Julia Gaspar Villarías *
Les presento la historia de Lucía, una mujer de 30 años que estudió primaria, secundaria, preparatoria, carrera técnica en educación y varios diplomados. Actualmente trabaja en una escuela, además de ser conferencista. Y también tiene Síndrome de Down.
Es una historia de éxito. Es resultado del trabajo en equipo entre comunidad educativa y familia, una sinergia fundamental para lograr la plena inclusión de Lucía a una vida sin limitaciones por su condición, llena de obstáculos, pero de mayores logros.
Me puedes llamar Lucía. Por el momento me parece que es lo único que necesitas para conocerme y para entender lo que sentimos las personas como yo.
Déjame contarte lo que sucedió en un Colegio al poniente de la Ciudad de México. Por esos años cursaba sexto grado de primaria y me estaba preparando para ingresar a la secundaria. Con seguridad te diré que marcó mi existencia para siempre. Y la marcó para bien.
Te dejo con la especialista que me conoció entonces, para que te explique cómo me ayudaron a incluirme en una escuela con niños y niñas que –como lo creía entonces– no eran como yo.
Lo recuerdo como si fuera ayer. Lucía tenía 12 años. Mis primeras impresiones coincidían con los resultados que arrojaban pruebas especializadas: era una adolescente comprometida, alegre, responsable, perseverante y cooperadora. Tener Síndrome de Down no la había limitado para ingresar a la escuela ni, lo más difícil, mantenerse en ella.
Siendo la menor de dos hermanos, estudió la primaria en el aula regular de un colegio que no contaba con un departamento formal de inclusión educativa. Su experiencia escolar fue grata y, en algunos sentidos, fructífera. Ahí aprendió a reconocerse como parte de un mundo complejo, diverso y, en muchas ocasiones, adverso y cruel.
Cuando mis padres –que han estado conmigo en todo momento y me han apoyado hasta experimentar el dolor de la frustración, pero también el bálsamo de la superación– deciden que lo mejor para mi desarrollo era continuar la ruta escolar tradicional se topan con un obstáculo importante: la escuela en la que estudiaba no contaba con secundaria. Después de una ardua búsqueda, encuentran un Colegio con preescolar, primaria, secundaria y preparatoria y con Departamento de Inclusión Educativa. Los dejo con la especialista, y ahora amiga, que dirigía el departamento:
Empezamos por citar a Lucía y a sus papás para conocernos y para que ella se familiarizara con la gente y las nuevas instalaciones escolares. Antes de someterla a un proceso de admisión tradicional, consideramos prudente realizar con ella una serie de visitas a la escuela para que conociera las aulas, zonas de recreo, así como a los niños y niñas que estudiarían con ella. Dos semanas después estaba inscrita en sexto año de primaria.
Una vez registrada, el equipo de primaria se enfocó en capacitar y sensibilizar a toda la comunidad educativa (directores, maestros, alumnos y padres de familia). Este proceso fue mucho más enfático y constante con los compañeros de generación de Lucía.
Con el propósito prioritario de que Lucía fuera aceptada por sus compañeros y, al mismo tiempo, que el sistema se adaptara gradualmente a la nueva alumna, –es decir que la reconociera y tratara como a cualquier otro alumno– se llevaron a cabo dinámicas en todos los grados para tratar ampliamente los temas de diversidad y respeto a las diferencias.
Otra tarea importante, más de orden pedagógico y técnico, fue la planeación que considera los siguientes aspectos: ritmo de aprendizaje, problema visual, problema motor, adaptación social con maestros y alumnos, y adecuación de currículo.
Los primeros días de escuela, durante esta etapa, fueron desastrosos. Tenía mucho miedo y sentía que mis compañeros me veían como a una persona muy diferente. Tuve días buenos y malos, pero recuerdo que pasaron cosas que me ayudaron mucho a adaptarme y que ellos se adaptaran a mí.
Es necesario destacar que Lucía tenía y tiene capacidades extraordinarias: es atenta, muestra muchos deseos de superación y, lo más importante, es tolerante a situaciones de fracaso que tienen que ver con la discapacidad intelectual y motora que tiene. Asimismo, sobresale la importante labor de apoyo que realizó su familia, como trabajar en casa la regularización de contenidos, estimulación de aprendizajes de tipo abstracto, establecer límites disciplinarios, inculcar la importancia del trabajo en equipo, entre otras.
