La muerte en México, es fiesta,
risa, azúcar, cempasúchil,
veladoras y ofrendas”
Elena Poniatowska
Terminó la celebración de los muertos en México en la que cada persona, cada familia, cada comunidad y cada región, festejan la visita de nuestros seres queridos.
Con toda una paleta de colores, impregnadas de olores y sabores diversos, realizamos la fiesta de la muerte, donde aflora la manera particular en la que cada quien preserva esta tradición mexicana, que de pronto se mezcla con la tradición irlandesa celta del Halloween.
Mucho tenemos que hacer para preservar esta hermosa danza perpetua entre la vida y la muerte, que se refleja en cada uno de los elementos que se insertan en esta tradición mexicana, especialmente, cuando nos acercamos a la visión de la muerte del mundo prehispánico.
En la conferencia del arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, investigador emérito del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), nombrada “La muerte entre los mexicas”, organizada por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), visibilizó ciertas características que identifican al mundo prehispánico y que considero, debía de darse a conocer en las aulas de nuestro país.
Entre los mexicas había varios lugares a los que se consideraba que el individuo iba dependiendo de la manera en la que moría, en contraste con la visión occidental en la que se habla del cielo y del infierno. En ellos, el tránsito de un lugar a otro era la esencia de los muertos acompañando al sol.
Los guerreros que morían en batalla o eran sacrificados, transitaban entonando cantos de guerra hasta llegar al mediodía del lado oriente del firmamento que correspondía al rumbo masculino del universo; en cambio el sol de mediodía al atardecer acompañaba a las mujeres, guerreras valientes, diosas que habían muerto en el parto, puesto que este era considerado un combate, en donde el sol era devorado por la tierra, de manera tal que poniente representa el rumbo femenino del universo.
Un siguiente lugar por el que transitaba era el lugar del paraíso de Dios Tláloc y sus ayudantes, ahí iban todos los que morían en alguna situación relacionada con el agua, en donde, según describe Sahagún, era un lugar en el que siempre había un verano constante, plantas plenas, verdor y agua.
Al Mictlán iban todas las otras personas que morían por otras causas, donde se pensaba que había que atravesar varios peligros que enfrentaban las esencias. Empezaban por la tierra que devoraban los cadáveres, proseguían en un río hasta llegar donde chocan dos montañas entre sí, después a un lugar resguardado por la lagartija verde; en el siguiente sorteaban una serpiente, después cruzaban un río con la ayuda y compañía de un perro guardián, hasta que finalmente llegaban al Mictlán, donde habitaban Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl, el señor y la señora de los muertos o del inframundo.
Desde tiempos anteriores a la evangelización se presentaba de diversas maneras, la dualidad vida-muerte. Por ejemplo, en la máscara de Tlatilco, se puede observar un rostro dividido en dos: uno descarnado y otro con piel, que representan la dualidad entre la vida y la muerte, muy importante en la vida prehispánica.
En la tumba de Pakal, su féretro tiene forma de matriz con una tapa que encaja perfectamente, al fondo se ve una línea blanca horizonte, así como una serie de elementos que conformaban una ofrenda que acompañaba al muerto. En la tumba 104 de Monte Albán Oaxaca, se enterraban a los muertos en una fosa con paredes policromadas relacionadas con sus creencias, el esqueleto estaba rodeado de vasijas, ollas, figuras, joyas y diversos instrumentos que lo identificaban.
Había la costumbre de reutilizar las tumbas en donde una del período zapoteca podría utilizarse en la época mixteca; por ejemplo, en la tumba 7 de Monte Albán, cuyo techo está conformado por grandes piedras acompañadas una con otra y abajo la cámara sepulcral, en la que se hicieron a un lado los objetos zapotecas y se colocaron una gran ofrenda con collares de oro, alternadas con piedras como jadeítas y una cantidad de materiales bastantes ricos, ejemplo de la orfebrería que fue una de las características de esa cultura, con un pectoral que muestra el dios de la muerte con una filigrana impresionante
Así, profundizando en las muestras que aún se conservan de las diferentes culturas como el rostro de Soyaltepec, del señor del mundo de la muerte Mictlantecuhtli o como las figuras femeninas Cihuateotlise, es posible observar la presencia de la dualidad vida-muerte, especialmente en piezas de cerámica que se componen de dos lados.
Recientemente frente al Templo Mayor se encontró el Huei Tzompantli, que es una estructura baja hecha de piedra y estuco en la que se clavaban postes y en los extremos había dos torres de cráneos amarrados, donde se vuelve a mostrar esa asociación tan importante con la muerte de los mexicas.
Todo lo anterior tiene una riqueza histórica que es necesario comprender, ya que la tradición que acabamos de celebrar en nuestro país, está culturalmente enraizada en mitos, rituales y creencias cuyos frutos sincréticos se siguieron dando durante la Colonia y hasta nuestros días, lo que, en todo proceso educativo, debiera de compartirse por su importancia y trascendencia.
Referencia
Matos E. (2021) Conferencia “La muerte entre los mexicas”, disponible en https://www.youtube.com/watch?v=kbqNzIsws_k