A raíz de mi artículo sobre literatura y educación, varios lectores me preguntaron si había “pruebas” de que las distintas expresiones artísticas mejoraban la formación académica de los estudiantes. Que era muy fácil y “popular” andar diciendo que la poesía y la literatura “humanizan” cuando hay retos educativos “más importantes” como que las niñas, niños y jóvenes aprendan matemáticas, ciencias y a leer mejor.
En agradecimiento a las pertinentes observaciones de los lectores, trataré de responder aquí si realmente hay “pruebas” de que el arte mejora las habilidades cognitivas de los estudiantes. Para ello, me voy a basar en el magnífico informe ¿El arte por el arte? La influencia de la educación artística, cuyos autores son Ellen Winner, Thalia R. Goldstein y Stéphan Vincent-Lancrin y que fue publicado originalmente por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y que ahora, gracias al Instituto Politécnico Nacional (IPN), tenemos una versión en español.
El informe responde a la pregunta: “¿Acaso la educación artística ejerce una influencia positiva en los tres subconjuntos de habilidades que definimos como de “innovación”: técnicas, de pensamiento y creatividad, y de carácter (o sea, de comportamiento y sociales)?”. Para poder dar respuesta a este cuestionamiento, los autores utilizaron el meta análisis y se basaron en la revisión sistemática (systematic reviews) para poder decir qué programas o intervenciones educativas orientadas a la educación artística funcionan o no, es decir, si logran tener un efecto positivo en las habilidades cognitivas de los estudiantes. La revisión trató de incluir “todas” las investigaciones publicadas y no sobre el tema desde 1950 a la fecha y los artículos seleccionados abarcaron 10 idiomas, incluidos el español.
Uno de los argumentos principales del informe —el cual suscribo plenamente— es que la educación artística no debe ser relegada a un segundo plano en el currículum por, diría yo, las ansiedades económicas o pragmáticas de algunos sectores modernizadores. Tocar algún instrumento musical, promover la literatura, bailar o hacer teatro en la escuela vale por sí mismo y no sólo por los beneficios tangibles que pueda traer a la persona. A todos los niños las artes les permiten entender de una manera distinta las ciencias y otras materias académicas.
Si las mentes tecnificadas no están satisfechas con este argumento, quizás puedan empezar a reflexionar al enterarse que en Estados Unidos “existe un extenso cuerpo de datos de correlación” que revela que el nivel de logro de los alumnos que participan en un gran número de cursos de arte “es mayor” que el de los alumnos que toman menos cursos de arte o ninguno y lo más importante: hay un estudio que mostró que esta relación persiste entre los estudiantes ricos y pobres económicamente hablando. Es decir, el nivel socioeconómico al que tanto apelamos para explicar la baja calidad educativa parece no intervenir de manera significativa en la relación entre educación artística y aprovechamiento académico. Esto, repito, en Estados Unidos.
Basado en la revisión sistemática de la investigación empírica sobre el tema, el informe es claro: La educación musical, por ejemplo, fortalece el coeficiente intelectual, el desempeño académico, las habilidades fonológicas (sonidos) y hay “evidencia preliminar” de que la educación musical puede facilitar el aprendizaje de lenguas extranjeras. Como todo buen estudio, señala limitaciones y matices: pese a estos efectos positivos de la educación musical, aún no se puede afirmar que ésta tenga “alguna influencia causal sobre las calificaciones en matemáticas, aun cuando la música tenga una estructura matemática subyacente”.
En mi escrito sobre literatura y educación, hablé sobre la necesidad de cultivar en los estudiantes la “imaginación narrativa” (Nussbaum) a través de las distintas expresiones artísticas como la literatura. Ponerse en los zapatos del otro para comprender sus anhelos y deseos no es un capacidad que podamos desarrollar repasando fórmulas matemáticas. Otro tipo de estímulo debemos recibir para sentir empatía y compasión hacia nuestros semejantes. El informe asegura que existe “evidencia inicial” que indica que las clases de teatro, por ejemplo, mejoran “la empatia, el asumir la perspectiva de los otros y el manejo de las emociones”.
En un país como México tan rico en expresiones artísticas y culturales, es lamentable que el número de horas por año dedicado a asignaturas artísticas entre estudiantes de 9 a 11 años sea de los más bajos de los países miembros de la OCDE. Solo cinco horas dedicadas a esta área durante la jornada escolar obligatoria mientras el promedio es de 11. Lo más triste es que durante el periodo democrático (2001-2010) así permaneció de disminuido el tiempo dedicado a las artes. Finlandia, en cambio, las aumentó significativamente en esos nueve años.
Ahora que estamos por conocer las características del Modelo Educativo para el Siglo XXI, la pregunta es si la Secretaría de Educación Pública (SEP) propondrá un cambio radical en este sentido o si seguiremos con la tendencia de mirar como el único umbral educativo tres o cuatro “competencias”. Ahí están las evidencias y los argumentos para ir más allá y darle un lugar central a la educación artística en las escuelas. ¿Asumirá la SEP el papel de ser un “ministerio del pensamiento”? Pronto lo sabremos.
Twitter: @flores_crespo
Profesor de la Universidad Autónoma de Querétaro