Conforme pasaban los días, el Colegio se fue adaptando, pero yo tuve momentos muy difíciles…
El mayor reto fue establecer límites de conducta adecuados y suficientemente claros para Lucía. En su experiencia escolar anterior a Lucía se le permitía actuar sin límites de conductas preestablecidas. En este Colegio las cosas serían diferentes: era evidente que Lucía recibiría un trato preferencial debido a su condición, pero en la medida en la que fuera tratándosele como a una estudiante más de la escuela, su inclusión educativa sería mucho más rápida y natural.
Un nuevo horario escolar, conductas inadecuadas al relacionarse con sus pares y maestros e incremento de materias curriculares, fueron algunos de los motivos que causaron que Lucía presentara problemas de adaptación importantes.
Con el objetivo de atenuar posibles situaciones de conflicto constantes, fue necesario realizar varias dinámicas de control de grupo cuyo propósito central consistió en dejar claro que ella tenía las mismas obligaciones y derechos que los demás alumnos.
Pero… también hubo recompensas y superación.
Durante el primer año escolar la recompensa fue enorme. El desempeño general fue satisfactorio para toda la comunidad. Destacó su responsabilidad para entregar tareas y nunca faltar a una cita escolar importante. Su participación en el salón de clases fue espontánea y, por momentos, muy alentadora para los demás. En términos generales, su desempeño en los exámenes fue satisfactorio.
Continuamos elaborando estrategias para fortalecer el programa de inclusión educativa, como el apoyo de una acompañante terapéutica que asistió a Lucía diariamente dentro del salón de clases, lo cual no quiere decir que hiciera el trabajo por ella, si no que colaboró mediando en cada sesión. También coordinadores y maestros recibimos asesoría sobre el proceso de inclusión de Lucía y sobre el desarrollo de estrategias curriculares y pedagógicas que nos permitieran resolver problemas de aprendizaje cotidianos en el aula.
La secundaria fue algo muy nuevo para mí. El nivel de exigencia y responsabilidad fueron enormes. Tanto, que por momentos sentí que no podría ser capaz de adaptarme.
La principal dificultad fue la resistencia inicial de una parte del personal docente. Su miedo a lo desconocido ocasionó tensiones y problemas que se fueron resolviendo con el trabajo de toda la comunidad escolar y en particular de los especialistas.
Al principio, la acompañante terapéutica causó suspicacia e incomodidad entre alumnos y profesores, pero poco a poco se fueron adaptando a esta presencia y al carácter eminentemente pedagógico de su existencia. Después de tres meses en la secundaria, los resultados fueron muy buenos:
Lucía no reprobó ninguna materia, los maestros se sorprendieron de su responsabilidad, interés, colaboración y del aprendizaje que la niña había sido capaz de adquirir en cada una de las materias.
Hubo un cambio de actitud positivo por parte de los docentes. En lo social, hubieron avances considerables: la niña se integraba cada día más a sus pares y pasaba menos tiempo en la enfermería.
Termino diciendo que hoy Lucía es feliz.
Cuando recuerdo esta etapa de mi vida, me siento capaz de volverlo a intentar. Mi vida todavía no es sencilla, aún tengo problemas de aprendizaje y de interacción social. Lo que aprendí en esta etapa de mi vida fue muy valioso para mi: aprendí que soy diferente, pero, en muchos aspectos, igual a los demás, sin embargo, el ser únicos es lo que hace la diferencia.
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Julia Gaspar Villarías. Integrante de MUxED. Terapeuta en Comunicación Humana y especialista en Inclusión Educativa. Es fundadora y directora de Ambar, empresa de consultoría que asesora a escuelas tanto públicas como privadas para fortalecer y acompañar a los equipos directivos y docentes para que logren ofrecer una respuesta personalizada a cada uno de sus alumnos, independientemente de sus catacterísticas, así como para capacitarlos sobre la enseñanza diferenciada.
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