“Un maestro afecta la eternidad; nunca puede decir donde termina su influencia” Henry Adams
Está claro que en aquellos países que hoy en día han desarrollado culturas más avanzadas en lo económico, social y político, ha sido gracias a la educación, al papel prioritario que esta ha tenido en el desarrollo de las personas y un rasgo que les caracteriza en primer lugar, es el aprecio, la confianza y el respeto que la sociedad le manifiesta en lo público y en lo privado, lo cual genera por mucho, las condiciones para que su desarrollo profesional realmente construya mejores realidades.
En el marco del Día del Maestro, se nos brinda una oportunidad invaluable para reflexionar sobre el papel fundamental que desempeñan las maestras y los maestros en la sociedad. Más allá de su rol educativo, es esencial reconocer al docente como un ser humano integral, con sus propias necesidades, aspiraciones y desafíos personales.
Cada día, nuestras y nuestros docentes se presentan en las aulas no solo como transmisores de conocimiento, sino también como figuras de apoyo, guías y hasta como segundos padres para muchos estudiantes. Es fácil olvidar que detrás de esa entrega hay una persona real con una familia, con compromisos y sueños propios. Estos profesionales de la educación frecuentemente sacrifican tiempo valioso que podrían pasar con sus seres queridos para enriquecer y cuidar el desarrollo de otras niñas, niños y jóvenes de sus centros escolares.
Reflexionar sobre estas realidades es crucial, no solo para valorar su trabajo, sino para empujar a una mejora continua en las condiciones en las que desempeñan sus labores. Para entender el valor que tienen para generar un futuro no solo diferente sino mejor. Para aspirar a un sueldo digno, a prestaciones que le den certeza familiar. El contar con medios que no le demeriten, con un ambiente laboral respetuoso y con recursos adecuados que son esenciales para que puedan desarrollar su trabajo de manera adecuada y con la pasión que los caracteriza. El reconocimiento de estos factores no solo beneficia a las y a los docentes, sino que repercute directamente en la calidad de educación que reciben nuestras niñas, niños y adolescentes.
Es imperativo por tanto que, como sociedad, busquemos mecanismos que nos permitan ver y tratar a las maestras y maestros no solo como educadores en un centro educativo, sino como personas completas con necesidades complejas. Esto implica escuchar sus voces, entender sus retos, respetarles y responder de manera que se les permita crecer tanto profesional como personalmente.
Es necesario que como sociedad hagamos un fuerte compromiso para asegurarnos de que estos pilares de nuestra comunidad sean apreciados, reconocidos, valorados y compensados justamente. Recordemos que al cuidar de quienes educan a nuestras niñas, niños y adolescentes, estamos invirtiendo en el bienestar y futuro de toda la sociedad en su conjunto. Porque la educación es el camino…