–¿Podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí? (pregunta Alicia)
–Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar– (Gato Cheshire)
–No me importa mucho el sitio… (Alicia)
–Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes (Gato Cheshire)
Lewis Carroll
Me vino a la cabeza esta cita de Alicia en el país de la maravillas al pensar en la reforma educativa mexicana, pues, siendo importante y ambiciosa, sigue, hasta el momento, careciendo de una brújula reconocible en lo que hace al tipo de alumno/a que aspirar a formar. Sin una definición concreta y, al mismo tiempo, exigente e inspiradora de su objetivo último, la reforma es como un personaje atareadísimo y lleno de prisas que, sin embargo, no parece tener ni idea de adónde va.
A muchos pudiera resultarles injusta mi apreciación, dado que los impulsores de la reforma educativa han dicho una y un millón de veces que esa reforma busca elevar la calidad, la equidad, la inclusión, la pertinencia, etc. de nuestra educación. A muchos otros, mi preocupación con el tema de los fines de la reforma pudiera resultarles ociosa, pues, a su juicio, el objetivo es claro y conocido y lo que hace falta hacer es concentrarse en conseguirlo.
Es, sin duda, cierto y notorio que el gobierno ha enunciado diversos objetivos de la reforma, entre los que destaca, el de aumentar la calidad de los servicios educativos. El problema, sin embargo, es que la prioridad concedida a los diversos objetivos de la reforma va cambiando según el momento y el funcionario que habla, y en lo que hace concretamente a la “calidad educativa”, fuera de metas que aluden a mínimos de suficiencia en español y matemáticas, el gobierno no nos ha compartido su visión –si es que la tiene– de en qué consiste tal cosa.
Las dos ausencias, íntimamente relacionadas entre sí, que más se echan en falta en todo esto son respuestas a dos preguntas centrales: ¿para qué educar? y ¿qué queremos de la educación nacional?
Para aquellos que consideran que el objetivo final de la reforma es obvio, la discusión sobre este asunto es, desde luego, una pérdida de tiempo total. Buscando entre líneas, pues por desgracia los que parecen tenerlo tan claro no se han ocupado de deletrearnos en qué consiste eso que, a su juicio, es o debiera ser el fin último de la reforma, encuentro como definiciones dominantes las siguientes: dominio suficiente de español y matemáticas (con diversos agregados como inglés y/o computación); trayectos educativos completos; más educación cívica y anexas; educación que sirva para obtener un empleo. Con variaciones y combinaciones, esto es lo hay en términos de aspiraciones para la educación nacional.
Por ningún lado encuentro una visión en sentido fuerte de qué queremos al final del camino de todos los cambios legislativos e institucionales en curso en materia educativa. Una visión, en suma, que defina qué tipo de alumn@ que queremos formar y para qué propósito. Los hombres –los que lo definieron fueron puros varones– que forjaron el sistema educativo nacional lo tenían clarísimo: había que fabricar mexicanos, pues nos los había y para que pudiera existir “México” en formato “estado territorial y nacional” urgía contar con un cuerpo de población que se pensara e identificara como “mexicano/a”. Todo lo demás, esto es, la curricula, la forma homogeneizante de enseñar, la manera de formar y organizar maestros, los arreglos institucionales y de gobernanza de la educación se derivó de esa brújula central.
Como en tantos otros países, aquella brújula centrada y orientada por la necesidad política imperiosa de formar y consolidar estados nacionales, ya no nos alcanza para organizar y darle sentido a nuestro sistema educativo. Tampoco nos alcanzan ya muchas de las piezas que se le fueron integrando a aquel modelo básico tales como la idea de los procesos enseñanza-aprendizaje leídos en clave fábrica fordista para orientar la estructura y operación del sistema educativo mexicano.
De entre las muchas urgencias que enfrentamos en materia educativa ninguna me parece tan urgente como la de hacernos cargo de tejer acuerdos en torno a un conjunto de fines últimos para la educación, a un tiempo, claros, anchos y ambiciosos. Pretender transformar la educación en el país con una brújula rota hecha de retazos y parches ad hoc, es, en realidad, no tener idea de adónde vamos. Igual que Alicia, corriendo presurosa quien sabe adónde.
Twitter:@BlancaHerediaR