Lo de hoy es demandar una educación que produzca sujetos “empleables”. Coincido, pues resulta difícil imaginar un sistema educativo digno de tal nombre que no le ofrezca a sus egresados lo requerido para poder obtener y desempeñar un trabajo que les permita ganarse la vida (de preferencia, legalmente, y con un sueldo digno). Pareciera algo básico, elemental.
Las declaraciones al respecto del presidente Obama de comienzos de este año parecieran ir justo en esa línea y expresar, en ese sentido, algo cercano a lo obvio. El problema, sin embargo, es que muy poco de lo que se dice y se discute públicamente acerca de la relación entre educación y empleo alcanza para propiciar una conversación comprensible o fructífera sobre el tema.
En primerísimo término porque la insistencia en la empleabilidad como objetivo educativo no suele ir acompañada de definiciones claras y sustentadas sobre los atributos que hacen que alguien sea empleable. En segundo lugar porque, si bien de forma implícita, tal insistencia tiende a privilegiar formaciones técnicas, y a centrarse en lo cognitivo por sobre todo lo demás.
La educación vocacional es, sin duda, importante y debiera tener un espacio en cualquier sistema educativo. Pretender que toda la educación o, al menos, la media superior y superior se oriente a lo vocacional pareciera, sin embargo, un despropósito completo. Para empezar, porque no sabemos (y probablemente no podemos saber) qué tipo de habilidades técnicas específicas requerirá la economía mexicana – o cualquier otra- en 20 años o en 30 años. Para acabar (y justo quizá por ello), porque de lo que debiera tratarse la escuela es de dotar a sus alumnos de las herramientas para convivir, navegar y producir en un mundo cambiante e incierto. Esas herramientas son, en parte técnicas, pero son, fundamentalmente, generales: dominio de lenguajes diversos, pensamiento abstracto, capacidad para formular preguntas, para interpretar y completar los datos.
En relación al énfasis en lo cognitivo (lo intelectual) implícito en la insistencia en la empleabilidad y en buena parte de los discursos sobre lo educativo, habría que decir que importa mucho, pero no es, en absoluto, lo único que importa. De hecho, la investigación más reciente y robusta en temas educativos (además de, seguramente, la experiencia de más de un lector de este periódico) ha mostrado que las habilidades no cognitivas (por ejemplo, la persistencia, la disciplina, la puntualidad, la capacidad de cooperar con otros) son tanto o incluso más importantes que las cognitivas a la hora de conseguir un buen trabajo.
En resumen, un buen sistema educativo no es aquel cuya finalidad primordial es producir sujetos empleables. Un muy buen sistema educativo es aquel que, en el camino de empeñarse en darles a sus alumnos los saberes y las destrezas para construirse vidas propias y para ser parte activa de las diversas comunidades a las que pertenecen, los dota de lo requerido para ganarse la vida.
Falta discutir más la lista mínima de los saberes y destrezas fundamentales para formar mexicanos a un tiempo libres y sociales para el siglo XXI, pero yo diría, para arrancar, que habría que concentrarse en los siguientes: civilidad (i.e. cero tolerancia a la violencia); dominio del español (hablado, escrito y leído); habilidad para formular y resolver problemas –no sólo para repetir definiciones o recetas; capacidad para operar con lenguajes simbólicos –en particular, el de los números; aprecio por el arte y los horizontes que abre; destreza para interactuar y producir cosas con otros; capacidad para discriminar, analizar y emplear información abundantísima; inglés; puntualidad, honestidad, respeto y aprecio por la diversidad; así como amor por lo propio y apertura al mundo.
Publicado en El Financiero