Eduardo Grajales
Ver a la evaluación como un proceso nocivo para el desempeño y la formación de millones de estudiantes es un error garrafal por parte de las autoridades educativas.
Evadir un elemento tan importante en la dinámica escolar, únicamente es cerrar los ojos ante las enormes problemáticas que enfrenta la educación mexicana y cruzar los brazos ante el enorme rezago educativo.
Los efectos que ha causado la pandemia en la educación son mayúsculos, no solo en el desarrollo de habilidades socioemocionales sino también intelectuales, lo que cualquier maestro puede constatar a simple vista.
Los estudiantes que vivieron el periodo más álgido de la pandemia y que se vieron obligados a estudiar desde sus casas muestran signos preocupantes en su formación, como la falta de conocimientos básicos en lecto-escritura y matemáticas que serán determinantes en su formación media superior y superior, pero sobre todo en la comprensión del mundo que les ha tocado vivir.
En lugar de llevar a cabo una evaluación que nos permita precisar cuáles son esas áreas de oportunidad en la que debemos enfocar un acompañamiento extraordinario a través de tutorías o de un plan de recuperación pedagógica, la Secretaría de Educación lo único que hace es patear el bote al decretar que durante este ciclo escolar ningún niño o niña podrá ser “reprobado”, como si con esto se resolviera el enorme problema.
El proceso de evaluación es tan complejo y tan importante que no se puede simplemente borrar de un plumazo. Las y los maestros sabemos que no se puede dar el primer paso sin realizar una evaluación diagnóstica que nos permita identificar las debilidades o habilidades de las y los estudiantes y, a partir de ello, establecer una estrategia didáctica acorde a cada realidad.
El proceso de valorar el conocimiento y las aptitudes es lo único que nos permite conocer el desempeño mediante las curvas de aprendizaje que surge de las estigmatizadas calificaciones, las cuales, a su vez, nos permiten tomar decisiones más certeras al interior del aula y con ello iniciar y/o concluir un ciclo de mejora que nos permita rendir cuentas a la comunidad escolar.
Aunque se acusé de que la evaluación es un proceso emanado de políticas neoliberales, esta es una aportación clave en el ambiente pedagógico y administrativo, y hasta ahora no existe ninguna otra alternativa que a maestros y padres de familia nos permita identificar qué tanto nos estamos acercando a los objetivos de aprendizaje, y que tan alejados o apegados estamos a nuestros planes de aprendizaje y a los planes de estudio.
Por tanto, la decisión de la SEP es inconcebible ante los escenarios complicados que atraviesa la educación mexicana y mundial, negar la posibilidad de tener una valoración elemental en este ciclo escolar es horadar más el ya deteriorado sistema educativo, y una medida simplista ante una situación que debería reclamar mayores esfuerzos de quienes dirigen la educación mexicana.
La única opción nuevamente, está en manos de millones de maestros y maestras al hacer un sobre esfuerzo, más por un sentido de vocación y de responsabilidad ética, que de obligación institucional, de emprender evaluaciones diagnosticas formativas y sumativas, que ayuden a conocer la situación particular de cada uno de los estudiantes y proponer a partir de ellas medidas compensatorias, a través de tutorías o de planeaciones didáctica compensatorias a las que deberán sumarse los padres de familia, si es que realmente quieren que sus hijos e hijas se desarrollen.