Marcela Morales Páez y Rodolfo García Galván
Como contexto del panorama internacional de la educación superior de México, se parte de dos hechos que se han observado en la historia. El primero es que los antecedentes más claros de lo que es la universidad mexicana de la actualidad, pueden ubicarse desde los primeros años del periodo colonial, con una clara influencia de universidades españolas de su tiempo. Y aunque en las culturas mesoamericanas existen indicios de que también había esfuerzos sistemáticos para la preparación de los cuadros profesionales que se necesitaban, salvo excepciones, la comunidad académica nacional ha desatendido esos antecedentes. En segundo lugar, ya en el periodo del México independiente, las universidades e instituciones de educación superior (IES) siempre han estado fuertemente influenciadas por los modelos universitarios de otros países occidentales como Francia, Alemania, Inglaterra y, por supuesto, Estados Unidos. Dado lo anterior, es bastante plausible reconocer una fuerte presencia de los esquemas universitarios y de educación superior de las potencias occidentales en el transcurso de la historia moderna y contemporánea en México.
Otros rasgos que permiten identificar la influencia occidental son las políticas generales de la UNESCO, las directrices de las Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), así como la gran acogida de las políticas de la comercialización del conocimiento y la gestión de los derechos de propiedad intelectual promovidas por las universidades angloamericanas principalmente. Incluso, las políticas más neoliberales como el bono educativo propuesto por M. Friedman, al menos generaron un fuerte debate en nuestro país; aparte de que nuestro sistema universitario y de educación superior es muy dado a participar y alardear de ciertos rankings mundiales, que miden la “calidad” de las instituciones.
Sin embargo, el mundo cambia rápidamente, y las otrora hegemonías políticas, económicas y culturales van perdiendo gradualmente peso específico. Particularmente, desde los 2000 parece que el mundo se reconfigura, y el mundo unipolar comandado por Estados Unidos, poco a poco va cediendo a un esquema de grandes polos de poder en distintas partes del planeta. De este modo, a los grandes países occidentales tradicionales como Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Alemania se agregan otras potencias emergentes para influir no sólo su ámbito regional sino en todo el mundo; por ejemplo, China.
Además, como se muestra en el cuadro 1, si se miden las economías por el tamaño de su producto interno bruto en paridad del poder adquisitivo (PIB-PPA) en miles de millones de dólares, resulta que dentro del top ten mundial se encuentran cinco potencias emergentes, en orden del tamaño de su economía (China en primer lugar, India en tercer lugar, Rusia sexto lugar, Indonesia en el sitio séptimo, y Brasil en el noveno por encima de Francia). De la misma manera, si se consideran las veinte mayores economías por su PIB-PPA, ya no únicamente aparecen los países del autodenominado G7 (los siete países supuestamente más desarrollados del mundo) como los primeros en la lista, puesto que economías emergentes con un gran potencial como Turquía (lugar once), México (en el sitial trece), Arabia Saudita (en el lugar 17) y, sorprendentemente Irán, coexisten al lado o por encima de otras economías occidentales (ver cuadro 1), tradicionalmente consideradas desarrolladas.
Por otro lado, si se considera el tamaño de la población mundial, que en 2023 ya supera los ocho mil millones de habitantes, de acuerdo a los datos presentados en el cuadro 1, tan sólo cinco países emergentes dentro del G20 (China, India, Indonesia, Brasil y México) suman en conjunto poco menos de 3 500 millones de habitantes o, en otras palabras, poco menos de la mitad de la población mundial. Por su parte, sumando la población de los cinco primeros países desarrollados (Estados Unidos, Japón, Alemania, Reino Unido y Francia) tan solo alcanzan poco menos de 700 millones, o lo que es lo mismo 8.5% de la población mundial. Pero lo dramático, en términos poblacionales, para estos países del G7 es que desde hace muchos años padecen un proceso de despoblamiento y de envejecimiento, lo que de manera forzada o fortuita tiene que contrarrestarse con la inmigración, mucha de la cual proviene de las mismas economías emergentes como la India, México, China y Turquía.
Entonces, si nos asumimos muy grosso modo como humanistas en la acepción de la filosofía humanista clásica, claramente parece que el futuro de la humanidad está más del lado de las potencias emergentes, y aparte del frio comparativo de los datos económicos, el poder de estos nuevos polos mundiales también se deriva de sus propios habitantes (representando poder económico, político, social, cultural y militar).
