Alina Bassegoda Treviño
“Es completamente falso y cruelmente arbitrario asignar todo el juego y el aprendizaje a la infancia, todo el trabajo a la mediana edad y todos los arrepentimientos a la vejez”
Margaret Mead
Agosto huele a libros nuevos, a madera de sacapuntas, a betún de zapatos. Es el mes de las mariposas en el estómago por conocer nuevos maestros y reconocer a amigos y compañeros invisibles durante el verano. Es la mezcla de terror y entusiasmo por las dificultades y los aprendizajes que vienen.
El regreso a clases, el 28 de agosto, coincide este año con el día del adulto mayor, pero nadie piensa que esos dos eventos tengan alguna relación. Como decía la antropóloga Margaret Mead, el aprendizaje parece exclusivo de niños y jóvenes; a los viejos no quedan más que aflicciones.
Sin embargo, diversos estudios muestran que el aprendizaje a lo largo de la vida no solo es posible, sino enormemente benéfico para la salud física y mental, para la felicidad y para el éxito en la vejez. El aprendizaje da a las personas un propósito y sensación de logro, mejora sus habilidades cognitivas y facilita la conformación de comunidades y conexiones sociales. Eso es cierto en todas las etapas de la vida.
Prevención de deterioro cognitivo
Aunque muchas enfermedades que causan demencia (especialmente la enfermedad de Alzheimer) no son prevenibles, su manifestación clínica sí se puede prevenir. Los cambios fisiológicos en el cerebro parecen ineludibles; sin embargo, algunas personas pueden evitar que ese deterioro físico se manifieste en su desempeño cotidiano. Las investigaciones muestran que esa resiliencia se debe a los llamados “factores de reserva cognitiva” (FRC), un término acuñado por Yaakov Stern para designar variables entre personas que, con deterioro fisiológico semejante, no muestran el mismo deterioro clínico: estimulación cognitiva, socialización, ejercicio físico, control del estrés, calidad y cantidad de sueño y alimentación.
Entre estos factores destaca la estimulación cognitiva, pues abunda la evidencia que muestra su incidencia en la lucidez de las personas a lo largo de la vida. Las personas con mayores posibilidades de envejecer sin manifestaciones de demencia suelen ser las que tienen más años de escolaridad, dominan diversos idiomas o tocan instrumentos musicales, y quienes enfrentan más desafíos cognitivos en el ámbito laboral. Más aún, la estimulación cognitiva se vincula estrechamente con el resto de los FRC que veremos a lo largo de este artículo.
Desde hace varias décadas, particularmente desde finales de los años ochenta del siglo pasado, se sabe que el cerebro humano puede seguir generando neuronas a lo largo de toda la vida. Sin embargo, se mantiene cierto escepticismo acerca de la plasticidad cerebral en la edad adulta.
Un artículo publicado en 2016[1] examina los resultados de 12 estudios académicos sobre el efecto de la estimulación cognitiva tardía en el riesgo de demencia, pues asumía que caían en sesgos (como, por ejemplo, causalidad inversa). Todos esos estudios mostraban beneficios en las habilidades cognitivas. La evaluación concluyó que efectivamente había suficiente evidencia para mostrar que, aún a edades avanzadas, hay una relación causal entre el desempeño de actividades interesantes y disfrutables, cognitivamente desafiantes, y la reducción en el riesgo de enfermedades neurodegenerativas.
Vinculación social
La educación a lo largo de la vida, especialmente cuando se lleva a cabo de manera síncrona y preferentemente presencial, tiene la virtud adicional de generar vínculos sociales esenciales para la salud y el bienestar. Veíamos que la socialización es en sí misma un factor de reserva cognitiva; otra de las variables que permiten prevenir demencias.
