En la Constitución está plasmado, y es fruto de una lucha histórica, que la educación es un derecho. El enfoque de derechos, al que nuestra nación se sumó de propia voluntad al signar las convenciones internacionales, desde 2011 tuvo una aclaración necesaria: se modificó el Artículo Primero, para precisar que la Constitución no “otorga” derechos, sino que los reconoce, pues son anteriores y superiores a las leyes escritas, incluida la Ley Fundamental misma, e inseparables de las personas, irrenunciables. Además, se determinó que el “orden convencional” es materia constitucional, es decir, que pactos y tratados de derechos humanos deben funcionar en México como si fuesen parte de la Constitución.
Dicho eso, los titulares del derecho a la educación son todas las personas, pero en manera eminente y gozando de protección especial para el ejercicio de su derecho, las niñas y los niños. Todos sin excepción, en cuanto conformamos la sociedad, somos responsables solidarios de no impedir, fomentar y defender el derecho de niñas y niños a la educación. Y las autoridades legalmente constituidas son “titulares de las obligaciones”, no sólo deben actuar como toda otra persona, sino tienen el deber específico de “garantizar” el ejercicio de los derechos; es decir, hacerse responsables de las condiciones para que esos derechos los ejerzan todas y todos, sin restricción ni limitación injustificada.
En Mexicanos Primero defendemos en forma militante que el derecho a la educación es eminentemente el derecho a aprender, y no estamos solos en ello. La reflexión internacional, desde una muy sana y variada pluralidad, apunta a que la inscripción, el acceso o la “cobertura” es un parámetro inicial de cumplimiento, pero que estaríamos siendo laxos y en el fondo injustos si consideramos que un gobierno hace su tarea con la provisión de escuelas y libros, y con la contratación de maestros. Es necesario, imprescindible, pero no suficiente. ¿Para qué tenemos sistemas escolares? No para entretener, guardar, contener o “concentrar”, como si fuesen prisioneros o inmigrantes no deseados, a la generación joven. Es para aprender.
Nueva polémica. En nuestro país, una concepción muy rústica del aprendizaje lo confunde con los contenidos curriculares, o sólo las destrezas cognitivas. El aprendizaje se expresa en un sinfín de aprendizajes concretos: es un proceso, no una cosa o contenido. No es una lista de datos a escupir en un examen. No es una marometa, como en la que se entrena a un can de circo. Es el entramado de conocimientos, actitudes y valores, de disposiciones a la acción y capacidad de solución de problemas que se activan en cada persona. Hay aprendizaje ético y socioemocional, artístico y, por supuesto, sobre la corporeidad, la alimentación, los afectos y el trabajo en equipo.
Y doy esta larga vuelta para criticar con severidad la decisión del INEE de cancelar la prueba PLANEA en educación básica, originalmente prevista para este año. El INEE no opera el conjunto de la aplicación, pues eso es responsabilidad de la SEP. Pero tiene el mandato de identificar y administrar la prueba en una muestra cuidada, capaz de darnos datos válidos y confiables para juzgar el desempeño en los dominios de matemáticas y lenguaje en el conjunto del país, desagregado a lo que es representativo por modalidades y las 32 entidades (por eso se llama “PLANEA-ELSEN”, por “Evaluación de Logro del Sistema Educativo Nacional”).
La Junta de Gobierno aduce que el brutal recorte de presupuesto que propuso Hacienda y le impuso la Cámara de Diputados les impide realizar la tarea. Me parece que no entienden que no entienden. Están por cerrar operaciones, pues el proyecto dominante del Poder Ejecutivo Federal no ha sido ni tímido ni ambiguo: está empeñado firmemente en desaparecer el Instituto, y tiene de aliado a mayorías contundentes en la Cámara de Diputados; en el Senado es incierto. Interpusieron tardíamente, como los músicos que afinan en la cubierta del Titanic, una controversia constitucional para buscar revertir el recorte. Pero la tarea más noble, menos cuestionable, en muchos sentidos la razón de su existencia, que es responder a la pregunta “¿Y los niños aprenden?”, de esa tarea están desertando. Una despedida digna y memorable hubiese sido gastar todo el remanente, renunciar a todo lo demás para dejar al menos la última pieza de evidencia para servir a los niños, que es su justificación última.
Perdieron la oportunidad de dar bofetada con guante blanco, que en esto podía ser guantelete de hierro, a una administración federal que ha mostrado hasta ahora una gran capacidad de desarticular pero todavía una muy baja capacidad de poner en lugar de lo anterior opciones más sólidas y acreditadas. No sólo descorazona su desconocimiento y ligereza, sino su extrema sensibilidad, irritable ante la crítica fundada. Pero la dirigencia del INEE no se pone a la altura de servir de moraleja, y al cancelar PLANEA contribuye a aquello que ha criticado con intensidad en las últimas semanas; nos deja a ciegas, y sobre todo deja pasar una ocasión de oro para mostrar su valía. Ojalá recapaciten. Se olvidan de a quién servimos.