Mariana González Morales
Alguna vez escuché que el pez grande se come al chico, que el rápido le gana al lento y que el cruel abusa del noble. Sabemos que nos encontramos en un mundo en donde las personas deciden y actúan de acuerdo a sus intereses, anhelos, hambre de poder, deseos de querer ser más y mejor que el otro. Me pregunto si en algún momento alguien se cuestiona sobre la convivencia y el proceso de construcción que esta implica específicamente dentro del ámbito educativo.
De acuerdo con Fierro (2013) este término puede llegar a ser visto como una propuesta para disminuir los conflictos escolares. Por lo tanto, considero que, la convivencia escolar y el conflicto, son parte del mismo proceso. Retomando lo que se mencionó con anterioridad, cada uno de nosotros busca velar por sus propios intereses, sin embargo, el problema no radica en actuar de acuerdo a las necesidades que vive cada persona, sino en los enfrentamientos que surjan a partir de las diferencias.
Es decir, las dificultades de la convivencia, se originan a partir de los deseos e intereses individuales (Marina, 2007). Los padres de familia, la sociedad, han decidido establecer que el aprender a convivir es un proceso que únicamente se lleva a cabo en la escuela, pareciera que fuera de, ya nadie tiene compromiso. Por lo tanto, uno de los grandes retos a los que nos enfrentamos, es el romper con esta idea, pues es importante entender que cada núcleo tiene su función y cierta responsabilidad.
La construcción de una convivencia escolar, implica un trabajo colaborativo, los procesos de gestión son clave, desde las políticas que la institución establezca, los idearios, la cultura, la capacitación docente, las relaciones con alumnos. El papel de los docentes, consiste en ser un intermediario entre padres, sociedad, logrando así un equilibrio ante las exigencias del entorno (Marina, 2007). El entorno, otro elemento clave. Los seres humanos, nos desarrollamos en distintos contextos que van determinando gran parte de nuestra formación.
Asumir la diversidad que puede existir entre alumnos, profesores, es un factor que interviene en el proceso de convivencia escolar. Las diferencias siempre despiertan un gran interés y el camino más sencillo que se ha elegido tomar, es el de hacer a un lado lo poco común, lo que no concuerda con nosotros; es decir, excluimos por excluir sin fundamento alguno. Por lo mismo me pregunto, ¿la educación contribuye a la sociedad inclusiva o más bien a la sociedad exclusiva generando discriminación entre los actores del proceso educativo?
¿De qué nos ha servido reproducir y mantener a los valores como contenido si no somos capaces de aplicarlos en beneficio de los demás? Hablamos de respeto, empatía, solidaridad, bien común. Pero cuando nos enfrentamos a la diversidad se vuelve una tarea complicada el valorar y el comprender las necesidades que cada individuo puede vivir. ¿Será que los excluidos de siempre son los que más necesitan ser partícipes de una educación de calidad?
Me pregunto también ¿en nuestro país la exclusión se ha normalizado? ¿realmente tenemos las herramientas que nos permitan atender y brindar servicios de calidad, mismos que promuevan una educación justa, equitativa e igualitaria? Sin duda, es claro que todos, sin importar nuestro rol, tenemos que revalorizar a la diversidad como lo mencionan Fierro, Carbajal & Martínez (2010).
¿Por qué las instituciones se dicen ser inclusivas, cuando las diferencias son vistas como un obstáculo? Una convivencia inclusiva, democrática, exige reconocer y atender las distintas necesidades, valorar y dar seguimiento a cualquier tipo de condiciones, garantizar un trato justo y equitativo, garantizar la participación y respetar los derechos de cada persona, generar en los estudiantes el sentido de pertenencia, así como promover el trabajo colaborativo (Fierro et al, 2010).
En suma, uno de los grandes retos a los que instituciones y maestros, se enfrentan, es el de asegurar la permanencia de los alumnos y esto puede ser posible si se crea un ambiente de paz, en donde el conflicto se perciba como un fenómeno normal dentro de la convivencia, favoreciendo así las prácticas inclusivas y democráticas. Por último, si recordamos que la educación tiene una finalidad moral, hay que tener presente que lo que daña a cualquier tipo de relaciones, no son los conflictos, si no la manera en la que estos son resueltos.
Bibliografía:
Fierro Evans, M. (2013). Convivencia inclusiva y democrática. Una perspectiva para gestionar la seguridad escolar. Sinéctica, Revista Electrónica de Educación, (40),1-18.ISSN: 1665-109X. Recuperado de https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=99827467006
Fierro, C., Carbajal, P., Martínez-Parente, R. (2010). Ojos que si ven. Casos para reflexionar sobre la convivencia en la escuela. Pp. 21 a 23. Colección Somos Maestr@s. México: SM
Marina, J. (2007). Aprender a convivir. Archivo PDF.