Fidel Ibarra López
El presidente López Obrador ha afirmado “categóricamente” que el próximo ciclo escolar “llueve, truene o relampaguee”, se va a regresar a las escuelas. La expresión ha sido objeto de crítica por parte de la comentocracia y han vinculado esa expresión hacia la condición “obcecada” que manifiesta el presidente cada vez que se empecina con un tema. En nuestro caso, no vamos por esa línea. Sería situar en una perspectiva de corto alcance, la relevancia de la pieza discursiva que ha dicho el presidente. ¿Por qué?
Me explico: el argumento del presidente para el regreso a las escuelas tiene que ver con la variable “tiempo” y la variable “vacunación”. De la primera señala, que ya ha sido bastante el tiempo que han permanecido cerradas las escuelas (desde marzo del 2020). Y ello está afectando a los niños. De la segunda destaca, el avance que se tiene en la vacunación de los maestros. De acuerdo con algunas fuentes periodísticas, se han vacunado 2.7 millones de trabajadores educativos nacionales de un universo total de 3.1 millones (El Financiero, 25 de julio del 2021). Y del total de la población –hasta el 24 de julio-, el 32.72% ha recibido por lo menos una vacuna; y solamente el 18.58% ha recibido las dos dosis de vacunación (statista, 29 de julio del 2021).
¿Qué decir de los argumentos del presidente? Es verdad que el cierre de las escuelas está afectando emocionalmente a los niños. Así lo indican diversos estudios en la materia. Sin embargo, en las actuales condiciones hay una brecha muy amplia entre “lo que se desea” y “lo que realmente puede ser”. El escenario ha cambiado radicalmente. Estamos ante un virus distinto. La variante Delta –de acuerdo con los especialistas- contagia cuatro veces más que el virus original (ABC sociedad, 31 de julio del 2021)-. Y, además, como señala el Dr. Anthony Fauci –asesor de la Casa Blanca sobre la pandemia de la Covid-19-: “mientras haya una alta circulación del virus entre las personas no vacunadas, le damos al virus la oportunidad de variar más y arriesgarse a una variante peor que Delta, una variante que ni siquiera los vacunados podrían encargarse de ésta” (Newsweek México, 30 de julio del 2021).
Y en términos de efectividad en los contagios, cito dos casos paradigmáticos para ejemplificar la gravedad de este nuevo virus: Cuba y Vietnam –dos países con un régimen político similar y que cuentan con la posibilidad de implementar una política de control de la “movilidad social” de la población-, simplemente no están conteniendo al virus. En el caso de Cuba, el gobierno Castrista había contenido la pandemia desde el 28 de marzo del 2020 hasta principios de enero de 2021, dado que tuvo que abrir su frontera al turismo: del 12 de enero hasta el 9 de junio, Cuba registraba poco más de mil nuevos contagios por día; pero a partir del 23 de junio, el número de contagios empezó a elevarse por encima de los 2 mil casos por día. Ahora, el número se ha disparado y va por encima de los 7 mil casos diarios.
El caso de Vietnam es todavía más paradigmático. Vietnam tenía “controlada” la pandemia. El número de contagios no sobrepasaban los tres dígitos del 24 de marzo del 2020 hasta el 16 de mayo del 2021. Ahora, en Vietnam los contagios se han disparado. Y han llegado a situarse por encima de los 8 mil nuevos contagios por día. Solamente, en la última semana de julio, Vietnam tuvo un promedio de nuevos contagios de 7 mil 738. Ergo pues, la situación se ha salido de control en el país asiático debido al nuevo virus que tenemos enfrente.
La variante Delta ha cambiado el escenario de guerra. Y cada actor –político, empresarial, etc.- debe considerar (ese cambio) para ajustar la planeación estratégica.
Ahora bien, el presidente López Obrador no parece estar bajo esta coordenada. Su perspectiva “simplifica en demasía la realidad”. Y en su determinación de empujar el regreso a las escuelas por encima de cualquier consideración –eso es lo que significa la expresión “llueve, truene o relampaguee”-, intenta ajustar una realidad biológica –la del virus- a su concepción de la realidad social. Lo cual es, en esencia, una contradicción.
Integro otro argumento del presidente López Obrador –y con esto perfilo la parte medular del artículo-: el presidente también fundamenta su postura del regreso a las escuelas en el “atraso” que se está generando en los aprendizajes de los alumnos con el modelo a la distancia. Esta pieza discursiva es clave, y lo afirmo por lo siguiente: asumir que se está generando un “atraso en los aprendizajes” es aceptar –en cierta forma- que el programa “Aprende en casa” no ha funcionado. Y, por ende, se debe regresar a las aulas.
