Laura Ramírez (*) Este texto fue publicado originalmente en Animal Político
¿Es democrática la escuela? ¿Hay espacios para que las y los estudiantes tomen decisiones sobre su proceso educativo? ¿Existen mecanismos para escuchar las propuestas de niñas, niños y jóvenes?
Cuando hablamos de educar, surge una gran variedad de temas pertinentes para que las personas puedan desarrollar sus habilidades plenamente. Nadie discute el papel de la escuela para trasmitir contenidos académicos, es decir, aquellos relacionados con lo cognitivo: la lectoescritura, las operaciones aritméticas, el método científico, por ejemplo. Se complica un poco la mirada cuando se piensa en qué otros contenidos tenemos que aprender las personas. Hay voces que -con justa razón- claman por educación financiera, educación para la sustentabilidad, educación sexual, habilidades tecnológicas, entre muchas otras posibilidades.
Cada vez queda más claro que las habilidades cognitivas son importantes para el mundo actual, pero también surge con fuerza una reflexión sobre el papel de la escuela para desarrollar habilidades emocionales, habilidades sociales, que la escuela sea un espacio para la educación ciudadana y que contribuya a la formación de las personas para desenvolverse y aportar a las sociedades democráticas.
En ese contexto, el pasado 18 de noviembre se realizó en Quito, Ecuador, el Foro Regional: “Retos y Oportunidades de los Jóvenes en la Educación”, un espacio organizado por la Red Latinoamericana por la Educación REDUCA y por el Ministerio de Educación de Ecuador, en el que se reflexionó sobre la importancia de la educación para la juventud y sobre todo, contó con la presencia de jóvenes que aportaron su visión de cómo lograr una escuela más incluyente y pertinente.
En este marco, Mexicanos Primero -organización fundadora y representante de REDUCA en México-, participó en una conversación con la representante de la Organización de Estados Iberoamericanos en Ecuador y una estudiante de secundaria sobre el papel de la escuela pública en la educación ciudadana.
La primera reflexión que surgió es que hay una tarea pendiente para cambiar la mentalidad de la sociedad en cuanto a cómo se ve la democracia en la educación. Hay un debate enraizado sobre si la democracia debe enmarcarse en una materia o si es transversal en el espacio escolar, pero no hay todavía una conclusión profunda sobre la organización escolar. ¿Es democrática la escuela? ¿Hay espacios para que las y los estudiantes tomen decisiones sobre su proceso educativo? ¿Existen mecanismos para escuchar las propuestas de niñas, niños y jóvenes? La respuesta a estas preguntas es que falta camino por recorrer.
Si pensamos en que el derecho a aprender se compone por tres dimensiones: estar, aprender y participar, queda en evidencia que difícilmente se podrá garantizar ese derecho si la escuela no abre verdaderos espacios de participación para las y los estudiantes, desde el preescolar y hasta la educación superior. A participar se aprende participando y no podemos pretender tener ciudadanos democráticos si en la escuela no se pueden ejercer las competencias para ello. Es verdad, las NNJ antes de los 18 años no votan, pero no por ello deben quedar fuera de las decisiones que les competen; la participación está garantizada en varias leyes nacionales y convenios internacionales firmados por todos los países de la región, entonces ¿por qué la escuela queda fuera de esto?
¿Cómo podemos caminar en la región hacia entornos más democráticos? El tema es amplio y complejo porque implica repensar la escuela y cambiar muchas formas de operar; en este foro se plantearon algunos puntos que pueden ser relevantes:
Una escuela que ve la participación de sus estudiantes como algo valioso para tomar decisiones conjuntas sobre el aprendizaje y el clima escolar; esto implica formación docente y espacios participativos desde la primera infancia con el principio de autonomía progresiva: es decir permitiendo que las niñas y niños tomen decisiones de acuerdo a su edad y nivel de desarrollo y aumentando las posibilidades gradualmente.
Una escuela que aprovecha las metodologías innovadoras para el aprendizaje: la región está incluyendo en sus marcos curriculares nuevas formas de aprender en el aula, el aprendizaje basado en proyectos o la investigación – acción son ejemplos de ello y abren posibilidades para que las NNJ puedan decidir qué quieren aprender y cómo quieren y necesitan hacerlo. Las prácticas en el aula están cambiando y es una oportunidad valiosa para incluir las perspectivas de las y los estudiantes y contribuir a que tengan un papel más activo en su proceso de aprendizaje.
Ver a las NNJ como agentes de cambio: esto implica escucharles, incluir sus visiones en las decisiones escolares y también en otros espacios sociales; entender que ellas y ellos pueden plantear soluciones valiosas para los temas que nos aquejan como el cambio climático y la violencia escolar y que su voz esté presente en diferentes espacios de política pública y toma de decisiones.
Hay coincidencia en América Latina sobre la importancia de que la escuela sea un espacio más democrático, se requiere entonces empezar a pensar en cómo lograrlo y para ello es imprescindible cambiar la mirada: incluir a las NNJ en las decisiones de cómo es la escuela que necesitamos; salir de las prácticas adultocentristas, generar espacios dentro y fuera de la escuela verdaderamente participativos. El reto es grande pero la recompensa de formar ciudadanos más participativos será clave para superar los retos que las sociedades latinoamericanas enfrentan en la actualidad.
* Laura Ramírez (@Laurami0316) es directora de Fortalecimiento de comunidades educativa de Mexicanos Primero