En estos días que no hay actividad escolar, la contienda por la educación parece tener un respiro, hasta los revolucionarios toman vacaciones. Por ello, es conveniente discutir asuntos que aun siendo parcelas importantes de la Reforma Educativa, no son parte del debate cotidiano. La autonomía de la gestión escolar, por ejemplo.
La autonomía de gestión de las escuelas fue una propuesta del Pacto por México que se reprodujo en la reforma a la Constitución: “Fortalecer la autonomía de gestión de las escuelas ante los órdenes de gobierno que corresponda con el objetivo de mejorar su infraestructura, comprar materiales educativos, resolver problemas de operación básicos y propiciar condiciones de participación para que alumnos, maestros y padres de familia, bajo el liderazgo del director, se involucren en la resolución de los retos que cada escuela enfrenta” (Transitorio V, III, a). Esta parece ser una importación de lo que recomienda la literatura internacional sobre la autonomía escolar y las reformas en educación. Pero con déficit.
En los análisis sobre reformas educativas exitosas en sociedades democráticas, dicen académicos de renombre como Val Rust, Jeremy Rappleye y Noel McGinn, que no importa si las reformas se iniciaron desde la cúspide del poder político, el crédito se debe a que los gobernantes depositaron la confianza en los maestros, sus saberes, vocación y modos de hacer tareas. Aunque esos autores no comparten enfoques teóricos, coinciden en señalar que buena parte del logro se debe a que los gobernantes y la burocracia entendieron que no hay que interferir con el trabajo de los maestros en el aula; por el contrario, otorgarles autonomía para realizar su obra. En contraste, las reformas fracasan, aunque partan de necesidades reales y premisas correctas, si los docentes desconfían de los dirigentes.
La versión progresista de ese concepto procura la autonomía de las escuelas con el fin lograr los objetivos de educación y hacer a los educadores responsables de los resultados. Ello permite a los dirigentes de los sistemas de educación impulsar una buena educación. Este tipo de autonomía fomenta comunidades de aprendizaje.
En cambio, el gobierno mexicano y los partidos que lo acompañaron en las enmiendas legales promueven un concepto de autonomía limitada. Al introducir la noción de gestión, la Reforma Educativa, en marcha en México, disminuye aquel propósito; se reduce a que los directores manejen con mayores grados de libertad los recursos de los planteles. Ya no es autonomía de los maestros para hacer su trabajo. Puede haber algo de ventaja en disminuir la regulación excesiva y la vigilancia que la Secretaría de Hacienda ejerce sobre las escuelas con una visión burocrática y de miras cortas. Pero eso no genera confianza en los maestros frente a grupo, sólo conduce a administrar mejor las cosas.
Entiendo que en las condiciones actuales no es fácil para los gobernantes confiar en los docentes que compraron o heredaron su plaza, aunque haya algunos que sean excelentes. Los maestros a su vez recelan de los cambios en las relaciones laborales y en el peso que la evaluación y la supervisión tienen para fiscalizar su tarea. Los gobernantes no se ganarán la buena voluntad de los maestros si aquéllos a su vez no creen en ellos.
En una perspectiva democrática, la autonomía escolar es un concepto de altas miras. Descansa en la confianza mutua entre autoridades, docentes y otros trabajadores de la educación. Asunto que no se alcanzará mientras subsistan relaciones patrimonialistas protegidas por un sindicalismo corrupto y una burocracia que no se atreve a romper con las ligas patrimonialistas del pasado.
Uno pudiera decir que en su salud lo hallarán, que la reforma fracasará por culpa de la burocracia y por tener gobernantes pusilánimes. Pero apostar al fracaso de la reforma es fortalecer lo existente, mantener el estado de cosas que nos condujeron a tener sistemas de educación básica y normal siempre a un paso del colapso.
Pienso que la reforma necesita mayores asideros de legitimidad, llegar a los maestros, impulsar una autonomía de las escuelas en los aspectos sustantivos, no nada más en los manejos de los recursos. Pero antes hay que limpiar de lastres a esos sistemas, desmantelar al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación —no nada más a la Coordinadora de Nacional de Trabajadores de la Educación— y promover sindicatos libres y democráticos ¡Aunque la burocracia no quiera!