Martín López Calva
Yo lo pongo como una crítica: me critico a mí, a mis colegas, de que a veces no nos abrimos y no vemos que hay gente mucho más brillante que nosotros que estuvo planteándose las mismas preguntas que nos planteamos en el laboratorio. Cuando yo estudio la memoria, por ejemplo, qué hacen las neuronas, cómo es el proceso, la filosofía tiene mucho para aportarme, porque estas preguntas ya se las hacía Aristóteles. Hace unos años hice un descubrimiento de un tipo de neuronas que no había visto nadie: si yo no hubiera leído el cuento «Funes el memorioso» estaría muy limitado explicando lo que encontré. Borges me abre todo el panorama de la significancia que tiene lo que descubrí. Entonces, la pregunta que estoy contestando deja de ser técnica de neurociencia, pasa a ser una pregunta fundamental. Yo no estoy contestando ahora cómo es el proceso neuronal de formación de una memoria, estoy contestando qué nos hace humanos. Ese cambio, esa perspectiva a mí me la dan la literatura, la filosofía, el arte, salirme de mi traje de científico.
Rodrigo Quian Quiroga. El yo es quizá la construcción más elaborada del cerebro. Entrevista realizada por Mariana Toro Nader. En Ethic. 6 de marzo de 2024.
Estamos viviendo tiempos difíciles para la ciencia, las humanidades y el conocimiento riguroso en general. Como decía la semana pasada citando a Marina Garcés (cfr.) nos han tocado tiempos de increencia en todo lo que tiene fundamento en la experimentación empírica, la reflexión filosófica o teórica y la interpretación rigurosa, pero al mismo tiempo estamos en una sociedad global profundamente crédula que se cree todo lo que alguien popular inventa y pública o lo que los medios y las redes sociales nos venden cada día.
Esto hace aún más difícil enfrentar el reto histórico de nuestro sistema educativo respecto a la formación de vocaciones científicas y tecnológicas o de humanistas y científicos sociales de primer nivel. En ese aspecto tenemos una enorme deuda con generaciones y generaciones de mexicanos que han padecido una educación -pública o privada- de calidad deficiente, que ni siquiera cumple con los mínimos aceptables para formar personas empleables en el mercado laboral cada vez más exigente.
En este sistema de enormes carencias en los aprendizajes de las distintas disciplinas han surgido, como excepciones que confirman la regla más que como lo normal, algunos “garbanzos de a libra”, personas con talento excepcional para las ciencias y las humanidades que además han tenido la suerte de ir encontrando las veredas por las cuales transitar para vencer los obstáculos y llegar a concretar una buena formación en las universidades y centros de investigación de excelencia que sin duda tenemos en el país, aunque son desafortunadamente minoritarios y en los últimos años cada vez menos apoyados y aún atacados por el gobierno que debería impulsarlos y garantizar su sostenibilidad financiera, legal y operativa.
Después de esa formación, una aún más pequeña minoría de estos talentos han podido acceder a una de las muy pocas plazas que se ofrecen en estas universidades o centros de investigación y desarrollar una carrera que ha dado prestigio internacional a la ciencia y a las humanidades de nuestra nación, en condiciones que tampoco son óptimas para lograrlo.
Otro buen número de estos grandes científicos o humanistas han tenido que emigrar. La fuga de cerebros ha sido como una hemorragia que ha dañado lo que podría ser un proyecto sólido de país, sustentado en el conocimiento científico y la reflexión filosófica, además de la producción artística que es un tema que merece un espacio aparte.
Nuestro país es como un semillero muy productivo de pensadores potencialmente relevantes en todas las disciplinas científicas y humanísticas que muchas veces se pierden o tienen que emigrar debido a que no existen las tierras fértiles, los recursos materiales y las manos comprometidas con el cultivo de estas semillas.
Sin embargo, tratando de ver el vaso medio lleno, podríamos aprovechar este rezago como una oportunidad para ahorrarnos el tránsito que han hecho otros países, desde una formación científica que podríamos llamar técnica, objetivista o positivista que se caracteriza por la hiperespecialización cerrada y la negación del valor de las humanidades y las artes, hacia una visión científica más integral y humanizante, como la que expresa el neurocientífico al que entrevistan en Ethics de donde tomo la cita para iniciar este artículo semanal.
Como lo expresa el Dr. Quian Quiroga en esta entrevista, en los países en los que se ha avanzado más en la formación y desarrollo de las vocaciones científicas, resulta necesaria una autocrítica para reconocer a los grandes pensadores de la historia que se han planteado hace muchos siglos las preguntas que ahora en el laboratorio se empiezan a responder. Por ejemplo, el caso del estudio de las neuronas que como dice el científico puede alimentarse con cuestionamientos que Aristóteles se hacía hace ya mucho tiempo.
La literatura puede aportar también muchos elementos para entender los descubrimientos de las neurociencias o de otras disciplinas de las ciencias “duras” y darles sentido, como en el ejemplo que se plantea acerca de la relevancia del cuento Funes el memorioso, de Jorge Luis Borges que ayudó a este científico destacado a ampliar su campo de comprensión y el panorama de significancia sobre las implicaciones del tipo de neuronas recién descubierto por él.
Porque un científico de cualquier disciplina relacionada con la naturaleza y con los seres humanos, no solamente está explicando cómo funciona cierto proceso, órgano o sistema biológico o de qué manera actúa el cerebro sino en el fondo está respondiendo a la pregunta fundamental sobre en qué consiste ser humano.
Formar científicos con esta visión amplia y esta capacidad de articulación de las ciencias, la filosofía y las artes para “quitarse el traje” de científicos es un desafío grande pero posible al menos de intentarse y planificarse ahora que estamos iniciando la instrumentación de un nuevo modelo educativo.
Es por ello que la llamada Nueva Escuela Mexicana desde sus muy rescatables planteamientos sobre la formación desde una mirada interdisciplinaria, puede ser una oportunidad para responder a los desafíos de este cambio de época que clama por científicos sensibles y abiertos al diálogo de saberes para comprender de una manera más completa el mundo en que vivimos y construir desde el conocimiento científico riguroso pero sustentado en una mirada humanista, las condiciones para que el conocimiento vuelva a tener la relevancia central que debería, en la construcción de un nuevo mundo posible.
Esto implica un enorme desafío en la formación de los futuros educadores y de los docentes en servicio. Primero para capacitarlos y concientizarlos acerca de la importancia de formar a las nuevas generaciones en la comprensión y valoración del conocimiento científico y segundo, para promover que en sus prácticas cotidianas sean capaces de ver a la ciencia en el marco del proceso de humanización de la especie homo sapiens-demens.
*La próxima semana no aparecerá este artículo. Reanudo mis entregas el lunes 15 de julio.
Publicado originalmente en e-consulta