La Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ) es una de las pocas universidades públicas que eligen a sus directores y rectores por medio del voto de profesores y estudiantes. Además de esto, creo que es la única que, mediante este proceso de “auscultación”, mantiene una imagen de calidad académica hacia el exterior, lo cual es reflejo de su fortaleza interna.
El 23 de mayo pasado se eligió a 13 directores de facultades y de la Escuela de Bachilleres y me tocó la fortuna de participar en una terna para encabezar la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS). Que un académico pase a ser candidato es una experiencia muy distinta a preparar una clase o publicar un paper, pero también muy enriquecedora.
En primer lugar, me atraía la idea de construir un proyecto para la Facultad más allá de los estándares clásicos de “calidad” universitaria. Sí a las acreditaciones, evaluaciones e indicadores de desempeño pero bajo un referente normativo claro: la ampliación de capacidades de todos los jóvenes (549) y el respeto y cumplimiento de las expectativas de profesores (74) y trabajadores administrativos. Como investigador de la educación, me he pasado más de una década criticando la manera de operar de las escuelas y universidades, así que había que poner en práctica lo aprendido.
Pero estar en campaña durante una semana me enseñó más cosas de las que podemos asir en el cubículo o en el seminario. Fue muy interesante ver cómo los jóvenes universitarios actuaban y tomaban posición fuera del salón de clases. Ante el inminente riesgo de prácticas clientelares que provoca la forma de elección en la UAQ, hubo grupos de jóvenes que alzaron la voz pidiendo que los docentes nos contuviéramos en revelar abiertamente nuestras preferencias electorales y los dirigiéramos. Esto es tanto positivo como extraño. Positivo porque el joven no quería recibir influencia externa para elegir a sus autoridades, pero extraño porque se trató de despolitizar una acto netamente político, lo cual, es una aberración.
De hecho, tengo la impresión de que pronto en la UAQ vamos a tener que resolver esta tensión. Por un lado, se promueven métodos abiertos de elección de directores y rector pero, por otro, las reglas para la competencia se tornan más rígidas y verticales. Así como hubo jóvenes que se organizaron para no recibir influencia externa para votar, otros, mediante las redes sociales, subrayaron rasgos de una competencia inequitativa. Los jóvenes universitarios nos están entonces llamando a reflexionar sobre la importancia de construir autoridades de una manera distinta, ¿los vamos a escuchar?
Creo que se infantiliza al universitario cuando las reglas no permiten que durante las presentaciones públicas – a las que los candidatos teníamos obligación de asistir -, se pregunte abiertamente, sino por escrito. Tampoco el debate público era algo que atrajera muchos adeptos. Junto con un espléndido y comprometido equipo de trabajo, tuve la oportunidad de defender que estas dos prácticas estuvieran presentes en los distintos campi regionales de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (Amealco, Cadereyta y San Juan del Río). De hecho, hubo jóvenes que así lo solicitaron abiertamente constatado rasgos de modernidad y carácter democrático, pese a la mirada nerviosa de algunos.
Para mi, ya es memorable el debate que sostuvimos mis compañeros y yo en el ágora de nuestra facultad frente a los estudiantes. Ahí los jóvenes, con cierta dosis de jocosidad pero también con madurez, escucharon las propuestas de los tres candidatos a dirigir la Facultad y sobre todo, en mi caso, ratifiqué públicamente lo que trato de enseñar en el salón de clases: la importancia de la crítica, la no tergiversación del argumento opositor para descalificarlo y el uso de la razón puesta en argumentos y contraargumentos para defender, en este caso, no una idea o teoría, sino un proyecto académico e institucional.
La efímera campaña acabó y vino la votación, la cual no me fue favorable, pero como buen ciudadano y respetando los compromisos firmados ante las comisiones electorales, acepté los resultados y opté por felicitar públicamente a mi colega. Claro que no es agradable perder cuando uno cree que hay caminos distintos para ampliar la presencia de la universidad pública y se trabaja de manera incansable para lograrlo. Pero, la frustración es inherente a la vida. Los investigadores regularmente la experimentamos cuando una revista nos rechaza un paper que nosotros juzgamos de calidad o cuando no se nos financia un proyecto que, según nosotros, va a ser la “punta de lanza” en algún campo de estudio.
Estas aspiraciones no cumplidas son acicate de otras cosas y normalmente originan renovados pensamientos, ideas y acciones. Por ejemplo, después de esta experiencia político-académica, me pregunto: ¿cuándo empezó la campaña por la dirección si el voto ponderado (27%) me ubicó en segundo lugar? ¿Por qué colegas y estudiantes con trayectorias tan distintas e historias institucionales tan variadas respaldaron libremente mi proyecto basado en la transformación académica? Al vivir este magnífico tiempo, advertí un sentido de unidad que me revelaba una responsabilidad distinta a la que ya ejerzo como investigador y ciudadano y por enseñarme esto, va mi sincero agradecimiento a estudiantes, maestros, amigos y contrincantes.