Rogelio Alonso
El contexto socioeconómico que rodea a las escuelas capitalinas y chiapanecas es radicalmente opuesto. El ingreso per cápita de ambas entidades advierte una diferencia radical: los de la Ciudad de México ($5,633) ganan más del tripe que los de Chiapas ($1,730). Así, mientras el 81.4% de los alumnos chiapanecos de primaria y secundaria tienen un nivel alto o muy alto de marginación, sólo el 8.3% de los estudiantes capitalinos de esos niveles sufren de los mismos grados de marginación. La pobreza que azota a los chiapanecos es de tal magnitud que más de un cuarto de la población tiene carencias alimentarias (27.5%) y más de la mitad carencias en su vivienda (57.4%); en la Ciudad de México, las dos carencias mencionadas afectan a muy pocos (11.7% y 1.7%, respectivamente).
El 14.8% de la población de Chiapas es analfabeta, mientras que en la capital del país el analfabetismo es prácticamente un fenómeno erradicado (1.5%). Considerando lo anterior, si nuestro sistema educativo comulgara con la equidad, se deberían observar esfuerzos adicionales en el estado del sur para alcanzar niveles de bienestar como los de la capital del país, es decir, se debería dar más a los que más necesitan. Desafortunadamente, la realidad y los números en el ámbito educativo demuestran lo contrario.
Las posibilidades de ingresar y permanecer en una escuela son diferentes entre las dos entidades en cuestión. Aunque la tasa de asistencia para edades típicas de preescolar y primaria tiene ligera diferencia en favor de la capital del país (2.5% más que Chiapas), prácticamente se quintuplica nuevamente a favor de los capitalinos (13.6%) cuando los alumnos transitan por las edades convencionales de educación secundaria y media superior. Esto pudiera tener una explicación evidente: a medida que crecen, los alumnos de contextos desfavorecidos van convirtiéndose en una fuente de ingreso para sus hogares. Lo anterior se confirma al observar que casi dos de cada tres alumnos chiapanecos (60.2%) de sexto grado de primaria trabajan, mientras que sólo una cuarta parte (27.2%) de los capitalinos lo hacen. El trabajo, además de representar un obstáculo para la adquisición de los aprendizajes (cansancio, falta de tiempo, ausentismo, etc.), se traduce en la disminución de la escolaridad de la población: mientras el 92.8% de los capitalinos de 20 a 24 años ha cursado la educación básica completa, sólo dos de cada tres chiapanecos (67.3%) lo ha hecho.
Suponiendo que chiapanecos y capitalinos tuvieran las mismas oportunidades para ingresar y permanecer en las escuelas, los primeros se enfrentarían a una dificultad adicional: la infraestructura de sus escuelas es inferior. En cuanto a condiciones materiales, indudablemente los habitantes de la Ciudad de México gozan de mejores escuelas. Lo anterior se refleja, por ejemplo, en que casi todas los planteles públicos de la capital del país cuentan con computadoras (95.6%) e internet (90.7%), mientras que en el estado sureño sólo una de cada cuatro tiene ordenadores (25.7%) y casi uno de cada diez (8.9%) cuenta con conectividad a internet; en Chiapas aproximadamente una de cada cinco escuelas (19.4%) tiene paredes precarias, mientras que en la Ciudad de México esto sucede sólo con uno de cada veinticinco planteles (4.3%). De este modo mientras en la capital del país el 70.9% de las escuelas no reporta alguna carencia en cuanto a infraestructura, en el estado del sur esto sucede sólo con el 6% de los centros escolares: una diferencia abismal.
Si bien no se debe ignorar la influencia de la situación geográfica, la diferencia de disponibilidad de personal en las escuelas resulta alarmante entre las dos entidades en cuestión. En cuanto a personal docente, en Chiapas el 25% de los alumnos de primaria asistan a escuelas multigrado, mientras que en la ciudad de México la proporción es diez veces menor (2.5%). Es decir, los estudiantes de la Ciudad de México tienen mayores probabilidades de contar con un maestro que se dedique únicamente al grado escolar que asisten, con las ventajas que esto conlleva en relación a las dificultades que representa el trabajo con más de un grado. La falta de personal hace que la inequidad se extienda incluso a los alumnos con alguna discapacidad. En la Ciudad de México, un estudiante discapacitado tiene mayores posibilidades de recibir un servicio educativo acorde a sus necesidades, pues tres de cada cuatro escuelas (74.5%) de preescolar a secundaria cuenta con USAER (Unidad de Servicio de Apoyo a la Educación Regular), mientras que en Chiapas sólo una de cada cuatro (27.1%).
En nuestro país, si bien existen acciones aisladas, parece que no hay una estrategia clara que evite tanta desigualdad en el ámbito educativo. Considerando lo anterior, vale la pena voltear la mirada a Francia. En aquel país, las escuelas en contextos difíciles, como aquellas en las periferias de las ciudades, entran en el programa Zona de Educación Prioritaria (ZEP): en este tipo de escuelas “debido a los recursos adicionales, las clases en número de alumnos son más pequeñas (menos de 25), los maestros tienen mejores salarios, y los recursos para actividades adicionales son mayores” (Andere, 2007, p. 79). Además, las escuelas situadas en este programa reciben otros apoyos, tales como personal médico, equipamiento y recursos para actividades artísticas y deportivas. Si bien es justo señalar que el programa, a 35 años de su creación, requiere ciertos ajustes y los frutos que ha traído no han servido para erradicar del todo las dificultades que aquejaban a estas escuelas, vale la pena resaltar el principio que orienta su fundación: evitar la exclusión dando más a quien más lo necesita. Un ejemplo de equidad aplicada.
Los casos de la Ciudad de México y Chiapas son ejemplos bastante ilustrativos de uno de los peores defectos de nuestro sistema educativo: la inequidad, es decir, dar las mejores escuelas y los mejores servicios a quienes se encuentran en condiciones más favorables, mientras se brindan las peores escuelas y los servicios más deficientes a quienes más requieren superarse a través de la educación. No obstante que los chiapanecos tienen un contexto significativamente más desfavorable antes de pisar una escuela, el sistema educativo mexicano hace que su experiencia educativa sea aún más complicada. Como si sufrir de pobreza, hambre y contextos culturales adversos fuera poca cosa, las autoridades parecen ver con indiferencia (o impotencia, en el mejor de los casos) el hecho de que las escuelas de los alumnos chiapanecos tengan deficiencias tan severas. Pareciera pues, con casos como los expuestos en este escrito, que nuestro sistema educativo se esfuerza por hacer realidad un sabio refrán popular: “al perro más flaco se le cargan las pulgas”.
*Rogelio Javier Alonso Ruiz. Docente colimense de Educación Primaria (Esc. Prim. Distribuidores Nissan No. 61 T.V.) y de Educación Superior (Instituto Superior de Educación Normal del Estado de Colima). Licenciado en Educación Primaria y Maestro en Pedagogía.
Twitter: @proferoger85
REFERENCIAS
ANDERE, Eduardo. ¿Cómo es la mejor educación en el mundo? Políticas educativas y escuelas en 19 países. México: Santillana, 2007.
INEE. La Educación Obligatoria en México. Informe 2017. México: autor, 2017.
INEE. Panorama Educativo de México 2015. Indicadores del Sistema Educativo Nacional. Educación básica y media superior. México: autor, 2016.
INEE. Principales cifras. Educación básica y media superior. Inicio del ciclo escolar 2015-2016. México: autor, 2017.