Miguel Ángel Pérez Reynoso
Los cambios que hemos vivido en los últimos meses producto del contexto de contingencia, han servido para mover en buena medida las piezas y las acciones de (nuestra) vida cotidiana. Por ejemplo, el que los hijos e hijas en edad escolar asistan a la escuela ya sea acompañados por los padres, solos o con el apoyo del transporte escolar, ha sido modificado para dar paso al “quédate en casa – aprende en casa”.
El aprende en casa ha venido acompañado de distintas aristas y fenómenos igualmente inéditos, los cuales se suman a todos los que ha traído la pandemia. Los hijos e hijas en casa deberán contar con un aparato o dispositivo electrónico que se pueda conectar al internet (contar con servicio de internet previamente), organizar los tiempos y el uso de la plataforma que la escuela en torno a elegido, enviar tareas o subir tareas, adaptarse a la modalidad de trabajo. estar en contexto de manera permanente con el profesor o profesora en turno, etc.
Este aprende en casa es un enunciado sencillo que se ha traducido en infinidad de modalidades de trabajo, los testimonios o las narrativas que ha surgido en torno a ello, dan lugar a la recuperación para esta nueva opción metodológica de una especie de ciber etnografía, que se enlaza con tener a los padres en casa acompañando a los hijos.
El aprende en casa se suma a que los padres de familia en la mayoría de los casos asuman este ancestral compromiso de hacerse cargo de acompañar y educar a los hijos e hijas desde el hogar, más que una política púbica todo ello se ha traducido en una salida desesperada. Junto a ello se deberá reconocer también que existe un número importante de padres de familia que por motivos laborales deben salir de casa y dejar solos a los hijos “educándose”.
En este lapso que va de un poco más de seis meses de continencia, muchas familias lo han sentido como si fuera una eternidad; padres y madres de familia se han reconocido desesperados, añoran más que nunca a la escuela, como un espacio encargado no sólo de educar (eso pasa a un segundo término) sino de atender a hijos e hijas para garantizar un respiro en las familias.
Para muchos la contingencia ha estado asociada a un ambiente hostil, de encierro y prohibiciones diversas. La vida cotidiana la vivíamos de manera cómoda, despreocupada y con muy pocas medidas de precaución. Hoy las condiciones entre las que nos encontramos han contribuido en la construcción de un escenario paradójico. Se educa en casa y la escuela se ha convertido en un espacio cerrado y cancelado.
La escuela que ha sido el espacio privilegiado para generar y hacer circular saberes escolares primero y legitimados más adelante socialmente, que es el espacio idóneo que garantiza el desarrollo social a través de vínculos, interacciones e intercambio de saberes simbólicos, etc., Hoy ha quedado candelada.
El problema es que, en la contraparte, el Estado no cuidó en garantizar buenas condiciones para cumplir con el aprende en casa. No se saben las condiciones infraestructurales de las familias, el servicio de internet se ha tornado en caro y malo, (el monopolio de la comunicación no pierde), los aparatos electrónicos han escaseado y se han encarecido. Y lo más desfavorable, no se conocen las metodologías de trabajo o las metodólogas de atención educativa implementadas en el “Aprende en casa. Se sabe –si-, que se ha abierto un amplísimo abanico de formas de atención, desde visitas domiciliarias a los alumnos, trabajo por Facebook, WhatsApp, plataformas como Clasrom, llamadas por Meet, Zoom y un larguísimo etcétera. Sí, pero en dónde está la regulación y una matriz reguladora que permita darle sentido a todo ello.
Parece que el deseo pandémico está por cancelarse, las escuelas pronto abrirán nuevamente sus puertas y recibirán a los escolares no tanto por prevención, sino por hartazgo. “El aprende en casa” ya llegó a su límite, se ha atendido mucho y se ha des-apto más. Ahora es necesario regresarle la palabra a la escuela para saber que tiene y que tanto puede.