Si hacemos un recuento histórico de la educación en nuestro país, podemos observar que el tiempo se detuvo en algún momento hace más de 100 años. Basta remitirnos a algunas cátedras grabadas u observar fotos en los libros de texto gratuitos, para darnos cuenta de cómo era el aula en la posrevolución industrial. Salvo ciertos detalles, si comparamos la educación de antaño con la actual, no notaremos casi ninguna diferencia realmente sustancial.
Con la pandemia, creímos que la educación —tal y como la habíamos conocido— tendría que cambiar por coactus causam. Sin embargo, debemos percatarnos de que, aunque hubo avances en algunos aspectos, como la investigación en neurociencia y la psicología en el aula, aún no se aplican todos estos saberes en nuestros salones de clase. Por el contrario, nos encontramos ‒con tristeza‒ regresando a la comodidad de lo que siempre hemos creído que sabemos hacer, al confort de lo ya conocido, a la inercia del añejo estado de cosas y, finalmente, a lo que solíamos realizar en la presencialidad sin considerar que, una vez que hemos explorado los modelos híbridos y virtuales, debemos de llevar estas nuevas competencias e incorporarlas en la educación integral de los educandos, provocando y administrando el cambio educativo.
Por un lado, escuchamos a muchos padres, madres y tutores comentar que es mejor que los estudiantes regresen al aula, porque es esa ‒bajo su modo de ver‒ la única forma en que socializan. La socialización, sin embargo, ya no se da solamente en la escuela. Pongo sobre el tapete de las discusiones acaso algunos ejemplos: pensemos en la cantidad de jóvenes que se conocen por internet hoy en día, y en las personas que han encontrado una oportunidad laboral a través de este medio, incluso sin llegar a conocer aún a sus colegas o jefes vis-à-vis. Estudiantes de todo el mundo han encontrado una oportunidad de traspasar fronteras mediante la virtualidad, como es el caso de los alumnos de Harvard, universidad que apenas hace dos años inauguró la Maestría de Educación en esta modalidad, permitiendo que profesionales de todo el mundo vivan esta experiencia educativa a distancia.
No obstante, con desdén frente a los saberes que hemos construido y acumulado en términos de educación vía la virtualidad a lo largo de toda la pandemia, vemos al sistema escolar mexicano enfrentando una resaca; dando instrucciones para retornar al aula dos veces por semana, o con otras frecuencias, olvidándose por completo de las herramientas digitales que aprendimos a usar y de las habilidades digitales que supimos desarrollar y que, ahora nuevamente, relega bajo un esquema presencial.
Pensemos entonces en lo que nos toca hacer como docentes para dar por fin ese salto cuántico que este texto propone: ¿Cómo podemos transitar de una mentalidad fija a una mentalidad de crecimiento que nos permita pensar fuera de la caja? ¿Qué nos toca en pleno 2022 seguir aprendiendo para que, a su vez, podamos seguir enseñando? ¿En qué debemos innovar y qué debemos incorporar a nuestra práctica para ayudar a que nuestros estudiantes hagan frente a —como lo escribieron en su día Bauman y Toffler— los nuevos contextos de una sociedad líquida?
Hagamos lo necesario, aprendamos lo que haga falta aprender, pero no nos permitamos regresar al statu quo para tan solo maquillarlo.
El futuro ya nos alcanzó. Lo mismo el cambio social, cultural y político a cada uno de los miembros de las comunidades educativas mexicanas, y es ahora cuando debemos generar un maridaje para aunar lo mejor de la prospectiva con la buena práctica de antaño. ¿Qué se hacía bien en el sistema educativo pre-pandémico que pueda funcionar de la mano con lo que hicimos bien también durante la pandemia? La suma de ambas cosas equivale a abrir la puerta hacia el futuro.
Finalmente, enfoquémonos en los alumnos. Desde la mercadotecnia y la reingeniería del pensamiento, debemos tomar en cuenta que la educación, más que nunca, debe ofrecerse como un servicio diferenciado, puesto que estandarizarlo para 30 estudiantes es insostenible, sabiendo que cada uno se encuentra en un proceso epistemológico de diferente nivel. Propongo, por lo tanto, que los eduquemos para que se conviertan en personas polímatas, que sean capaces de cumplir funciones que aún nadie se ha atrevido a pensar, que diseñen soluciones para problemas que aún no llegan y que prevengan situaciones que aún no nos ha tocado padecer.
Concluyo: Del ayer nos toca aprender. Que la educación nos sirva para que hoy diseñemos el futuro que nos gustaría poder vivir mañana.
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Liliana Montelongo es Coach educativo en Kinich School, iniciativa de Radix Education. Cuenta con estudios en Pedagogía y Comercio Internacional por la Universidad de Guanajuato, es psicoterapeuta infantil especialista en el reentrenamiento multimodal del TDAH y voluntaria en la Fundación Carlos Eduardo Almanza A. C. Asimismo, es docente del diplomado “Inteligencia Emocional y Neuroeducación” avalado por la UNAM. Conferencista y miembro activo de la Asociación Iberoamericana de Sociología.
Referencias
Bauman, Z. (2004). Modernidad líquida. Argentina: Fondo de Cultura.
Morin, E. (2020). Cambiemos de vía. Barcelona: Paidós.
Sapolsky, R. (2017). Compórtate. Titivillus epublibre.
Sapolsky, R., & Casal, P. (2020). «NADA DE LO QUE HACEMOS ESTÁ SEPARADO DE NUESTRA BIOLOGÍA». MËTODE 101, 33-39.
Toffler., A. (1980). La tercera ola. Bogotá: Plaza & Janes. S.A. Editores.