Después del 1º de julio todo cambió. Uno de los más fieles aliados del peñismo, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), giró el timón como se esperaba. La reforma educativa que jamás se cansó de impulsar, dejó de ser bondadosa. La evaluación educativa, esa que tanto lastimó a los maestros y maestras de México por su carácter punitivo, ahora sí sería revisada. La capacitación y mejores salarios, simulados y/o fingidos a través del derroche de recursos de un ex Secretario de Educación, gris y parco como lo fue Nuño, ahora sí serían exigidos.
¿Acaso, tras un dejo de demencia, el SNTE olvidó todo lo que pasó el magisterio con la implementación de la mal llamada reforma educativa?, ¿acaso, tras un dejo de delirio, olvidó que el magisterio fue brutalmente golpeado por propios y extraños?, ¿acaso, tras un dejo de insensatez, olvidó que el magisterio fue obligado a punta de tolete y escudos, a realizar una evaluación que a todas luces atento contra los derechos laborales de los profesores?, ¿acaso, tras un dejo de estupidez, olvidó que Nuño y compañía no hicieron otra cosa más que denostar una de la profesiones más nobles de México?
Sí, después del 1º de julio todo cambió. Una reunión extraordinaria convocada por el líder máximo del SNTE (no de los maestros), donde se dieron cita los Secretarios Generales del país, fue el preámbulo del ocaso. Un ocaso que comienza a afianzarse entre sus huestes. Un ocaso que permanecerá por siempre.
Los medios de comunicación impresos y digitales; diversos profesores, y varios colegas de la pluma y letras, hicieron lo propio y dieron cuenta de tal hallazgo. No había más, el SNTE se había derrumbado a la voz de cientos de maestros que al unísono gritaron frenéticos: ¡Presidente!, ¡Presidente!, ¡Presidente!
Andrés Manuel López Obrador había ganado en las urnas y todo cambió. El escenario político que a partir de tal momento se vislumbraba, llevó a los integrantes de ese sindicato (más por obligación que por ganas), a fijar una postura en torno a lo que durante cinco años y medios habían impulsado sin cansancio.
La relación que mantenía esta organización sindical con el presidente Peña Nieto y con el actual Secretario de Educación, Otto Granados, se fracturó. No había que pensarla demasiado; había que recuperar la legitimidad y la credibilidad que en todos estos años se fue desgastando, consecuencia lógica de un pacto, mal habido, con el gobierno y, del cual, solo los recuerdos les llegan, así, sombríos, sin brillos.
¿Acaso, cuando Díaz de la Torre ocupó el lugar de la maestra Gordillo, olvidó toda la historia que le precedía a la organización sindical que, a partir de ese momento dirigiría?, ¿acaso se le olvidó lo que en aquel remoto 1943, el presidente de la República en turno, logró con el agrupamiento de los maestros a partir de la conformación de un solo sindicato?, ¿acaso se le olvidó, por alguna extraña razón, el motivo por el que llegó al puesto que no le fue concedido por la base sino por una cúpula política que de educación sabe lo que yo de astrofísica? En absoluto, Díaz de la Torre fue consciente de ello, y aun así, permitió la afectación de los derechos de miles de maestros.
¿Repensarse?, ¿refundarse?, ¿democratizarse? Son algunas de las preguntas que, después del 1º de julio, cientos de mentores han lanzado a los cuatro vientos, y hay razón en ello. Su sentir, en buena medida, se entiende, se comprende, se comparte. Y es que, en la historia del magisterio, no había existido tal agresión a esa profesión que, por más que se diga lo contrario, ha formado y formado a millones de mexicanos.
¿Acaso los maestros y maestras no merecen ser tratados con respeto?, ¿acaso su trabajo no es motivo de gratitud y reconocimiento?, ¿acaso, ante la serie de vejaciones que la autoridad educativa comete muy a menudo, no merecen ser escuchados, comprendidos, defendidos?
Ciertamente el SNTE, a través de la historia educativa de México, ha jugado un papel, a veces, protagónico. Su naturaleza política lo ha llevado a “negociar” ciertas posiciones y mejoras para los trabajadores al servicio del estado. No obstante, durante este sexenio, hay que decirlo, se equivocó y no ha sabido ni ha querido reconocerlo. Doble equivocación entonces.
¿La soberbia ronda el liderazgo de una dirigencia sin forma ni sentido? Sin duda y, con el riesgo de equivocarme, pienso, la humildad y aceptación de una decisión mal tomada en aquel lejano 2012, no pasará por la mente de quien dirige en estos momentos a un grupo minoritario de maestros.
Sí, aunque el SNTE se vista de seda… no habrá forma ni vestido a través de la cual, el peso de una miopía y una sordera desmedida, logre sacarlo del embrollo en el que está metido.
¿Repensarse?, ¿refundarse?, ¿democratizarse? Pienso, tienen mucho sentido; no obstante considero, la renuncia (obligada o voluntaria) de su dirigente nacional, puede ser el inicio de una posible salida del ocaso en que se encuentra metido.