En la prensa y los medios debatimos acerca de la corrupción gubernamental y del maltrato que políticos, partidos y burocracia ejercen contra la ciudadanía. Organizaciones patronales y cámaras que agrupan los actores del sector privado se unen al coro de denuncias, a veces las lideran y exigen honestidad, transparencia y respeto a las leyes. ¡Y hacen bien! Alguien tiene que levantar la voz.
No obstante, nada más ven los defectos del de enfrente y disculpan las faltas de sus agremiados. Por ejemplo, no he leído una denuncia, ni siquiera una queja, de alguien de la cúpula empresarial en contra de los camiones con dos remolques, a pesar de los cientos de muertos que han causado en accidentes. Muerte de gente inocente que los transportistas minimizan arguyendo que si esas moles dejan de circular habrá desabasto.
El abuso de muchas empresas contra la ciudadanía (llamada clientes), sin llegar a ser dramática, causa daños que el ciudadano de a pie tiene que pagar porque las empresas se desentienden.
Documento un caso sencillo. Soy la víctima, pero puedo ser uno entre miles. El daño material es poco, pero el costo en prestigio profesional es alto. Para los académicos como para otros profesionales, el crédito a la palabra es un activo intangible. Si uno falla pierde credibilidad y estima entre sus corresponsales.
Hice caso a la publicidad de Redpack y compré guías prepagadas. Las ventajas parecían obvias: 1) mensajeros de la empresa pasarían a recoger los envíos a mi domicilio; 2) ahorraría, ya que me protegía contra la inflación, y 3) no había fecha límite.
Todo funcionó bien hasta este mes. El 3 de octubre solicité a Redpack que recogiera dos sobres con destino a Durango. Nunca llegaron. Recibí reclamos. Fui a la página de internet de Redpack, busqué en el rastreo de envíos, puse los números de las guías y no entendí. Decía que se habían recogido y que se entregarían a más tardar el día siguiente, pero ya habían pasado dos semanas.
El viernes 14 hablé por teléfono; de un número me mandaban a otro hasta que por fin una señorita me informó con voz apenada que los sobres estaban en la bodega; que no los había enviado porque las guías habían caducado. Le dije que no era posible. Me dio otros números, otras llamadas, protestas (luego me disculpé con la última joven con quien hablé porque tuvo que sufrir mi tono de molestia). Me enojé porque no me avisaron ni regresaron los paquetes.
La empresa me mantuvo en la ignorancia. Luego me dijeron que mi asesor de cuenta, un señor César García, se comunicaría conmigo el mismo viernes. Ni se reportó ni Redpack ha regresado los paquetes. ¿Empresa de clase mundial?, ¿socialmente responsable?
Pudiera recurrir a la Procuraduría del Consumidor, pero para mí el tiempo es un recurso escaso, por eso caí en el embrujo de la publicidad de Redpack. La empresa se quedará con el dinero que pagué por las guías que me restan, mis libros pasarán a ser ración para ratones de bodega. Ya los doy por perdidos. Redpack saldrá impune; este asunto no llega a ser ni siquiera una piedra en el zapato.
RETAZOS
Leí el testimonio de Manuel Salazar Flores, un maestro que lleva 15 años trabajando en escuelas unitarias y multigrados. Primero en Coneto de Comonfort y luego en Indé. Allá en Durango. Una pieza edificante. Cito: “Además de utilizar el autogobierno escolar… los mismos alumnos dicten y marquen sus reglas, se asignan comisiones a cada uno y éste las realiza día con día, por lo que desde pequeños van desarrollando de manera práctica los valores… Para realizar tal labor con alumnos de 5 a 15 años se tuvo que acondicionar el espacio… (para lograr) que las diferentes áreas generaran un ambiente alfabetizador y de aprendizaje”. Él es un maestro con vocación.