Ana Laura de la Torre Saavedra *
Una raza alegre, sabía y fuerte
En mayo de 1924 se inauguró en la Ciudad de México un gran escenario dedicado a la cultura física, el Estadio Nacional. La obra cristalizaba los esfuerzos que la Secretaría de Educación Pública (SEP) emprendía para promover una educación integral que ayudara al desarrollo de las capacidades físicas de los niños y jóvenes mexicanos.
El edificio, definido por la prensa como grandioso, contaba con una pista y amplia gradería que constituían un “espectáculo impresionante”. Tenía la capacidad de albergar a 60,000 espectadores que, a su vez, podían atestiguar cómo miles de cuerpos en movimiento ejecutaban las más variadas demostraciones de gimnasia, competencias deportivas y números de baile.
Una placa rezaba que la obra estaría dedicada a la gimnasia y al arte, y se esperaba que ayudara a forjar una “raza alegre, sabía y fuerte”. Tales palabras sintetizaban los anhelos del primer Secretario de Educación, José Vasconcelos, quien concebía a la cultura física como una fuente de nuevas creaciones artísticas del pueblo mexicano.
Su idea era que este espacio fuese un teatro-estadio y no simplemente un estadio. ¿Por qué? Vasconcelos no era adepto a los deportes modernos, los veía como una obra de los anglosajones cuya creciente influencia rechazaba. Asimismo, juzgaba como acciones menores las competencias deportivas y sus récords.
Incluso, admitió en sus Memorias que lo último que deseaba era levantar una “simple pista de carreras”. Su objetivo era edificar un teatro al aire libre en el que se presentaran bailes, coros y gimnastas. Las proporciones del estadio, subrayó, atendían “las exigencias del oído” y no aquellas dictadas por “los códigos de los deportes”.
Su opinión no era compartida por sus colaboradores quienes eran, en su mayoría, adeptos a los deportes. De hecho, fue gracias al entusiasmo de estos que se sentaron las bases para promover la cultura física en sus distintas expresiones: deportiva, gimnástica y artística folclórica.
Entre ellos se debe mencionar a Alfredo B. Cuellar, entonces presidente de la Asociación Mexicana de Aficionados de Béisbol y promotor de la charrería; a Rosendo Arnaiz, director del Club Deportivo Internacional; a Julio L. Marín, profesor de educación física; a Alfonso Rojo de la Vega jugador y promotor de basquetbol; a Lamberto Álvarez Gayou, deportista; a Juan B. Snyder, profesor del Conservatorio Nacional de Música y Arte Teatral; así como a Herminio Ahumada, atleta y estudiante de Derecho quien formaría parte de la delegación mexicana que asistió a los Juegos Olímpicos de París en 1924.
Opiniones divergentes, múltiples prácticas
La SEP, creada en 1921 en el marco de los festejos del Centenario de la Independencia, integró en su Departamento de Bellas Artes a la Dirección de Educación Física. Sin embargo, durante más de un año, los ánimos de renovación quedaron rebasados por las posibilidades concretas que se tenían, siendo el Estadio Nacional la mayor aportación de dicha era, cuya construcción inició en 1923. Fue el primer escenario que tuvieron los Juegos Centroamericanos en 1926, primeras competencias regionales avaladas por el Comité Olímpico Internacional. Su ulterior relevancia fue social, política y deportiva.
Otra creación de la secretaría fue la Escuela Elemental de Educación Física cuya misión era preparar a los docentes que renovarían la enseñanza en dicha materia en todo el país. No había personal calificado para impartir clases de educación física y, en 1923, se matricularon poco más de 400 alumnos. Esta escuela queda en el registro como uno de los primeros intentos por profesionalizar la educación física en México, más su labor estuvo lejos de consolidarse. Como su director se nombró a José U. Escobar, quien también se encargó de dirigir la revista Educación Física, una publicación mensual que circuló todo ese año y fue un espacio plural en el que se vertieron las más distintas opiniones sobre los rumbos que debería tomar la cultura física en el país.
Por un lado, como ya se anotó, estaba la visión vasconcelista –forjar jóvenes limpios y vigorosos que dieran vida a una patria nueva– y, por otro, se distinguen los objetivos e intereses de un nutrido contingente interesado en extender las prácticas deportivas, organizar torneos, mejorar las marcas atléticas nacionales e impulsar la participación de atletas en competencias internacionales.
