar una fotografía en el pódium, María Martínez Zeferino, madre de Miguel Ángel Hernández Martínez, uno de los 43 estudiantes normalistas desaparecidos la noche y madrugada del 26 y 27 de septiembre de 2014 en Iguala, Gro., con voz firme se dirige al Presidente. No, no lleva hojas en sus manos; no, no lleva un discurso preparado; solo la fotografía con el rostro de su hijo. La exigencia, al igual que hace seis años, es la misma: la aparición con vida de sus hijos.
Firme y decidida, recuerda el compromiso que el mismo López Obrador hizo: “ayudarles a encontrar a sus muchachos”. Y es que ya son dos años de gobierno y seis años de la desaparición de sus hijos y los avances han sido mínimos.
Súplica, al Presidente, que apriete el paso, al mismo tiempo en que emite un doloroso “entiéndanos” porque, si por ellos fuera, “destruirían todo porque les quitaron a sus hijos”. Y luego sentencia: “usted como padre nos entiende; póngase un día en nuestro lugar, porque esto es lo que duele más, que le arrebaten a un hijo”.
Recuerda que el camino no ha sido sencillo; la lucha de los padres de familia de los 43, en la búsqueda de la verdad, desde luego, ha sido intensa. Nadie de ellos estaba preparado para esto, pero, por el amor a sus hijos, se han enseñado y por ello recuerda todo el camino, los gritos y la exigencia que durante seis años han venido realizando. Y es que, como padres y mexicanos, afirma categóricamente: “tenemos el derecho de tenerlos con nosotros”.
La súplica vuelve a su origen: “no nos defraude… que les apoye”; y asevera enérgicamente: “dicen que nuestros muchachos se los entregaron a la delincuencia; a nosotros no nos interesa eso, se los llevaron los policías, participaron militares; hubo videos; hubo fotografías; operaron en el C4; dónde están todas esas pruebas; dónde quedaron; y cuándo le van ‘a llegar’ a los militares”.
El sentimiento y la nostalgia aparecen, de nueva cuenta, en sus palabras: “para nosotros cada día que pasa nos desespera, llega día y noche y no sabemos nada; salimos y regresamos a la casa con las manos vacías”. Y el clamor es el mismo: “si no les gusta vernos en las calles, no les gusta que estemos bloqueando, entréguenos lo que queremos y con gusto nos retiramos”.
Con firmeza, pero con una mirada que refleja cierta impotencia y una voz que retumba en aquel espacio, afirma: “dicen que parecemos locos; tal vez sí, locos de dolor porque cargamos este dolor; dónde lo dejamos; qué hacemos con este dolor que lo cargamos acá; cómo podemos hacerle como padres”.
Segura de sí misma, advierte: “tápele la boca a esas personas que hablan mal de usted, y lo mismo de nosotros”. Y con cierto tono, que refleja un dejo se impotencia y coraje, señala: “si cargamos el coraje, al menos como madre lo hemos demostrado, hemos salido, no hemos descansado; pero quién de ustedes no haría lo mismo”.
Y cierra, con unas palabras lapidarias para un gobierno que, si bien es cierto no fue el causante de tan dolorosa tragedia, si lleva el peso inquebrantable de la búsqueda de la verdad en sus hombros: “aquí vea a estos padres, andan enfermos, vienen de sus comunidades, pero aquí están, porque tenemos una esperanza y grande; en nuestra casa nos falta un miembro; vemos la cama vacía, la mesa; no es posible, ya voy a comer y mi hijo, ¿ya comió?, ¿está enfermo?, ¿cómo está?; busquen señor, a nuestros hijos por ahí los tienen, y yo nunca voy a dejar de exigir, siempre voy a gritar: que los queremos vivos porque así se los llevaron, que nos lo regresen porque así como se los llevaron tienen que regresarlos; no tienen ningún derecho de disponer de vidas ajenas”.
Sí, la herida sigue siendo la misma. Después de seis años, nada ha cambiado.
“Vivos se los llevaron, vivos los queremos”.
Referencias:
- Informe a seis años de la desaparición de 43 normalistas de Ayotzinapa, desde Palacio Nacional.
Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=oKlrXzI6_sM