Martín López Calva
Un pequeño grupo de espíritus determinados, inspirados por una fe inextinguible en su misión, puede alterar el curso de la historia.
Mahatma Gandhi
Hay veces que uno escribe con energía, convicción y pasión por una idea o una perspectiva que considera muy importante compartir con los demás. En esas ocasiones la escritura sale con energía y emana de la convicción profunda, de la fuerza interior que uno siente con claridad.
Pero hay otros momentos en los que la escritura duele y uno escribe con una sensación de impotencia y de dolor por cosas que suceden alrededor que resultan inexplicables. En esos casos la escritura sale de la esperanza que es lo único que queda porque, como bien dice el dicho, es lo último que se pierde y es lo que nunca debería perder un educador.
Son momentos en los que se escribe sin mucho ánimo y ánima, tratando de sacar fuerzas de flaqueza, como tratando de que las palabras le ayuden a uno mismo a subir nuevamente la moral para seguir caminando y ejerciendo la vocación humana de formar a otros seres humanos.
Así me siento ahora que estoy tratando de emprender el arduo camino de llenar dos páginas de palabras que tengan algún sentido, que puedan comunicar algo que valga la pena en estos tiempos cargados de penas por todas partes.
En estas ocasiones creo que ayuda apoyarse en seres humanos que han sido ejemplares en distintos campos y como el tema de hoy es la necesidad de seguir insistiendo en una educación para la paz. Me apoyaré en el gran Mahatma Gandhi, tomando varias de sus frases de esta página cuya liga cito en el epígrafe, sin la certeza de que todas ellas hayan sido expresadas realmente por él, pero confiando en que pueden iluminar un poco este túnel oscuro.
El mundo se encuentra hoy en medio de una guerra que como toda guerra es injusta, dolorosa, errónea, destructiva y resulta en sí misma una negación de la naturaleza misma del ser humano como especie inteligente, consciente, capaz de razonar y dialogar para resolver las diferencias, de buscar en la elaboración e incluso en la contrastación y el debate álgido los medios para encontrar salida a los conflictos, a la diversidad de intereses y a las disputas por el poder.
Rusia ha decidido invadir Ucrania y como suele suceder en todos los conflictos bélicos, quien sufre las consecuencias de las decisiones de los gobernantes, de los poderosos de los Estados en conflicto es la población civil inocente: las familias, las mujeres, los niños y niñas, los seres más vulnerables.
No voy a hacer un análisis aquí de todos los factores que originaron esta terrible situación, porque no soy analista político ni experto en relaciones internacionales. En casi ningún conflicto entre personas, grupos, sociedades o naciones hay escenarios en blanco y negro ni héroes impolutos contra villanos totalmente deleznables.
Lo que sí debo afirmar, con plena convicción y total certeza, es mi condena a esta invasión de un país a otro, porque creo que debemos condenar la salida armada a cualquier conflicto, venga de donde venga y lo ejecute quien lo ejecute porque como decía bien Mahatma Gandhi: “Me opongo a la violencia porque aun cuando parece hacer el bien, el bien es sólo temporal; y el mal que hace es permanente.”
Nos encontramos también en un país en guerra por más que las autoridades y voceros del gobierno federal se empeñen en negarlo, en evadir las terribles realidades de violencia con frases huecas como “abrazos, no balazos” y en vivir atrincherados en la nación de “los otros datos”.
En lo que va del sexenio actual han sido asesinados 39 periodistas en el país y solamente en estos dos meses y casi medio transcurridos en el 2022, han sido asesinados 6 trabajadores de la prensa en diferentes regiones del territorio nacional.
Hace un par de semanas nos enteramos de la terrible noticia del fusilamiento de 17 personas en San José de Gracia en el estado de Michoacán, personas que fueron sacadas de un velorio y puestas frente a una pared para dispararles, como en los lejanos tiempos de la revolución mexicana. El presidente se apresuró a negar los hechos argumentando que no se habían encontrado cuerpos, pero posteriormente se ha probado que al menos 11 personas fueron ejecutadas en este hecho que evidencia los extremos a los que ha llegado la violencia en el país.
En la semana que pasó se realizaron marchas en muchas ciudades del país para conmemorar el Día Internacional de la Mujer y en todas ellas vimos exhibirse carteles y mantas con nombres y rostros de mujeres víctimas de feminicidio, que sigue siendo terriblemente una realidad cotidiana en nuestro México.
El jueves pasado ocurrió un hecho de violencia prácticamente inédito al menos en nuestro estado de Puebla. Un estudiante de bachillerato atacó con un martillo a uno de sus profesores causándole heridas que afortunadamente no fueron de gravedad. Este hecho difícil de comprender habla de otro nivel que es el de la violencia escolar que ya ocurre desde hace décadas entre estudiantes en las instituciones educativas del país, aunque yo no recuerdo un caso de agresión directa tan evidente de un alumno a un profesor.
En resumen, podemos ver que estamos viviendo en un mundo marcado por muchas guerras que van desde los niveles más amplios entre naciones hasta los que ocurren en un aula escolar o al interior de muchas familias mexicanas.
Resulta urgente poner como una prioridad la educación para la paz si queremos que estas situaciones puedan irse atacando de raíz porque como el mismo Gandhi decía: “Si hemos de alcanzar la verdadera paz en el mundo, tendremos que empezar con los niños.”
Una línea muy importante para lograr iniciar este trabajo de educación para la paz con las nuevas generaciones tiene que ver con el modo en que se ejerce el poder en las aulas, en las familias y en las escuelas. Siguiendo al mismo líder de la independencia de la India, existe un tipo de poder que se obtiene a través del miedo al castigo y otro tipo de poder que está basado en el amor y que es mil veces más eficaz y permanente. Desafortunadamente, en las escuelas sigue predominando el tipo de poder que se ejerce a través de formas autoritarias que se basan en el miedo al castigo y es necesario sustituirlo radicalmente por el poder que se obtiene a través del amor efectivo y operante más que declarativo a los educandos y en el ámbito familiar, a los hijos e hijas.
Porque como afirma el mismo personaje multicitado hoy en este espacio: “El día en que el poder del amor anule el amor al poder, el mundo conocerá la paz”, y este día sólo llegará si empezamos hoy a educar a los niños con el poder que se obtiene del amor activo que se muestra en la auténtica preocupación y acompañamiento para formarlos como seres humanos integrales.
Como decía al inicio del artículo, no estoy con el ánimo muy en alto en el momento en que escribo estas líneas. Sin embargo, con la esperanza que sigue aquí en lo profundo de mi ser educador, sigo creyendo que es posible lograr la paz en el mundo del futuro, si empezamos aquí y ahora a educar para la paz desde el poder del amor y que esto puede lograrse, si “un pequeño grupo de espíritus determinados, inspirados por una fe inextinguible en su misión” -en este caso educadora- trabajan unidos y consistentemente buscando alterar el curso de la historia.