El jueves 25, el equipo que dirige la Secretaría de Educación Pública tuvo una sesión virtual para evaluar las secuelas de un ciclo irregular (pandemia obliga) en la educación básica y prepararse para el futuro inmediato. Observé dos mensajes encontrados.
El primero, de preocupación por lo que viene, por las dificultades que enfrentarán niños, padres de familia y maestros y cierto tipo de prevenciones para aminorar el daño que causó la suspensión del calendario por el c ovid-19. El epígrafe de este artículo resume esa postura. El segundo mensaje ratifica el tono triunfalista que caracteriza a este gobierno.
¡Qué bueno que la SEP lance una alerta temprana y motive a los maestros a ir a buscar en sus casas a los niños que no asistan a clases y traten de que no abandonen la escuela! Una señal importante y oportuna que, es casi seguro, respaldará la dirigencia formal del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación.
Aún no es posible medir las secuelas de la pandemia en la educación nacional, ni siquiera sabemos cuándo terminará. Por eso, varios sectores aplaudieron la declaración de la semana pasada del secretario Moctezuma de que no habrá clases hasta que todos los semáforos estén en verde.
Me pareció sincero el reconocimiento que el secretario Moctezuma y el subsecretario de Educación Básica, Marcos Bucio Mújica, hicieron los maestros por su labor en tiempos arduos.
No obstante, en el otro plato de la balanza se dispuso una exageración. El secretario afirmó que, gracias al programa Aprende en Casa, los alumnos alcanzaron los aprendizajes esperados y se cubrieron los planes y programas de estudio. Este tipo de aserciones que no tienen fundamento en la realidad, deprecia los esfuerzos que hizo la Secretaría en plazo breve y con recursos escasos.
La reserva del subsecretario Bucio, sin embargo, pone un aviso infausto, calcula que alrededor de 800 mil alumnos que acreditaron la secundaria no transitarán a la educación media. No se necesita ser adivino para prever que la mayoría de ellos proviene de las clases pobres. Tampoco para augurar que habrá migración de la educación privada a la pública debido a la crisis económica. Vienen tiempos difíciles.
El discurso de alabanza propia, al no tener refrendo en la mente de la mayoría, conduce a disminuir la credibilidad en la expresión de la autoridad. Y, con todo y que las intenciones de trabajar duro sean genuinas, no siembran confianza.
RETAZOS
En mi artículo del miércoles 24, tanto en el título como en el texto, puse el acrónimo Conaedu para referirme a la Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación. La convención correcta es Mejoredu. Un error imperdonable. A pesar de ello, pido disculpas formales a los lectores, a la institución y a la dirección de Excélsior.