Dra. Gloria Esther Trigos Reynoso
Se dice que un diálogo de vida se da cuando hay una experiencia qué compartir, una experiencia que hace que vibre el alma como, por ejemplo, saber que alguien por quien se ha luchado, sufre alguna situación específica que, desde luego, puede ser muy variada.
Esta ocasión quiero compartir un caso que tiene esas características. Se trata de una muy estimada joven, actualmente profesionista, que se ha distinguido por su tesón, optimismo y perseverancia, para lograr sus objetivos
Ella es de procedencia indígena, oriunda de Chintipan, Tlachichilco, Veracruz, orgullosa hablante de la lengua tepehua del oeste. Egresada de la Licenciatura en Trabajo Social, carrera que estudió en la Universidad Autónoma de Tamaulipas y la cual concluyó con un 9.37 de promedio obtenido en exámenes tipo Ordinario A, o de primera vuelta. La claridad en el logro de la meta que se estableció al dejar la casa paterna, para realizar los estudios universitarios de su elección, aunada a su dedicación y compromiso, potenciaron su capacidad de respuesta, a pesar de las circunstancias que, como estudiante le tocó vivir; circunstancias que logró superar, fortalecida por su genuina Fe en Dios.
Como estudiante, fue entusiasta y participativa. Ello, me permitió conocerla a través de una iniciativa personal que logró despertar, aunque sea en una mínima medida, interés institucional. El propósito era atender los grupos vulnerables presentes en toda población estudiantil. En esa iniciativa, en principio, fui escuchada y apoyada por el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI) y, posteriormente, también por la propia universidad, para desarrollar algunas acciones en beneficio de este grupo de estudiantes que, aunque considerado minoritario, ha dado muestras de una gran capacidad de respuesta, de un buen número de sus integrantes.
Participó, junto con otros de sus compañeros, en la evaluación que realizó el INALI para acreditar el dominio de su lengua. En ese ejercicio, se evaluaron a 20 alumnos lográndose identificar nueve de las trece lenguas nacionales presentes en la universidad, hasta diciembre del año 2021 (es muy probable que, a esta fecha, se haya incrementado el número, pero esto es una suposición puesto que no ha habido un seguimiento de esta actividad, después de mi retiro laboral). Pero ¿cuál era el objetivo de acreditar a estos alumnos en el dominio de su lengua? Era brindarles la opción de facilitar su proceso de titulación al reconocer que hablaban el español como una segunda lengua. Si dominaban su lengua materna y también el español, ya no tendrían que demostrar el dominio del idioma inglés, que estaba establecido en el reglamento de alumnos, como requisito de titulación el cual señalaba que era necesario presentar constancia de dominio de un segundo idioma, entendido como idioma extranjero, preferentemente el idioma inglés. Con los resultados obtenidos de dicha evaluación y, dándole el valor que tienen las lenguas nacionales, se propuso la modificación de estos requisitos en el reglamento citado, siendo aprobada en la Asamblea Universitaria del 30 de septiembre del año 2020.
Con este logro a nivel de normatividad, nuestra protagonista se convirtió en la primera egresada, titulada bajo esa modalidad. Con su título y cédula profesional, como credenciales de formación académica, buscó incorporarse a alguna actividad laboral, encontrando un sitio en una maquiladora, con la esperanza de que, en un futuro próximo, pudiera optar por un cargo mejor en el departamento de recursos humanos donde habría un retiro y, con ello se daba la posibilidad de aspirar a él porque reunía los requisitos necesarios. No obstante, llegado el momento, esa esperanza se esfumó en cuanto le asignaron el cargo a una persona que no contaba con ellos, incluyendo la ausencia de formación universitaria.
Esta situación, la llevó a cuestionarse seriamente ¿por qué no prevalecen los criterios de capacidad, responsabilidad, formación académica, en la selección de personal?, ¿por qué no se abren oportunidades para nosotros, como miembros de grupos indígenas, para demostrar nuestras capacidades, habilidades, iniciativa, creatividad después del esfuerzo que hemos realizado para prepararnos para contribuir al desarrollo social?
Sin respuestas, pero sí con una gran frustración en su corazón, este acontecimiento la llenó de desesperación y, la orilló a tomar la decisión de emigrar a otro país en busca de mejores oportunidades para ayudarse a sí misma y a su familia paterna, en correspondencia al apoyo brindado a su persona.
Este caso, trajo a mi memoria esa canción que me mueve tanto: Sólo le pido a Dios, en la parte que dice:
Sólo le pido a Dios
Que el futuro no me sea indiferente
Desahuciado está el que tiene que marchar
A vivir una cultura diferente
A ella le ha afectado directamente porque lo está viviendo en carne propia. A mí, me impacta en los planos humano y profesional. El primero creo que se explica por sí mismo; el segundo, porque a pesar de tratar de visibilizar estos grupos, para impulsar y alentar su desarrollo personal y social, esta iniciativa no ha logrado permear lo suficiente para su consolidación. Lo anterior, me lleva a preguntarme: ¿realmente interesa a las instituciones, atender la diversidad?, ¿concretar con acciones específicas la atención a la inclusión y la equidad? En la práctica, siguen vigentes criterios que se observan lejanos a esos conceptos.
Así como existe este caso, el cual se constituye en la cara de muchos que se desconocen, sabemos que hay una María, una Eva, una Lupita, un Juan… es decir, el caso no es exclusivo de esta joven, sino que se replica en forma recurrente y es mucho más amplio de lo que nos imaginamos.
La pregunta obligada, derivada de este escenario es: ¿qué nos falta por hacer, en bien de estas personas que tienen un proyecto de vida, como todos o como la mayoría, pero que, a diferencia de muchos, sí luchan por lograrlo?