Tirar un cable a tierra es bajar de la nube de posverdades y desánimo, y escuchar al corazón
Juan Martín López Calva
Si estás entre volver y no volver
Si ya metiste demasiado en tu nariz
Si estás como cegado de poder
Tirate un cable a tierra
Y si tu corazón ya no va más
Si ya no existe conexión con los demás
Si estás igual que un barco en alta mar
Tirate un cable a tierra…
…Si ya no hay nada que anestesie tu dolor
Si no llegas, si no alcanzas a verme
Tirate un cable a tierra
No creas que perdió sentido todo
Fito Páez. Un cable a tierra
No dificultes la llegada del amor
No hables de más, escucha al corazón
Ese es el cable a tierra…
Antes de comenzar quiero hacer notar que el título y el epígrafe de hoy se deben al impacto que aún me queda después de haber visto la extraordinaria serie El amor después del amor, que narra la historia de vida y las primeras etapas de la carrera musical del gran compositor, cantante y músico argentino Fito Páez, que está todavía entre las recomendaciones recientes de la más conocida de las plataformas de streaming. Si pueden verla, no se la pierdan.
Si bien no es uno de mis músicos de culto, tengo un buen número de años de disfrutar y ser un seguidor de su obra y varias de sus canciones me parecen extraordinarias, pero no conocía la canción de la que tomo los fragmentos que dan origen a la entrega de esta semana: Cable a tierra.
Pero no es solamente el disfrute de la serie o de la música de Fito lo que me hace tomar gran parte de la letra de esta canción de su autoría como pretexto para la reflexión de hoy, sino la aplicación que pienso que puede tener a uno de los desafíos de los educadores actuales. ¿Qué relación puede tener este texto poético con el quehacer educativo en estos tiempos postpandémicos en los que nos encontramos hoy?
Vivimos en una cultura global profundamente marcada por tres campos de elementos que resultan profundamente peligrosos para una educación que busque preparar para la vida a las futuras generaciones. Por una parte, en el campo cognitivo nos encontramos en el mundo de la infodemia, de la infoxicación o intoxicación de información, combinada con las llamadas fake news o noticias falsas y la llamada posverdad.
En esta visión del mundo que marca a los educandos prácticamente desde que nacen y los envuelve durante toda su experiencia cotidiana, hay tal cantidad de información que resulta prácticamente imposible, como decía Bauman, “separar el trigo de la paja”, lo que es válido de lo que no lo es. Además de esta avalancha de información, el mundo de las noticias falsas y la posverdad está sustentado en la desilusión de la razón y en la negación de toda posibilidad de conocer algo verdadero. En el mundo de hoy no importan las pruebas, las evidencias o los hechos, sino la viralidad o popularidad de una narrativa que se impone sobre las demás y que confirma nuestros sesgos ideológicos o reafirma nuestras creencias.
Por otra parte, en el campo afectivo-emocional y especialmente después del período crítico de pandemia, nos encontramos hoy en una crisis de proporciones nunca vistas en las que las experiencias de soledad, la baja autoestima, la carencia de afecto y amor y la creciente incertidumbre causada por las múltiples amenazas del mundo actual, están generando situaciones de ansiedad, depresión y falta de sentido de vida en un gran número de niños, adolescentes, jóvenes y aún de adultos.
Este fenómeno de pandemia silenciosa a nivel emocional y de sentido de vida produce la necesidad de evasión, de olvido, de aislamiento de la convivencia con los demás que se resuelve muchas veces “metiéndose demasiado por la nariz” o por la boca -el consumo y abuso de sustancias que aparentemente solucionan la angustia existencial y hacen olvidar, al menos temporalmente los problemas-. Lo más dramático de este fenómeno es que es alentado por toda una industria ligada al crimen organizado o por la tendencia médica a la excesiva prescripción de medicamentos paliativos para estos males contemporáneos.
Finalmente, tenemos en la cultura actual una tendencia, también alineada al sistema capitalista global y la llamada Civilización del espectáculo, mezclada con el discurso de la “happycracia” o dictadura de la felicidad y las falsas respuestas a la búsqueda espiritual de las personas que viven en este mundo en crisis. Se trata de la narrativa del seguimiento de los sueños y pasiones individuales, que podría sintetizarse en el “querer es poder”. Consiste en hacer creer a la gente que todo lo que realmente desee con todas sus fuerzas y de que no hay ningún obstáculo por más grande que sea, puede vencerse con la simple voluntad.
Esta narrativa que es creída hoy por millones de personas es otra forma de evasión de la realidad, una forma pseudo espiritual y muy popular hoy de dejar de lado los hechos y vivir en mundos de fantasía, de sueños, evitando así la crueldad del mundo y las situaciones dolorosas que son parte natural e inevitable de toda vida humana.
Por todo lo anterior, estamos en un mundo en el que un buen porcentaje de los educandos tienen la experiencia que narra la canción: se “han metido demasiado en la nariz”, han perdido la conexión con los demás, su corazón ya no va más y su vida va a la deriva como un barco en alta mar en medio de una tormenta y sin piloto, se encuentran a veces cegados de poder y están entre volver y no volver, desorientados, sin nada que anestesie su dolor.
Es por ello que en estos tiempos de crisis y confusión es más necesario que nunca que los educadores digamos con palabras, pero sobre todo con nuestro testimonio a nuestros alumnos: “Tírate un cable a tierra”. Un reto contemporáneo que resulta una prioridad en estas circunstancias que viven los niños y los jóvenes es el de educarlos en realidad: tirar un cable a tierra es bajar de esa nube de posverdades, informaciones falsas, desánimo, ansiedad, pérdida de sentido y desorientación, ilusiones falsas de “éxito fácil” o fama vacía, y aprender a escuchar a su corazón que tiene las pistas para buscar las respuestas que están necesitando. Abrirles los ojos a la complejidad y el misterio de la vida, enseñarlos a aceptar la realidad con lo positivo y lo negativo, lo alegre y lo doloroso que contiene para asumir que de todo ello pueden obtenerse aprendizajes y espacios de desarrollo.
El mensaje fundamental que tendría que enviar la educación en nuestros días es precisamente: “Tirate un cable a tierra / No creas que perdió sentido todo / No dificultes la llegada del amor / No hables de más / escucha al corazón / Ese es el cable a tierra…”.
Publicado originalmente en e-consulta