Me gano la vida como profesor de Educación y Comunicación en la Universidad Autónoma Metropolitana. Pertenezco a varias asociaciones académicas, a la Sociedad de Educación Comparada e Internacional desde 1982. Celebramos una conferencia anual, la más reciente, en marzo de este año en la Ciudad de México. Además de conferencias magistrales, mesas de debates, presentaciones de libros, festival internacional de cine sobre educación, presentación de carteles y sesiones de diversa índole de la junta directiva y del comité de la Comparative Education Review, hay una ceremonia de premiación. Allí reconocemos los méritos de colegas y los elevamos a la categoría de Honorary Fellows, también estimulamos a las estrellas en ascenso (mejor tesis de doctorado, mejor libro y mejor artículo en la CER).
Además, organizamos otro tipo de rituales, menos formales, no sujetos al juicio de comités, pero con valor simbólico para quienes somos partícipes de esas celebraciones. Por ejemplo, una fiesta para festejar el cumpleaños 90 de Andreas Kazamias, el año pasado, en Atlanta, donde bailó como Zorba, El Griego, sobre una silla. O como en la conferencia de México, donde convoqué a exdiscípulos de Martin Carnoy para rendirle un homenaje al mentor de casi un ciento de graduados bajo su tutela del doctorado en Educación Comparada de la Universidad de Stanford.
Escojo con maña los ejemplos. Andreas en un defensor del viejo espíritu de la educación comparada, en cada sesión en la que participa como observador es el primero en pedir la palabra y reclamar “¿Dónde quedó el alma de la educación?” Y critica las tendencias de las nuevas ciencias sociales, alejadas del humanismo. Iveta Silova, en un maravilloso relato, le rinde honor al viejo griego que exuda emoción: “La respuesta de Andreas Kazamias radica en la Paideia o la educación del alma, es decir, el cultivo de habilidades no cognoscitivas, conocimiento estético, valores y disposiciones, así como conocimiento emocional y sentimientos, los atributos clave de la tradición humanista clásica, que han sido borrados gradualmente de las conceptualizaciones modernas de la educación”. Iveta sugiere que “el alma” de la educación comparada puede equipararse al búho que carga Atenea en su hombro, que reaparece en alguna bruja de la Edad Media (o en el tecolote de un chamán de la meseta purépecha), o en Alicia, quien viaja al país de las maravillas o en otros relatos fantásticos.
Martin Carnoy se encuentra en el otro polo, un científico social que usa herramientas cuantitativas y análisis sustentados en teorías para crear obras notables —por ejemplo, La educación como imperialismo cultural o La ventaja académica de Cuba— bajo perspectivas radicales. En la mesa que dispuse para ensalzar su labor, nada más él presentó un ensayo (raíz de un libro futuro), Can Education Contribute to a More Just Society in Latin America? Convoqué a tres de sus graduados: Carlos Alberto Torres, de la década de los 80; Paula Louzano, de los 90; Thomas Luschei, de la primera de este siglo, los tres con carreras académicas de distinción. Para presidir la sesión, invité a José Ángel Pescador, exsecretario de Educación Pública de México, su alumno en los 70.
Pienso, con Kazamias, que el alma necesita alimentar ese ego que nos permite seguir adelante, aun en tiempos de adversidad. También estoy convencido de que una forma de perpetuar nuestro hacer profesional es reconocer a pioneros y a mentes que brillan, aunque pertenezcan a tribus diferentes y representen polos intelectuales opuestos.
Referencia: Iveta Silova (2018): “Searching for the Soul: Athena’s Owl in the Comparative Education Cosmos”, European Education (https://doi.org/10.1080/10564934.2018.1462665). Descargado el 8 de mayo de 2018.