Asimismo, entre los colaboradores de Educación Física estaban las voces de aquellos que aspiraban a desarrollar una cultura del cuerpo que exaltara su perfil festivo a través de demostraciones gimnásticas masivas y bailes folclóricos. En este sentido, debe subrayarse que en distintos países estas prácticas eran igual o más populares que los deportes. Los adeptos a la gimnasia (sueca o alemana) destacaban que favorecía la cohesión social y criticaban el perfil competitivo e individualista del deporte. Una noción que estuvo muy extendida en México hasta finales de la década de 1930.
Asimismo, fue común que se alabara la gimnasia y las danzas locales por estar enfocadas más en lo estético que en lo atlético. Ello permitió que las mujeres gozaran de un papel protagónico en dichas actividades, pues se pensaba que no afectaban la salud ni la función femenina por excelencia: la maternidad.
De manera recurrente, se destacaba en la prensa que gracias a la gimnasia y los bailables las mujeres dejaban de ser espectadoras y se convertían en protagonistas de las fiestas de cultura física. Por ejemplo, en 1923 tras un festival organizado en el Parque España de la Ciudad de México, que incluyó gimnasia masculina, actividades deportivas y ejecuciones femeninas de calistenia y un número de danza húngara, se advertía que con estas presentaciones se aportaban un novedoso cuadro:
Más innegable es que a estas fiestas, nuestras bellas mujeres, nuestras gentiles mujercitas han sido llevadas por esa ola que nos arrastra y son ellas quienes van, como a todas partes a poner la pincelada más brillante y la nota más sugestiva de todas estas reuniones en donde los recios músculos de nuestros atletas con las tersas y sutiles manecitas del bello mujerío hacen un conjunto admirable y hermoso.
Finalmente, se debe apuntar que los esfuerzos reformadores desde la cultura física cristalizaron de distintas maneras.
De hecho, durante los primeros años de operación de la SEP fue común que se repitiera que el cultivo del sport –término aún muy popular para designar al deporte moderno– era un esfuerzo reciente. Afirmación que estaba lejos de la verdad, pero que era efectiva para dotar de un sentido original a las aspiraciones de cultura física.
En efecto, la creación de la SEP dio nuevos bríos a la educación física en México, sin embargo, el interés por fomentar esta área desde las escuelas no era nueva. Era parte de dos procesos que iniciaron en el último cuarto del siglo XIX. Por un lado, la primera revolución recreativa mundial que integró los deportes a las actividades de ocio y que para el caso mexicano se consolidó en la primera década del siglo XX. Por otro lado, un nuevo orden académico que implicó un creciente papel del Estado como educador, el proceso de laicidad del conocimiento, el impulso de las ciencias y materias que promovieran el progreso, así como la inclusión de la moderna cultura física.
En efecto, el potencial transformador que se le asignó a las actividades físicas fue esencial para que éstas se integraran al currículum escolar desde el porfiriato. Tras la caída de la dictadura de Díaz, y aún en medio de la lucha entre facciones revolucionarias, la cultura física se mantuvo, en la medida de lo posible, como una preocupación de las sucesivas autoridades educativas.
Por tanto, en la década de 1920 había antecedentes relevantes para continuar con la promoción de las actividades físicas en el ámbito escolar. De ahí que fuera posible apreciar como una necesidad y un logro la creación de un estadio donde las y los jóvenes mexicanos desempeñaran distintas actividades físicas. Así, aunque Vasconcelos no fuese afín a los deportes, debió admitir la relevancia que éstos y otras expresiones de cultura física cobraban en todo el mundo.
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Ana Laura de la Torre Saavedra. Pluma invitada. Especialista en historia del deporte y sus vínculos con el nacionalismo, la diplomacia, la propaganda, la religión y el desarrollo sostenible. Es Doctora en Historia por El Colegio de México y miembro de la Sociedad Internacional de Historiadores Olímpicos. Primera mexicana en recibir una beca del Centro de Estudios Olímpicos del Comité Olímpico Internacional para la elaboración de una investigación sobre el origen del movimiento olímpico en México. Este estudio ha sido publicado por el Colmex con el título: Cruzadas olímpicas en la Ciudad de México: cultura física, juventud, religión y nacionalismo, 1986-1939.
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