De repente, en una calle cualquiera, aparecen, se asoman. Inconfundible color e inevitable la sorpresa: han vuelto las jacarandas. Cada año sin falta. ¿No habrán llegado temprano? Así como el calor, la lluvia o el frío nos parecerán más fuertes en comparación con el ayer anual, o menores acaso, sin contar con evidencia clara (solo con la certeza frágil que brinda el recuerdo), al asomarse a nuestra vista esa luz única en medio del verde de otros árboles, diremos a los amigos que brotaron pronto o se tardaron. Hay desacuerdo. No importa: en nombre de quien esto escribe y de todos mis compañeros: bienvenidas.
Vienen como si estuviera zurcida su expresión de esperanza a la mirada de las muchachas, y la valenciana del pantalón de los muchachos, que se anotan para hacer el examen único a la educación media superior. El registro terminó el 6 de marzo para los que su apellido inicia con X, Y o Z. No son pocos, tal vez 350 mil en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México. Como las jacarandas, son luz, horizonte, expectativa. Anuncian proyectos de vida. Casi todos con 15 años y contando. En el otro lado de la acera, caminan sus mayores de 18. ¿A dónde van? A llenar el formato para hacer, también en unas semanas, el examen que da entrada a la UNAM. Son 120 mil. Sumados, los dos grupos equivalen a más de cuatro veces la entrada completa del Estadio Azteca, nada más en este trozo del país. Tres millones en toda la república, quizá más, son los jóvenes que le apuestan a la educación media y superior.
Los primeros sortearon todos los obstáculos que la educación básica les puso, o anduvieron por caminos reales: eso depende de sus condiciones sociales de origen y ambientes escolares previos. Llegar a “la Prepa” no es sencillo para muchos. En la banqueta de enfrente, donde van los que ya tienen o están a punto de conseguir su credencial del IFE, son parte de los que no fueron lanzados de la escuela durante los tres años anteriores: la educación media abandona, o la dejan debido a la acumulación de desventajas sociales, académicas e, incluso, por carecer de sentido vital, 600 mil estudiantes cada año. Intentar un lugar en las universidades es propio de sobrevivientes.
Los pronósticos no son alentadores. Al menos en la capital, de los 120 mil aspirantes a ser Pumas lo lograrán 12 mil. Uno de cada 10. Y en la educación media, conseguir la primera opción en el Examen Único de ninguna manera es lo normal: eso sí, 80% hallará sitio en una de sus 5 primeras opciones. No hay quinto malo. ¿Será percibido por los aspirantes como éxito, consuelo o un simple sin remedio?
Porfiar en el sendero educativo es persistir en la esperanza de la movilidad social a través del estudio, y si ya no, o no tanto, al menos en “ser alguien en la vida”. Para millones es la única herencia posible y han puesto el hombro para que se apunten al examen sus hijos. ¡Ánimo!
Es cierto, las jacarandas florecen, encienden, iluminan la ciudad. Curan el ánimo o atemperan la desazón. Igual pasa al advertir a los millones que tocan la puerta de las escuelas. Lo malo es que, semanas después, el ventarrón de la desigualdad, el desastre educativo anterior y la tacañería de los gobiernos que han talado el crecimiento de espacios de educación pública, tumbarán a decenas de miles al suelo como a la flor de las jacarandas el aire. Morderán el polvo y serán barridos, tirados a un saco: reprobados. No es cierto. Lo que truena es el país.
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México
Publicado en El Universal