El año 2020 pasará a la historia como el año en el que el mundo se detuvo. Ahora, vivimos en la virtualidad. Las calles de todas las urbes y ciudades del mundo están desoladas; las personas también están desoladas, atrapadas en su propio aislamiento. El mundo se detuvo de golpe. Se acabaron las prisas, el tráfico, el ruido, los comensales, las aglomeraciones y, junto con ellos, las escuelas. ¿Qué hacer?
Esta crisis, como muchas otras, pasará. Y cuando pase, después de un tiempo, otra crisis llegará. Y volverá a pasar y así. Por tanto, la lección es adquirir habilidades para enfrentar y superar crisis, incertidumbre y desolación. ¿Cuál es el dominio de conocimiento que nos otorga esas habilidades? Liderazgo, empezando por uno mismo. Ser líder de uno mismo significa levantarse aún y cuando el cuerpo y la mente se resistan; leer y ser creativo cuando todo parece inútil, inerte, inamovible. Aprender algo nuevo; escribir algo nuevo; hacer algo diferente. Por ejemplo, si el encierro ocurre entre familias con hijos en edad escolar, en lugar de obsesionarse por cumplir un currículo que no podrá cubrirse de cualquier manera, aprovechar el momento para estar con los hijos, disfrutar, conversar, jugar juntos, relajarse juntos, crear juntos.
Si uno esta solo, o acompañado, y con abundancia de tiempo, que es lo que la mayoría ahora tenemos, es tiempo de escribir esa novela, ese cuento, esa poesía, o pintar ese cuadro, o arreglar la casa, cultivar o cuidar plantas, componer una pieza musical, aprender un idioma, y, por qué no, ver una película interesante en familia. Es tiempo de meditar, de apreciar la vida, de pensar en las prioridades, de valorar lo que uno tiene, de cuidar la naturaleza, de discernir formas de ahorrar en todo, de reducir los desperdicios y la basura, de reciclar.
Lo más triste de todo, sería que cuando la crisis termine, regresemos al mundo como éramos antes, es decir, dominados por el ímpetu individualista, donde la única empatía que practicamos es con nosotros mismos. Necesitamos una nueva humanidad: más global, menos nacionalista, menos individualista, menos destructiva, menos avara, menos cruel y más empática, más cooperadora, más ligera, más productiva, más responsable con el medio ambiente, más justa y menos ideológica.
No fue la fuerza de la justicia, ni el éxito de los mercados, ni las organizaciones internacionales lo que unió a la humanidad y la detuvo a pensar, fue un virus. Un coronavirus que, a pesar de ser un microorganismo tremendamente insignificante y no celular, solo se reproduce al secuestrar de manera sinuosa y furtiva a otros organismos celulares muy complejos como ocurre con el ser humano con alrededor de 37 billones de células. En este caso menos es más. Lo único que nos queda es actuar con inteligencia y liderazgo. La crisis pasará, lo que quedará es el aprendizaje individual y colectivo.
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