Aprender con otros, ya sea en el salón de clases, en un club de lectura o de cine, o incluso en reuniones periódicas de juego (también el juego es una forma de aprendizaje) es un magnífico promotor de habilidades cognitivas. Diversos estudios muestran que las relaciones interpersonales favorecen la salud mental y física, la felicidad e incluso la expectativa de vida de las personas.[2]
El aprendizaje, cuando está vinculado con la enseñanza a otros –ya sea como maestros o como compañeros de clase– se potencia y las relaciones se fortalecen. Nunca aprendemos tanto como cuando enseñamos. Pero el valor de la enseñanza no termina ahí; enseñar nos da también una sensación de propósito y alegría. Es una manera de ayudar a los demás, y el altruismo se asocia a mayor satisfacción con la vida, mayor alegría e incluso mayor longevidad.[3]
Control de estrés
Diversos estudios muestran que determinadas formas de estimulación cognitiva pueden mejorar nuestro humor y ayudar a relajarnos. Tal es el caso de la lectura, el estudio de determinadas materias, la concentración en ciertas piezas musicales, la escritura o diversas formas de creación artística.
Los investigadores han encontrado que escribir puede aliviar síntomas de determinadas enfermedades, como el asma, por lo que se ha constituido en una intervención terapéutica. La escritura también ha probado su eficiencia en el alivio de condiciones psiquiátricas como la depresión y la ansiedad.
Todos sabemos que no hay nada como leer para relajarnos antes de dormir. Esa es la actividad favorita de los papás para dar por terminada la jornada de los niños y, aunque no todas las lecturas sean relajantes, los libros son también el elemento preferido en las mesitas de noche de adultos y adultos mayores.
La lectura es útil para atender dificultades emocionales y sociales. En el contexto del aislamiento social ocasionado por la pandemia SARS CoV2, los investigadores encontraron que la lectura tenía enormes beneficios como el desarrollo de la empatía.[4] Los lectores ávidos son normalmente más eficientes en entender las emociones de otros, y tienen en general más recursos de inteligencia emocional.
Así, el aprendizaje no es privativo de la infancia y la juventud. Nuestra salud física, mental y emocional, nuestra lucidez y nuestra felicidad, dependen en buena medida de que nos mantengamos aprendiendo a lo largo de la vida.
Que este día del adulto mayor, el primer día de clases del nuevo ciclo escolar, sirva de pretexto para reflexionar sobre ello y facilitar a los adultos compartir el gozo del aprendizaje constante.
https://www.muxed.mx/blog/longevidad-sana
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Alina Bassegoda Treviño * Integrante de MUxED. Actualmente es profesora en la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México y, entre 2000 y 2014, fue profesora del Tecnológico de Monterrey. Es socia fundadora de Mente en Forma SC, una organización sin fines de lucro que tiene como objetivo promover la inclusión social y laboral de los adultos a través del desarrollo de habilidades blandas y duras, especialmente el uso de la tecnología. Alina es, sobre todo, una “aprendedora profesional”.
[1] Sajeev G, Weuve J, Jackson JW, VanderWeele TJ, Bennett DA, Grodstein F, Blacker D. “Late-life cognitive activity and dementia: a systematic review and bias analysis”. Epidemiology 25 de mayo de 2016, https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC5460628/
[2] Holt-Lunstad J, Smith TB, Layton JB (2010) “Social Relationships and Mortality Risk: A Meta-analytic Review”. PLoS Med 7(7). https://doi.org/10.1371/journal.pmed.1000316.Krause, N. M. (2008). Aging in the church: How social relationships affect health. Templeton Foundation Press.
[3] Post S. G. (2005). “Altruism, happiness, and health: it’s good to be good”. International Journal of Behavioral Medicine, 12(2), 66–77. https://doi.org/10.1207/s15327558ijbm1202_4
[4] Adler, Kathleen A. (2021) “Reading: The Key to Addressing Students’ Social Emotional Needs in the Time of COVID-19,” New Jersey English Journal Vol. 10, Article 2. (https://digitalcommons.montclair.edu/nj-english-journal/vol10/iss2021/2)