En ese sentido, con su postura del “regreso a las escuelas”, el presidente intenta “resolver un problema” –el del atraso de los aprendizajes; y se puede agregar, el de la salud emocional de los niños-; pero con su postura, puede problematizar todavía más la situación al integrar una variable más al escenario: el contagio de los niños. Ahora, el presidente afirma que no se va a “obligar a ningún padre de familia a enviar a sus hijos a la escuela”. Sin embargo, si cientos de miles de niños no regresan a las escuelas por la negativa de sus padres, ¿de qué forma esos niños van a desarrollar su proceso de enseñanza-aprendizaje en el próximo ciclo escolar? Esta es una pregunta básica; pero hasta el momento el presidente no ha dicho nada al respecto.
¿Y la SEP, qué dice? La SEP ha hecho público el Boletín 160 (29 de julio del 2021), en el cual se afirma que se está trabajando en una “estrategia nacional” para el regreso a las aulas. Estrategia donde participarán los gobiernos de los 32 estados de la república, los sindicatos del sector, asociaciones de padres y madres de familia, universidades e instituciones como la Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación (MEJOREDU).
Habrá qué esperar entonces la forma que perfilará la SEP el regreso a las aulas. No obstante, en cualquier escenario que plantee la SEP, se debe dar respuesta a estas otras preguntas básicas: ¿qué va a pasar si se presenta un caso de contagio (o varios) en una escuela? ¿Se van a cerrar? Y si se cierran, ¿se regresa al modelo a la distancia con el programa Aprende en Casa nuevamente? Desde nuestra perspectiva, en el peor de los escenarios una escuela podría abrir y al cabo de unos 15 días podrían estar cerrando nuevamente porque se presentaron casos de contagios entre los niños. Y lo que sigue de ahí en adelante, sería el trabajo con un modelo nuevamente a la distancia. En ese sentido, no parece del todo estratégico enfocar la mirada solamente en la apertura de las aulas, sin considerar el tema del modelo educativo.
Y aquí reside el quid del tema: si se observa, bajo las condiciones en la que nos encontramos, la clave reside en el modelo educativo. Y en este plano, la apuesta del presidente de la república es “regresar a la escuela que conocimos antes de la pandemia”. Recurre al pasado para enfrentar un problema del presente. Y lo hace, porque en el sistema público no hay otra vía para enfrentar el próximo ciclo escolar, más que con el modelo presencial. Un modelo que, en honor a la verdad, es difícil que se lleve a cabo. No hay condiciones. Pero el programa Aprende en Casa fue un fracaso, y ahora toca apostarle a la apertura de las escuelas como única vía para salirle al paso al problema.
La clave de aquí en adelante para las escuelas, reside en la innovación. ¿Por qué? Porque –y aquí cito el concepto del sociólogo canadiense Michael Fullan- estamos ante un momento histórico de “Cambio Educativo”. Y no podemos –o mejor dicho, no debemos- conducirnos bajo las mismas coordenadas de antes de la pandemia para enfrentar una realidad educativa que cambió de forma brutal. Hacerlo, significaría en los hechos, poner(le) al sistema educativo una camisa de fuerza.
Lo digo, en otros términos: la única vía para sostener al modelo presencial en pie, es a través de un modelo mixto, donde unos niños tomen clases de forma presencial mientras otros lo hacen de forma remota a través de las tecnologías. Y ello implica un proceso de innovación educativa, porque involucra varios factores (infraestructura tecnológica, formación docente, innovación de la práctica docente, innovación en el proceso de enseñanza-aprendizaje, etc.). En ese sentido, la mirada –nos guste o no- debe ser hacia el futuro, no hacia el pasado.
Entiendo que haya un estado de “negación” ante el golpe tan abrupto que ha significado la pandemia para la educación, y que haya, a su vez, una especie de “añoranza” porque regresen las clases presenciales; pero avanzaremos mucho más si “aceptamos” que la realidad cambió y nos tenemos que adecuar. Si no lo hacemos, el golpe puede ser todavía mayor para la educación de nuestro país.
En ese sentido, por el bien de nuestros niños, la apuesta del presidente debe ser por la innovación, y no por las camisas de fuerza. Y esa apuesta se observará desde el momento que se empiece a trabajar sobre el modelo educativo que necesita el sistema educativo público en nuestro país para enfrentar la complejidad educativa que nos ha planteado la pandemia.
En materia educativa, ese puede ser el legado de su sexenio. Un legado que involucra una solución, y no un desastre como el que se tiene actualmente con el programa Aprende en Casa.
Al tiempo…
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