Mineko Matsumoto López
Coordinadora de Familias, Mexicanos Primero
Una madre me preguntó durante un taller para familias, “cuando mi hijo me pregunta, ‘¿qué hiciste hoy?’, yo le contesto ‘¡qué te importa!’ ¿Eso está bien? Quiero que sepa que hay cosas que no le incumben”. Lupita quería que su hijo fuera prudente, y fue la manera que encontró de enseñarle.
Entonces le dije, “tú eres quien le enseña a Ulises a relacionarse con el mundo. ¿Así es como quieres que él responda cuando alguien le haga esa pregunta?”. El rostro de Lupita cambió inmediatamente. “No” contestó sin titubear. No hubo juicios de valor ni críticas a su accionar como madre. Ella, como ocurre en la mayoría de los casos, sólo actuó siguiendo su propio criterio, haciendo lo que creía mejor para su hijo.
Guiar a una niña o niño durante su vida es una experiencia que, si bien trae consigo satisfacciones, también plantea retos para los que no hay manual. Las expectativas son altas y las exigencias interminables; se espera que todo padre o madre tome decisiones adecuadas para fomentar el desarrollo positivo de un ser humano. Esta tarea es aún más difícil cuando las personas e instituciones que nos rodean tienden a calificar, categorizar, etiquetar y a veces hasta juzgar a quien, como Lupita, hace lo mejor que puede con lo poco o mucho que sabe.
A pesar de todos estos desafíos, cuando preguntas a los adultos responsables qué quieren para sus niñas o niños, las dificultades se borran, las dudas se disipan y la respuesta generalmente es positiva y alentadora. Suelen aparecer frases como “un futuro mejor”, “que sea feliz”, “que tenga lo que yo no tuve” entre otras. La gran pregunta entonces es, ¿cómo lograr materializar estos buenos deseos y no perdernos en el camino?
Con este propósito en mente, el pasado 7 de octubre Mexicanos Primero dio inicio a un proyecto piloto en dos escuelas primarias públicas en el Distrito Federal que busca acercar a las familias las herramientas para mejorar el aprendizaje de sus niñas y niños. Trabajando de manera efectiva y congruente con las escuelas, trazan así un camino lleno de oportunidades que tenga como destino lo que sus hijos sueñan ser.
A lo largo de nueve semanas, las familias asisten a las instalaciones de las escuelas a trabajar temas como disciplina positiva, tareas, estándares curriculares, financiamiento, autoestima y la entrevista con la maestra, entre otros. Durante una hora y media cada semana, las familias comparten experiencias relacionadas con la educación y crianza de sus niñas y niños; se escuchan e identifican unas con otras, reconocen tener los mismos retos y preocupaciones, se ríen con sus anécdotas y también muestran dolor y frustración.
Este proyecto permite a las familias regresar a aprender en la escuela: recordar como es sentarse en una banca, tomar apuntes, llevar tarea a casa y a veces regresar sin ella. Las niñas y niños preguntan a sus padres o tutores, “¿qué aprendiste hoy?”, dando así claro ejemplo de que lograr una buena educación en los niños, es responsabilidad de todos y cada uno de los miembros de una familia.
Cada niña o niño en el aula representa el sueño de toda una familia y de la comunidad entera. Como comunidad debemos apoyar a nuestras familias para que se reconozcan como actores fundamentales en la educación de sus hijos. Hay que reconocer que como adultos, somos también aprendices que requieren de espacios y apoyos para que, con práctica y esfuerzo, podamos acompañar a nuestras hijas e hijos en su educación y así mantener siempre vivo el deseo y la pasión por aprender.
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