Eduardo Grajales
La situación que enfrenta el sistema educativo mexicano es preocupante. No solo por el impacto que ha tenido la pandemia, sino por la ausencia de liderazgos que garanticen la calidad educativa y ayuden a encontrar estrategias que abonen a solventar el rezago histórico existente.
Esa fue la conclusión a la que llegamos en una charla sostenida con el doctor Benjamín González Roaro, presidente de la Academia Mexicana de Educación, con quien conversamos sobre el panorama educativo actual en México, en el programa televisivo digital Causa Magisterial.
Sin entrar en temas de índole político o partidista y procurando hacer un análisis objetivo de la situación se identificaron tres factores que están afectando el desarrollo educativo nacional:
Primero. La ausencia de un diagnóstico amplío sobre el impacto del COVID-19 en el escenario educativo. Actualmente se desconoce a ciencia cierta cómo ha afectado el cierre de las escuelas en nuestro país, las bajas de docentes que esta enfermedad causó y las deficiencias en el desarrollo cognitivo y socioemocional de millones de estudiantes.
A no ser por la información de algunas instituciones como INEGI y algunas organizaciones de la sociedad civil, no se cuenta con elementos suficientes que permitan diseñar una estrategia sólida para atender los enormes rezagos que hoy afectan tanto a estudiantes como a docentes.
Hasta ahora, no sabemos qué pasará o qué pasó con esos más de 5 millones de estudiantes que dejaron las escuelas, qué sucedió o sucederá con los aprendizajes básicos que millones de niños y adolescentes no desarrollaron y que sin duda afectará su formación, sobre todo los de comunidades indígenas y rurales.
Segundo. La ausencia de una autoridad educativa abocada al cien por cien en sus actividades. Actualmente la secretaria de Educación, la maestra Delfina Gómez, se encuentra “distraída” en el proceso electoral rumbo a la gubernatura del Estado de México, a la que posiblemente aspirará.
En ese sentido, parece que la educación mexicana y sus problemáticas han pasado a segundo término, mientras que las acciones que implementa la institución encargada del hecho educativo, tienen un objetivo más de promoción personal a su titular, que de atención a las prioridades escolares.
Tercero. La ausencia de un sindicato de trabajadores de la educación, preocupado y ocupado por vigilar que se cumpla la calidad educativa, que acompañe o critique las acciones de la autoridad.
Hoy el SNTE ha dejado de ser un actor político determinante para convertirse en una figura sin forma ni fondo, más dedicado a atender asuntos de carácter político electoral internos, que a proponer acciones que mejoren la educación, mediante mejoras significativas a la calidad de vida del magisterio.
Lo que antes fue un sindicato relevante en las decisiones educativas hoy ha pasado a ser un aplaudidor de las acciones implementadas desde la administración, como se pudo constatar con el polémico aumento salarial magisterial, donde no tuvo mayor margen de participación.
Este contexto preocupa, pues todo parece indicar que la educación mexicana se mueve más por inercia que por un proyecto adecuado. Inercia motivada en gran medida por el trabajo de millones de maestros y maestras, y de padres y madres de familia que, pese a sus dificultades, están haciendo lo imposible por garantizar el aprendizaje de niños, niñas y adolescentes.
Por tanto, es necesario que como sociedad hagamos una pausa y repensemos la importancia que tiene la educación en el desarrollo personal, social y económico de nuestro país. Que dejemos de ver el desempeño económico y el acontecer partidista como piedras angulares del crecimiento y volteemos a ver el tipo de educación que tenemos y queremos.
Seguir manteniendo la agenda educativa a la deriva y en manos de grupos que hasta ahora solo han mostrado un pobre interés en el tema significa abandonar la única posibilidad de crecimiento que tenemos como Nación y como sociedad.
Docente. Conductor de Causa Magisterial TV