El tiempo, inexorable como lo es, avanza y el final del sexenio se aproxima; con ello, seguro estoy, en las próximas semanas y meses irán surgiendo varios análisis de propios y extraños, interesados, desde luego, en lo que sucede en el ámbito educativo de nuestro país. No obstante, bien valdría la pena detenerse un momento para acercarse a aquel espacio donde el proceso de enseñanza y de aprendizaje ocurre, con la intención de dialogar con maestras y maestros. Esto, como parece lógico, podría abrir un panorama más rico en experiencias y significados que viven, tanto docentes como alumnos, padres de familia, directivos; en fin, de todos aquellos actores que, directa o indirectamente, tienen un vínculo con las escuelas mexicanas.
No es casualidad que en el gremio comience a surgir la idea de que una vez que termine el gobierno del presidente López Obrador, las políticas educativas que él impulsó a través de la Secretaría de Educación Pública (SEP) puedan cambiar. Así sucedió con la llegada de Vicente Fox a Palacio Nacional; así sucedió cuando llegó Peña Nieto al poder. ¿Qué nos llevaría a pensar que la próxima presidenta o presidente habrá de mantener algunas de las propuestas que el lopezobradorismo implementó, independientemente de que entre los contendientes haya una candidata del mismo partido político al que pertenece el actual presidente?
La historia nos ha dejado ver, que nuestro país ha transitado en los últimos veinte años por tres “reformas” educativas que, por donde se miren, han generado diversas reacciones en el Sistema Educativo Mexicano.
Como se recordará, durante la presidencia de Vicente Fox, comenzó aquello que se conoció con el nombre de Reforma Integral de Educación Básica (RIEB); primero en 2004 con la educación preescolar, luego en 2006 en secundaria y, finalmente, en 2011, cuando ya estaba por terminar el sexenio de Calderón Hinojosa, la educación primaria. Resultado de este proceso “reformista” surgió el Plan de Estudios 2011 que todo el magisterio conoció en su momento. Plan de estudios que, hay que decirlo, no fue fácil comprender e implementar en las escuelas debido a la ambigüedad que representaba el enfoque basado en competencias. Una suerte de idea que invitaba a preguntarse qué era eso de las competencias y cómo podrían trabajarse en razón de un aprendizaje esperado porque… ¿acaso el aprendizaje era algo esperado?, ¿acaso los niños no llegaban a la escuela con ciertos aprendizajes? En fin.
Un par de años después, en 2013, la “reforma” educativa del peñanietismo hizo lo propio y, derivado de un trabajo que surgió a partir de “supuestas” consultas, dio inicio la construcción del “Nuevo Modelo Educativo obligatorio 2017” y su consecuente Plan y Programa de Estudios denominado Aprendizajes Clave para la Educación Integral; ahora, bajo un enfoque competencial. Nada nuevo bajo el sol porque, como he dicho en otros textos, algún genio de la SEP (o fuera de ella) se le ocurrió que las competencias ya no serían el punto de partida tal y como señalaba el plan 2011, ahora serían el punto de llegada y, por tanto, los aprendizajes clave eran algo así como unos aprendizajes esperados, solo que ahora adquirían la connotación de “clave”. ¡Vaya enredo! Desde luego, las maestras y los maestros asumieron los cambios que este movimiento produjo en pleno 2017-2018 porque, aunque pareciera ser que no, sí implicó la realización de un trabajo cuyo énfasis se trasladó a lo administrativo (gerencial) en lugar de lo didáctico y pedagógico, que es lo que debía corresponderle como docente frente a grupo. Modelo 2017 que, hay que decirlo con todas sus letras, está más que vivo que nunca en nuestro intricado Sistema Educativo.
Luego entonces, también un par de años después, en mayo de 2019 llegó la contrarreforma educativa del presidente Obrador y, de nueva cuenta, con una infinidad de tropiezos se comenzó con la construcción de un plan de estudios que, a decir de sus impulsores, tuvo como fundamento una serie de consultas y foros de los cuales hay muchas dudas, incertidumbres y desasosiegos, pero bueno, insisto, a decir de ellos, era necesario un cambio, aunque, igual que antaño, no hubo un diagnóstico serio que pudiera fundamentar la necesidad de contar con una nueva propuesta curricular.
Tres años después de tal “reforma” se conoció el Plan de Estudios 2022 para la educación básica mexicana y sus consecuentes programas sintéticos. La Nueva Escuela Mexicana, en pleno ciclo escolar 2023-2024 comenzó a operar en las escuelas de nuestra República. Una nueva escuela que, igual que ayer, ha tenido tremendos problemas para su comprensión e implementación en los planteles escolares por parte de supervisores, directores y maestros y maestras frente a grupo, aunque la actual Secretaria de Educación opine lo contrario.
Pienso, tal y como he venido pensando y comentando desde hace varios meses, que el principal problema en el aterrizaje del plan de estudios 2022 no pasa por el o los docentes porque, aunque éstos están directamente involucrados en el proceso, no han sido ni fueron los responsables del viraje que ha significado transitar de un enfoque basado en competencias a uno por capacidades; enfoque que, aunque parecer ser simple de entender, cosa que sí lo es, el reto mayor está en su implementación porque, como sabemos, hay infinidad de factores que inciden en el proceso de enseñanza y de aprendizaje; y, para variar un poco, la propia SEP no ha podido ni podrá romper o superar esa vieja, absurda y arcaica estructura vertical y autoritaria que se impone diariamente en las escuelas, cual cascada en un inmenso río. ¿Dónde ha recaído la complejidad de este proceso? En esa estructura vertical, en la pésima estrategia de comunicación de la SEP, y en la idea de considerar que los Consejos Técnicos Escolares (CTE) todo pueden resolver y transformar, menospreciando la formación continua del profesorado mexicano.
Hace unos días, justo cuando varios colectivos docentes se encontraban organizándose para el CTE escuché decir: ¡Otra vez evaluación formativa!, ¡Tanto hablan de evaluar formativamente a los alumnos para que al final nos pidan una calificación! Y hay razón en ello. También pude escuchar: ¡Hablan mucho de evaluación formativa pero no revisan los procesos de la USICAMM! Y también hay razón en ello. Finalmente llegué a escuchar: ¡Ya no saben qué temas abordar en los CTE, ya son repetitivos, se me hace que nos van a cambiar el Plan! ¡Apenas le vamos entendiendo, y seguro que no nos lo van a cambiar! Obviamente, la historia nos demuestra que hay mucha, pero mucha razón en ello.
Insisto: ¿qué nos llevaría a pensar que la próxima presidenta o presidente habrá de mantener algunas de las propuestas que el lopezobradorismo implementó, independientemente de que entre los contendientes haya una candidata del mismo partido político al que pertenece el actual presidente?
Como puede leerse en mi anterior cuestionamiento: todo depende de una decisión y no de un diagnóstico serio y fundado en las necesidades educativas de nuestro México. Las campañas electorales están a tambor batiente y lo único que queda es… ¿esperar?