Eduardo Gurría B.
Sin duda, el rumbo que está tomando México con respecto a la educación de niños y jóvenes es erróneo, ya que, de ninguna manera se está considerando eso precisamente, la educación que, necesariamente, habría de comprender una formación total, y no solo en lo que se refiere al ámbito escolar, sino también familiar y social.
En México se padece de un atraso educativo de décadas, durante las cuales la educación ha sido rehén de la política, es decir, con cada cambio de gobierno, se suscitan cambios llamados reformas; esto con la finalidad de mantener la insana tradición política de terminar, de borrar con lo hecho en sexenios anteriores, lo que, de forma por demás acentuada, se ha potencializado durante el presente gobierno y bajo la divisa de que toda forma de libertad y de conservación de valores es mala: neoliberalismo y conservadurismo se han convertido en términos peyorativos, como una forma de insultar y denostar bajo la misma tabula rasa todo lo pasado, así haya sido positivo o negativo.
Es alarmante el hecho de que los gobiernos, históricamente, hayan puesto a la educación en último término y, como tema, solo la hayan traducido en discursos gastados y siempre demagógicos que, por serlo, no nos han llevado a nada.
Existen muchos modelos educativos que, en mayor o menor medida, han resultado ser funcionales en los países desarrollados o en países que buscan salir del atraso cultural para proyectarse hacia el desarrollo, y que bien podríamos adoptar y adaptar a nuestras circunstancias y contextos, pero siempre buscando la calidad formativa que México requiere y las herramientas y recursos que necesitan los niños y jóvenes para enfrentarse al mundo moderno.
Un modelo educativo –uno más-, es el que se está implementando en Japón, bajo en concepto y la intención de formar “ciudadanos del mundo”, mediante una serie de cambios radicales en la visión que tiene ese país sobre lo que viene en cuestión de desarrollo y al tipo de competencias que las nuevas generaciones tendrán que desarrollar para hacer frente al futuro.
A este programa o modalidad se le ha llamado “Cambio Valiente” (Futoji no henko), y consiste en un esquema de doce años durante los cuales se estudia una currícula de cambio radical, con miras al aprendizaje del pluriculturismo global, mediante la enseñanza de materias que adentren a los estudiantes en cuestiones de negocios, la lectura como algo de primordial importancia, la educación cívica con miras al respeto a la diversidad de toda índole, el manejo de la computación y todo lo que conlleva, el manejo de cuatro idiomas que deriva en el conocimiento de las principales culturas e intercambios internacionales, de tal forma que, al cabo de esos doce años, los egresados habrán leído, al menos, 52 libros por año, habrán aprendido y sabrán manejar cuatro idiomas y conocerán diversas culturas, manejarán la tecnología de manera óptima y hasta donde se encuentre en ese momento y serán ciudadanos conscientes del civismo, como una manera de convivencia internacional.
Es posible que la propuesta educativa japonesa no resulte ser la mejor y es probable que, de principio, tenga algunas carencias, ya que, a simple vista, no se percibe la enseñanza de temas relacionados con la historia, la física y otros elementos formativos, sin embargo, se trata de una propuesta de innovación destinada a evitar en los jóvenes el choque que significa enfrentarse a un mundo que no conocen, que es real y absolutamente competitivo y cambiante minuto a minuto. O, tal vez, lo que se busca es romper con el aislacionismo tradicional de oriente, pero, al final de cuentas, se trata de encontrar nuevos caminos en la educación y evitar el rezago.
Ningún sistema educativo es perfecto, de ahí que siempre han existido planteamientos y teorías educativas, todas ellas, de alguna u otra manera, propositivas y con miras a la mejora, buscando cómo los estudiantes puedan aprender mejor y con maestros que puedan enseñar mejor; para ello, los países con miras progresistas han tenido que invertir significativos recursos, ya que la educación, se ha dicho muchas veces, debe ser prioridad para una nación.
En México esto no ocurre ni ha ocurrido, a pesar de que hemos tenido grandes educadores e innovadores, teóricos y maestros que siempre se preocuparon porque tuviéramos una educación de calidad y progresista y a pesar de que en nuestro país han existido importantes instituciones educativas dignas y prestigiosas que bien podrían haber colocado a México en el primer mundo en cuanto a educación.
No, en México vamos por otro camino, el camino del aislacionismo, de la ocurrencia, de la negociación y el compromiso político; no existe un programa racional y congruente que refleje una intención y una preocupación reales acerca del problema educativo que hoy por hoy se presenta y la formación de nuestros estudiantes navega a la deriva.
Y hoy, los resultados, las consecuencias empiezan a vivirse ante la galopante ignorancia y la falta de interés por la cultura y la preparación que tienen nuestros jóvenes y a partir, principalmente, de la entrada al mercado laboral y educativo de los “milenians”, que ahora empiezan educar a sus hijos en el tenor de la incultura y en el frágil contexto del cristal.
México requiere, no de otra “reforma”, sino de una forma de educar acorde con la realidad que se vive en el mundo, de otra manera de ver hacia un futuro que ya está aquí, México requiere de programas y currículas escolares innovadoras e inteligentes con miras a la adquisición de competencias que se traduzcan en competitividad dentro de los mercados laborales, cualesquiera que sean los rubros de la economía, del arte y de la ciencia; se necesita una Secretaría de Educación independiente, cuyos titulares y funcionarios de cualquier rango, sean personas capaces, conocedoras y profesionales de la educación y que no sean dependientes de gobiernos clientelares.
Se necesita de una educación formativa constante exenta de ideologías, que fomente el criterio, la investigación, la objetividad, la disciplina y la lectura como las más importantes y prioritarias herramientas, y, para ello, por ende, se requiere de una inversión considerable en infraestructura, actualización, materiales y difusión en y para todos los niveles, ya que el gobierno, si bien, no tiene capacidad de educar, sí la tiene para destinar los recursos para el logro de esos objetivos. De otra manera sólo podemos esperar que las siguientes generaciones se muevan y actúen como borregos cibernéticos con un título cuyo único mérito y sustento sea el de haberlo pagado.