Fernando Oziel Cruz Evangelista*
“¿Por qué quieres ser maestro?”, me preguntó directamente aquel otoño de 2004 el maestro Francisco Javier Borges Rodríguez. Aún recuerdo el sonido del segundero del reloj de pared que tenía en su oficina, como indicio de que el tiempo no pasaría tan rápido.
El maestro Borges – como le nombramos todos en el grupo – apareció en mi vida en mi segundo año de estudiante como profesor de Español en la Benemérita y Centenaria Escuela Normal del Estado de San Luis Potosí. Todos los días se presentaba a la escuela Normal con traje obscuro, impecable: camisa color blanco, corbata de colores sobrios; calzado negro lustrado; aseado y alineado. Siempre con una mirada pensante, listo para responder ante cualquier pregunta. Lector asiduo a los clásicos y a la poesía modernista. Hasta el día de hoy no recuerdo una sola actividad, una sola clase a la que haya llegado después de la hora acordada. Maestro sistemático de la clase, gran observador. Leía nuestro lenguaje corporal y antes de cualquier cosa, ya tenía pensado como incidir de manera positiva.
Sin embargo, he de confesar que en un principio sus métodos en clase no me agradaban: lecturas interminables, preguntas para reflexionar sobre lo que habíamos leído, escritura de textos argumentativos, exposiciones recurrentes de temas sobre pedagogía y reflexión sobre la observación de prácticas docentes. Sus clases rayaban en el tedio y en mucha presión por las fechas de entrega. Su comunicación con el grupo se limitaba a los 110 minutos de clase. Un simple “nos vemos la siguiente…” y era suficiente para recuperar el aire y hasta el alma de juventud que sentíamos perder cada día en su cátedra.
Durante este año, tuvimos varios (des)encuentros debido a mi rebeldía con la autoridad y con mis ideales de cambio inmediato de la realidad educativa. Pero, todo cambió esa tarde de otoño con esa pregunta, la cual no supe responder. Con una mirada paternal, se recargó en el escritorio y me dijo: “Somos maestros para construir sueños en el futuro”. Y a partir de ese momento, cambió mi vida para siempre
El sendero estaba trazado. Después de charlar por casi dos horas en su cubículo todo mejoró: la clase se convirtió en un diálogo mas abierto y constante de nuestras inquietudes y dudas. La dinámica se transformó con un profesor dispuesto a aprender con nosotros, a reconocer quiénes somos, a entender nuestras vidas. Por mi parte, el acercamiento con mi maestro era muy frecuente; no había un día a la semana que no nos quedáramos a charlar de una y mil cosas, entre ellas, el tema educativo y nuestras vidas.
Es increíble escribir estas líneas y poder recordar sus palabras y manías. Las risas de vez en cuando sobre aquello que nos parecía digno de reflexionar con hilaridad. El café compartido de ciertos lunes por la mañana donde hablábamos de las ocupaciones de la semana y de cómo poder hacer las cosas mejor.
En fin, hablar del maestro Borges significa una gran lección de vida y de una filosofía que me heredó mas allá de los conocimientos y de la sistematización de la clase con su autor favorito. Me enseñó el valor del humanismo como profesor.
Reconocer las vidas de los estudiantes es un reto que hoy en día los docentes debemos fortalecer y cultivar. Saber quiénes están frente a ti, qué hacen, qué piensan, qué sueñan, debería ser una cualidad, si no innata en esta profesión, sí una que pudiera desarrollarse. Y esa es la deuda que tengo con mi maestro Borges. La cual deseo comenzar a solventar en este mes que celebramos a los docentes de todo el mundo.
Desde 1994, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia
y la Cultura (UNESCO, por sus siglas en inglés) celebra cada 5 de octubre el Día Internacional del Docente. Qué mejor manera de hacerlo que reconociendo su gran labor día a día en todo el orbe.
El lema de este año, “Valoremos al docente, mejoremos su situación profesional”, resume los principios fundamentales de la Recomendación Conjunta de la Organización Internacional del Trabajo y la UNESCO relativa a la Condición del Personal Docente, la cual cumple medio siglo. También, será el primer Día Mundial de los Docentes que se celebra en el marco de agenda 2030 aprobada en la asamblea del año pasado.
Sin duda, reconocer la labor docente es una responsabilidad que debemos incentivar desde la sociedad civil para que a nivel gubernamental podamos incidir en su establecimiento equitativo y democrático. En México, mas de 1 millón 200 mil profesores salen diariamente a encontrarse con los sueños de millones de niñas, niños y jóvenes para tratar de construir los cimientos del futuro de un país. Demostremos nuestra solidaridad escuchándolos y sumando esfuerzos para fomentar la mejor versión de cada estudiante en nuestros contextos.
En Mexicanos Primero queremos invitar a la sociedad a participar en Gracias Prof. (http://www.graciasprof.mx) y compartir anécdotas e historias sobre el profesor que cambió nuestra perspectiva de vida o nos motivó a seguir delante de una forma excepcional. El empeño de un profesor llega a trascender en el tiempo y a través de las acciones de las nuevas generaciones. No olvidemos a quienes confiaron en nosotros y nos ayudaron a descubrir nuestra propia esencia.
Por ello, en el Día Mundial del Docente, quiero tomar esta oportunidad para reconocerle y decir “Gracias”, así con mayúscula, a mi maestro Francisco Javier Borges Rodríguez. Gracias por su tiempo, por su empeño, por creer en mi, por su amistad franca y por escuchar en el silencio. Hoy necesito que sepa que su legado ha trascendido y, sin duda, aquellas palabras de hace 12 años han construido mis sueños desde entonces. Para usted, mi cariño y mi admiración por siempre.
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*Licenciado en Educación Secundaria, egresado de la Benemérita y Centenaria Escuela Normal del Estado de San Luis Potosí y coordinador de Líderes Educativos en Mexicanos Primero.
mexicanosprimero.org
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