Sylvie Didou Aupetit
El 11 de enero 2022, el CONACYT publicó el padrón de investigadores aprobados en la convocatoria 2021 del Sistema Nacional de Investigadores (S.N.I), en las categorías de reingreso vigente para permanencia o promoción, primero, y nuevo ingreso, segundo. Al día siguiente, envió a los miembros vigentes del S.N.I el comunicado 276/22, informando sobre la dictaminación de las solicitudes y la distribución de los seleccionados por categoría. Complementaba así la enumeración de los beneficiados que, si bien es crucial para quienes esperaban esos resultados, presenta poca información útil para analizar el dispositivo.
Un análisis de las cifras proporcionadas por el CONACYT revela un esquema de funcionamiento del S.N.I que es preciso estudiar, ante los numerosos interrogantes de los especialistas sobre sus alcances y devenir. Sobresale el tono asertivo-triunfalista del documento: enfatiza que el S.N.I agrupa 36716 miembros, un récord “histórico” en cuanto a números, con un porcentaje de crecimiento del 11% en comparación con 2020 pero sólo desglosa los datos correspondientes al número de solicitantes 2021 para primer ingreso o renovación, por lo que suministra una visión parcial del universo en su conjunto.
Eso sí, las cifras presentadas indican que un alto porcentaje de los que estaban en condiciones de renovar su pertenencia intentaron hacerlo (85.7%). Confirman en consecuencia una indudable relevancia del S.N.I como mecanismo para atribuir diferencialmente prestigio y recursos financieros, en un sistema académico en el que los salarios, las prestaciones y el reconocimiento social otorgado a la profesión han decaído, entre los académicos confirmados y jóvenes. La distribución equilibrada de los solicitantes por categoría (49.95% en la de renovación y el resto en la de nuevo ingreso) disimula, adicionalmente, dos hechos trascendentales: primero, el que es más fácil conservar el S.N.I que obtenerlo por primera vez y, segundo, el que las probabilidades de reingresar al S.N.I son superiores en el nivel 1 que en los 2 y 3.
El 74.9% de los integrantes de la categoría “permanencia” mantuvo su adscripción. Desconocemos si se quedaron en el mismo nivel, bajaron o subieron. Pero pudimos calcular que los porcentajes de aprobación entre ellos son respectivamente 85.2% en el nivel 1, 52.2% en el 2 y 47.2% en el 3, haciendo del principio de incertidumbre permanente una constante de las trayectorias, hasta entre los científicos más confirmados.
En contraste, sólo el 46.9% de los investigadores interesados en ingresar al SNI lo consiguieron. Ese sesgo puede deberse a la variabilidad de los capitales disciplinarios, a los antecedentes formativos, a los capitales social, cultural y viajero acumulado, a la experiencia previa para cumplir los criterios de selección, a la adaptación de los perfiles a los parámetros de evaluación, a la benevolencia de los gatekeepers, a las posiciones laborales ocupadas, etc.
Pero, independientemente de sus causas, las diferencias en las proporciones de aceptación orillan a prestar atención a la problemática de la renovación de la plantilla de investigación versus su reproducción. Si bien haría falta caracterizar detalladamente, con indicadores socio-demográficos y etarios, quienes albergan la expectativa de ingresar al S.N.I, algunos indicios permiten vislumbrar que, en una abrumadora mayoría, ellos son investigadores noveles que arrancan su carrera científica, con una productividad incipiente. En su mayoría, están adscritos en el nivel 1 (52.61%) o en el de candidatos (47%), por lo que una pregunta central es si cuentan con condiciones institucionales de trabajo, adecuadas a sus necesidades.
En suma, los datos proporcionados por el CONACYT generan más dudas que las que responden. Muestran además la reproducción de disfuncionamientos bien documentados, desde hace años. Entre esos, destaca la inoperancia de las medidas de inclusión proactiva dirigidas a las mujeres, independientemente de que su porcentaje de representación se haya elevado en los pasados 10 años, como reflejo de una tendencia a la feminización del oficio científico. Sobresalen también las diferencias en las tasas de selectividad por área. Esas inercias corroboran que, independientemente de pronunciamientos ideológicos y de reformas puntuales, ha sido imposible reformar el dispositivo y articular su transformación con una revaloración integral de las carreras científicas.
Enhorabuena entonces por el repunte en la membresía del SNI. Pero este resultado no debe opacar la urgencia de transitar de una documentación a modo a una estadística sistemática sobre sus dimensiones ni la de pensarlo como un mecanismo de revaloración y ordenamiento de un oficio cuyas condiciones de ejercicio se han deteriorado recientemente.