Abelardo Carro Nava
Fue en la década de los 60, cuando los movimientos estudiantiles en nuestro país tuvieron un auge importante dada la vorágine de acontecimientos que, en diversas partes del mundo, y a nivel nacional, acontecían.
La represión del 2 de octubre de 1968 representó la etapa más evidente del autoritarismo gubernamental en contra de una sociedad civil que buscaba un cambio democrático pues, por décadas, había gobernado el territorio mexicano, una camada de políticos provenientes de un mismo partido. Dicha exigencia estuvo acompañada de otras tantas más, por ejemplo: la búsqueda de mayores libertades políticas y civiles, la disminución de las desigualdades sociales y, por obvias razones, la eliminación de ese autoritarismo.
Como era de esperarse, el gobierno de esa época en manos de Gustavo Díaz Ordaz, aplicó los mecanismos de control y disuasión que se solían implementar cuando surgía alguna llama de disidencia social en el país: la represión y el aniquilamiento de sus dirigencias era el sello distintivo de esos tiempos. De ahí que este mismo gobernante, haya justificado la represión y matanza ocurrida en la plaza de las Tres Culturas de Tlaltelolco al señalar que el movimiento tenía la intención de derrocar al gobierno e instaurar un supuesto régimen comunista por lo que, todos los integrantes de esta disidencia, a decir de este personaje, eran terroristas, delincuentes y un peligro para la sociedad.
Como sabemos, en los trágicos hechos de “la masacre de Tlaltelolco”, operaron el grupo paramilitar “Batallón Olimpia”, la Dirección Federal de Seguridad, la Policía Secreta y el Ejército Mexicano. No había más. Tenía que imponerse la fuerza del estado a quien osaba pensar diferente. Ello explica, quizá, los fallecimientos de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez durante los primeros años del gobierno de Luis Echeverría, pero también, el tan conocido y sangriento evento denominado “halconazo” en el que, de nueva cuenta, la represión fue el sello distintivo.
Más de cuatro décadas han pasado y la historia se repite.
Comenzó la noche del 26 y madrugada del 27 de septiembre de 2014. Estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa, sufrieron los embates de las fuerzas de seguridad y, hasta donde se sabe, del 27º batallón de infantería del ejército mexicano. Otra vez la represión y el aniquilamiento de un movimiento estudiantil que, por años, ha sido un actor incómodo para el gobierno. Lo segundo no lo lograron, es más, se convirtieron en la semilla que cruzó el mundo para mostrar el verdadero rostro del autoritarismo en México.
A esto le siguieron los brutales ataques de hace unos días a los alumnos y alumnas de las Normales Rurales de Mactumactzá y Teteles. De nueva cuenta, gobiernos que se autoproclamaron impulsores de una cuarta transformación en México, usaron los mecanismos de antaño para reprimir y silenciar las voces estudiantiles cuyas demandas no son difíciles de comprender: un examen de admisión presencial y no en línea dada la precariedad y pobreza de las comunidades donde radican los jóvenes en Chiapas, y el cumplimiento a sus demandas establecidas en un pliego petitorio consistentes en el mejoramiento de la infraestructura educativa en la Normal “Carmen Serdán”, así como el que no se redujera de su matrícula, entre otras.
Esto sin olvidar, las agresiones policiacas en los estados de Aguascalientes (2017) y Tlaxcala (2010) donde, conforme a los mismos mecanismos empleados, las fuerzas de seguridad reprimieron a estudiantes de las Escuelas Normales Rurales de Cañada Honda y Panotla.
¿Qué gobierno golpea y encarcela a sus estudiantes?, ¿por qué el lujo de violencia en las detenciones? Preguntaba el otro día en un artículo que escribí para La Jornada (https://www.jornada.com.mx/2021/05/30/opinion/010a1pol?partner=rss). La respuesta se halla en los primeros párrafos de estas líneas. Desde luego, si usted es capaz de temblar de indignación cada vez que se comete una injustica, podrá coincidir en que el rostro del autoritarismo, rancio y arcaico, no se ha ido. Sigue tan presente en la política y en el estado mexicano en pleno Siglo XXI.
Iris y Mónica, alumnas de la Escuela Normal Rural “Carmen Serdán” de Teteles, al igual que Daniel, Julio César Ramírez y Julio César Mondragón de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa, no vieron cristalizado su sueño por ser maestras y maestros. Escuelas, aulas y cientos de niños no contarán con su presencia, sin embargo, se han convertido en una luz en el camino porque, sin lugar a duda, podrán cortar todas las flores, pero nunca terminarán con la primavera.