Miguel Ángel Pérez Reynoso
Uno de los engranajes claves del funcionamiento del sistema, educativo nacional, está relacionado con el trabajo docente, el desempeño profesional de maestras y maestros viene siendo la pieza clave para garantizar buenos o malos resultados, para cumplir con metas y aspiraciones en el plano de la política y de la pedagogía y para legitimar que los recursos y los esfuerzos que se invierten en educación vale la pena hacerlo.
La formación, el desarrollo, el prestigio y las distinciones de ser docente tienen una larga historia, dentro de la nuestra historia nacional. Existen distintos modelos que asocian la formación de docentes, con las ideas pedagógicas de la época y junto a las necesidades sociales por atender y que se concretizaron en el ideal de ciudadano de cada época.
Todo el siglo XX está asociado a modelos educativos que integran los elementos anteriores, desde la escuela rural antes y después de la revolución de 1910, hasta el modelo educado post revolucionario, la llegada el cardenismo, el modelo educativo del industrialismo y de la unidad nacional, hasta llegar a la crisis económica que aparece en la década delos setenta y que no tiene un modelo específico. La última década del siglo pasado se vive con el auge de los distintos constructivismos, cuyas ideas o principios le dan una vuelta de tuerca a las concepciones y hacen que las y los docentes cedan un poco su protagonismo intelectual para dar lugar a la actividad y las acciones de alumnas y algunos.
El eje que articula el trabajo docente de todos los modelos del siglo XX tienen como denominador común el protagonismo, la responsabilidad social de quien educa, pero también un alto prestigio y respeto a la imagen profesional de las y los docentes.
La llegada del siglo XXI viene acompañada de distintos cambios en los paradigmas vigentes, aparece la evaluación del desempeño docente como una obsesión pensada no en la mejora sino en la exclusión y el castigo. Se comienza a dudar de las y los docentes y hay una guerra mediática (Televisa a la cabeza) para dudar del magisterio y para intensificar el desprestigio social.
En esta segunda década del siglo, la tarea docente se complejiza, hay que hacer adaptaciones curriculares, superar barreras para el aprendizaje, atender las diversidades con la intención de garantizar un clima inclusivo, hay que asistir a cursos, evaluaciones con el fin de que las y los docentes deben de seguir siendo estudiantes estudiosos de su propia realidad profesional.
Después de un largo recorrido, la profesionalización sigue siendo un concepto ambiguo, que va más allá del salario y de las condiciones laborales, toca elementos simbólicos, identidades profesionales y una larga historia que ha servido para sedimentar los valores y el significado de ser docente y trabajar en educación.
Como un hilo que de manera paralela ha corrido en este largo proceso, tenemos la organización gremial de las y los docentes, desde el año de 1943 en que se funda el SNTE se copa y corporativizar las voluntades y la organización de las y los educadores. La democracia es una aspiración utópica que no llega y que no ha llegado aún al estilo de organizarse, gestionar la profesión y de garantizar condiciones de intercambio de saberes entre las y los pares docentes. El SNTE a lo largo de la historia, se convirtió en el componente perverso que antepuso los intereses de pequeños grupos que se enriquecieron y trafican con las influencias políticas, para ponerse por encima del gran grueso de las y los trabajadores de la educación, de sus demandas específicas y de su deseo de profesionalización digna.
Hoy los intentos políticos de profesionalización vuelven a caricaturizar un nuevo deseo o un anhelo histórico, de reconocimiento, salario, prestigio y por supuesto respeto ante una de las profesiones más controversiales como lo es el ser docente o profesional de la educación.