A partir de lo anterior, es probable que cada vez sea más nítida la presencia de dos polos en México, respecto a las relaciones internacionales de nuestras universidades e IES. Por un lado, se encontrarán las fuerzas centrípetas conservadoras que seguirán en la trayectoria histórica de la fuerte influencia y presencia del mundo occidental en nuestro sistema de educación superior, con las realidades que ya conocemos. Por el otro lado, se ubicarán las fuerzas centrífugas disruptivas (hasta ahora pequeñas) que abogarán por una mayor apertura y diversificación de las relaciones; por ejemplo, podría intensificarse la movilidad y el intercambio con países hermanos como Brasil (auténtica potencia emergente); no obstante, existe un mundo prácticamente inexplorado en las relaciones educativas internacionales con grandes potencias en ascenso como China, India, Indonesia y Arabia Saudita.
La reconfiguración política y económica del mundo abre muchas oportunidades para nuestras universidades e IES, pero simultáneamente grandes desafíos multidimensionales, entre los cuales destacan los siguientes: (a) la formación para la coexistencia pacífica de un mundo multipolar donde el polo occidental tan sólo será uno más; (b) educación humanista crítica que respete y aprecie las diferentes manifestaciones culturales de todo el mundo; (c) asumir una responsabilidad y compromiso proporcional en cuanto a la problemática mundial y los distintos retos que se nos presentan como humanidad toda; (d) mayor demanda de conocimientos, capacidades-habilidades, destrezas y valores universales para insertarse en un mundo multipolar (pluriverso); y (e) inversiones cuantiosas en nuestro sistema universitario y de educación superior, precisamente para explorar y aprovechar las ventanas de oportunidades. Como sea, aquí sostenemos que una inserción exitosa en el nuevo mundo pluriversal que está en ciernes es un paso que abona a la civilización humana, acercando y hermanando países y culturas que hasta ahora parecen distantes. Al final de cuentas, nuestro hogar común es el planeta Tierra, y más nos vale llevar la fiesta en paz entre nosotros, y asegurarnos de que la biósfera pueda seguir siendo nuestra morada. En general, este proceso puede observarse como otro tipo de globalización, más incluyente y democrática.
Profundizando un poco más en los retos del sistema de educación superior para los próximos años, México como país emergente, miembro del G20 se ha ido rezagando en indicadores proxy de innovación tecnológica, y de cobertura de educación terciaria; por ejemplo, el indicador de esta última tan sólo está por encima de la India e Indonesia que registran las menores coberturas en el conjunto de las 20 mayores economías del mundo (ver cuadro 2); pero también se encuentra lejos de la cobertura alcanzada por otras potencias emergentes como la propia China, Brasil, Arabia Saudita e Irán. En efecto, nuestro país tendría que plantearse lograr una cobertura del 60% en el mediano plazo. Además, en cuanto a las solicitudes de patentes, México se encuentra lejos de Japón que tiene una población cercana al tamaño de la nuestra, y también de Corea del Sur con una economía de tamaño similar a la mexicana. Aunque no necesariamente se registre una relación proporcional mayor cobertura en educación superior mayor patentamiento, sí es lógico que entre mayor sea la cobertura en educación superior mayor será la probabilidad de solicitar patentes como indicadores de la actividad innovativa.
En cuanto a la masa crítica de investigadores, no es ningún secreto que ahí México igual registra un rezago importante, pues además de estar por debajo de Argentina, Brasil, Uruguay, entre otros, en el ámbito latinoamericano, si se considera el indicador del número de investigadores por cada mil de la población económicamente activa o de la población ocupada. Ahora bien, si se considera la posición de nuestro país en el seno de las 20 mayores economías, al considerar el dato de investigadores por cada millón de habitantes (ver cuadro 2), México se encuentra en el antepenúltimo lugar por la menor cantidad atrás de países como Indonesia e India respectivamente, y muy distante de países como Corea del Sur y España, e incluso Irán. En efecto, aumentar la masa crítica de investigadores es una medida necesaria para lograr una transformación productiva, económica y social, que lleve a mayores niveles de bienestar general.