Roberto Rodríguez Gómez
Programa Universitario de Estudios sobre la Educación Superior
La reforma curricular de la educación primaria, secundaria y formación de docentes implantada a partir de 1960, que incluía la recomendación del Consejo Nacional Técnico de la Educación (Conalte) de articular la enseñanza de materias conforme a áreas de conocimiento, no rindió los frutos esperados. Por varias razones: se mantuvo como prioridad estratégica la expansión del sistema bajo los lineamientos del Plan de Once Años iniciado en 1958; los nuevos libros de texto gratuitos (colección 1962) conservaron la estructura de asignaturas y no la de áreas; se tuvo en cuenta, además, el riesgo de abrir un frente adicional de confrontación con el magisterio y con sectores de la opinión pública.
En la administración de Luis Echeverría Álvarez, electo presidente para el sexenio 1970-1976, se abriría un nuevo escenario. En su toma de posesión Echeverría anunció el emprendimiento de una reforma educativa de amplio alcance que, dijo, “no será fruto de una imposición. Surgirá de cada aula y estará fundada en la veracidad y el diálogo”. Durante su mandato, se tomaron medidas tales como la actualización de los métodos de enseñanza; la inclusión de distintas modalidades encaminadas a la creación de ciclos terminales y salidas laterales; la racionalización y descentralización de los recursos institucionales; la orientación del currículo a partir de áreas básicas del conocimiento y la reorientación valorativa de contenidos.
Para generar proyectos específicos la SEP integró, al inicio del periodo, la denominada Comisión Coordinadora de la Reforma Educativa. Ese órgano, formado por casi cuatrocientos participantes, estableció recomendaciones para todos los niveles, tipos y modalidades del sistema. La Comisión se ocupó, en primer lugar, de recoger opiniones y sugerencias a través de asambleas, seminarios y foros, así como por encuestas aplicadas a docentes y público en general. El SNTE participó en la Comisión a través de la representación formal del sindicato y por medio de la Academia Mexicana de Educación.
El proceso se tradujo, entre otros aspectos, en la reforma de los planes y programas de estudio de primaria (1972), secundaria (1974) y educación normal (1975). En los de primaria se indica: “se consideraron las necesidades de desarrollo físico, intelectual, emocional y de socialización de los educandos, y los aspectos que debe comprender su formación humanística, científica y técnica. Se tomó en cuenta, además, que la escuela primaria no es la única agencia de formación e información, por lo cual sus planes y programas debe abandonar el criterio enciclopedista que los ha caracterizado.”
El calificativo de “enciclopedista” aplicado al plan de estudios de primaria era exagerado, pero útil para el argumento central de la reforma: generar un nuevo planteamiento de la estructura, orientación y contenido de los planes y programas de estudio. La principal reforma -en primaria, secundaria y en las normales- fue la instauración de dos áreas de conocimiento en las que, se indicaba, se procuraría la articulación de conocimientos y su posible aplicación a problemas prácticos. Estas fueron la de ciencias naturales (física, química y biología) y la de ciencias sociales (historia, civismo y geografía). Se conservaban, como tales, las asignaturas de matemáticas y español así como el bloque de actividades de orden co-curricular: educación física, actividades artísticas y actividades tecnológicas. Lo mismo en secundaria, salvo que a ese nivel de estudios se añadió la enseñanza de una lengua extranjera.
Para afianzar la reforma de la primaria se renovó la colección de libros de texto gratuitos. Es notable que la reforma curricular se aprobara en 1972 y el mismo año impresa la nueva serie de libros de primaria. También sobresale que, a diferencia de la colección previa, su elaboración fue encomendada a cuerpos académicos integrados, principalmente, por profesores e investigadores de universidades y centros de investigación. En conjunto, más de un centenar de coautores. El grupo para los libros de ciencias naturales fue coordinado por Juan Manuel Gutiérrez Vázquez (DIE-Cinvestav); los de ciencias sociales por Josefina Vázquez de Knauth (El Colegio de México); los de español por Gloria Ruiz de Bravo Ahuja y María del Carmen Garza de Konieci y los de matemáticas por Carlos Imaz (Cinvestav, Departamento de Matemáticas). Los textos de ciencias naturales y ciencias sociales, al presentar una visión integrada de las materias correspondientes, tenían una extensión considerable. Por citar un ejemplo, los de quinto de primaria comprendían 255 y 275 páginas respectivamente. Hubo quienes cuestionaron entonces si el remedio contra el “enciclopedismo” sería efectivo con esos volúmenes.
La programación curricular tenía una implicación mayor: la de modificar el sentido de la enseñanza y el aprendizaje. Para el área de ciencias naturales se enfatizaba que: “la ciencia es un fenómeno social, económico, político y cultural de la comunidad. El propósito de esta concepción de las ciencias naturales es formar ciudadanos que participen críticamente en los problemas de la comunidad.” En el mismo sentido, se indicaba que un propósito central del área de ciencias sociales sería “infundir en los alumnos el espíritu crítico, o sea una capacidad de apreciar los aspectos objetivos y constantes, y las facetas subjetivas y cambiantes de cualquier teoría y método de la ciencia y la conducta del hombre, y reafirmar así su propia identidad.” (SEP, Educación primaria. Plan de estudios y programa, 1972).
En 1974, el Conalte recomendó a la SEP modificar el plan de estudios de secundaria bajo tres premisas: a) ofrecer dos estructuras programáticas (por áreas de aprendizaje y por asignaturas); b) incluir actividades curriculares y extracurriculares que trasciendan los límites físicos de la escuelas; c) propiciar su reforma oportuna, como consecuencia de un proceso de evaluación permanente (SEP, Educación media básica. Resoluciones de Chetumal, plan de estudios y programas generales de estudio, 1974).
En la práctica, el plan de secundaria replicaba la estructura del correspondiente a primaria. En los tres grados se enseñaría español; matemáticas; lengua extranjera; ciencias naturales (física, química y biología); ciencias sociales (historia, geografía y civismo), y en forma complementaria educación física, artística y tecnológica. Como la decisión de adoptar el programa por áreas o asignaturas tenía carácter voluntario, ocurrió que la mayoría de las secundarias urbanas mantuvieron el plan por asignaturas y el plan por áreas fue adoptado, principalmente, en las telesecundarias, opción de enseñanza fundada en 1968.
Para redondear la reforma de la educación básica se modificó, en 1975, el plan de estudios de las escuelas normales. En este, el acento fue colocado en la didáctica. Por ejemplo, la asignatura de matemáticas se denominaba “matemáticas y su didáctica”. Además, en congruencia con la reforma curricular, se establecieron como asignaturas las de ciencias sociales (y su didáctica) y ciencias naturales (y su didáctica). El nuevo programa fue cuestionado por especialistas y por el magisterio: “en 1976 los maestros (del Movimiento Revolucionario del Magisterio) reclamaban la existencia simultánea de tres planes de estudio y denunciaban su escasa participación en los mismos” (F. Hernández y A. Carro, “Un análisis a destiempo de dos planes de estudio de educación normal”, Debates en Evaluación y Currículum, año 5, núm. 5, 2020).
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