Miguel Angel Pérez Reynoso
En otro tiempo las vacaciones eran más claras y más largas, julio y agosto eran dos maravillosos meses para jugar, para hacer muchas cosas, incluso se tomaba una pequeña parte del mes de junio. Todo esto se acabó, hoy predomina la racionalidad del eficientismo del factor tiempo y la jornada extendida.
Las escuelas también se han ido de vacaciones, ¿a dónde se van las escuelas cuando ya no están? Esa pregunta se hacía una niña de 5 años de tercero de preescolar en un jardín de niños al norte de Zapopan. Ella había sufrido durante la pandemia, y sufría más cuando pensaba que su escuela (su jardín) ya no iba a estar en donde estaba.
Las escuelas cuando no son habitadas se tornan en espacios ausentes, huérfanas de bullicio y de vida infantil y juvenil, pero el descanso exige también abrir un receso, un tiempo fuera para acomodar lo que haya que acomodar.
Periodo vacacional, receso, descanso, tiempo fuera, el concepto puede ser cualquiera lo cierto es que niños y niñas han dejado de asistir a las escuelas, las y los docentes también pero solo un poco. La carga de trabajo se ha tornado extenuante, la autoridad educativa como nunca antes se ha tornado insensible ante las exigencias de un trabajo, un oficio y una profesión cada vez más demandante.
Pero regresando a los días de las vacaciones de verano, las opciones para niñas y niños son pocas y cada vez más acotadas y predecibles, actividades deportivas en el CODE, cursos de regularización, incluso muchas escuelas habilitan espacios (previo pago) para cuidar niños con clases de inglés, natación, judo, karate, en otros lugares un poco más creativos hay pintura danza, creación literaria, etc. ¿De qué se trata? de prolongar la vida de las escuelas, pero de manera ligera a otros ámbitos igualmente formales e institucionales, con horarios fijos, reglas, y todo aderezado por el respectivo pago.
Considero que era mejor antes, cuando no había pandemia y la calle era segura, se jugaba béisbol, shanghai, encantados, a las escondidas, a infinidad de juegos infantiles; la imaginación y la creatividad eran los límites, pero la constante es que eran juegos de socialización que implican a la mayoría de los sujetos, se colocaban por encima de todo, el juego mismo, se buscaba la diversión, el disfrute total. Había algunos riesgos colaterales como descalabradas, fracturas, pérdidas de bicicletas por algunos malandros que robaban, pero el factor lúdico se colocaba por encima.
Hoy los veranos de vacaciones también se han institucionalizado, el ocio improductivo y la expansión de opciones de plataformas digitales, de películas o videojuegos han hegemonizado gran parte del tiempo y del juego infantil y juvenil.
De nuevo necesitamos regresar a los espacios de libertad, cuando decíamos “la calle es libre”, no, los libres éramos nosotros que transitamos por toda ella. Habría que respetar las opciones del juego libre, del juego entretenido, el juego que todos jugábamos y ese clima de ludicidad contribuía a formarnos como personas libres.
Las escuelas se han ido por un corto tiempo, rescatemos los espacios de libertad mientras regresan.