El Programa para la Evaluación Internacional del Estudiante (Pisa, por sus siglas en inglés) es una serie de pruebas que aparecieron en México cuando cambiamos de un régimen de partido único a uno democrático y relativamente competitivo. Recordemos que PISA no mide directamente lo que se enseña en el plan de estudios, sino en cómo los jóvenes de 15 años pueden desempeñarse gracias a su conocimiento adquirido en tres áreas clave: Lectura, Matemáticas y Ciencias.
“Qué puedo hacer con el conocimiento adquirido” es la pregunta que ayuda a responder esta prueba y tiene la ventaja de expresarse en puntajes que permiten comparaciones internacionales, nacionales y por tipo de escuela. De hecho, uno de los hallazgos más importantes derivados de esta prueba en 2003 fue que los jóvenes mexicanos de las escuelas particulares —supuestamente “ricas”— no alcanzaban un rendimiento semejante a aquellos jóvenes de las clases pobres de los países desarrollados. El problema de la baja calidad educativa de México no sólo es un asunto de recursos económicos, concluiría Carlos Muñoz Izquierdo, Premio Nacional de Ciencias y Artes 2012. ¿Qué hizo la academia, la sociedad, y los gobiernos con esta inteligente observación derivada de una prueba estandarizada?
La posibilidad de pensar y actuar correctamente a partir de los resultados de una medición como ésta se combina con su opuesto. A lo largo de 20 años, la difusión y uso de los resultados de las pruebas de PISA se ha utilizado de variadas maneras, muchas de ellas, regresivas, como bien advirtieron varios académicos de países ricos (The Guardian, 06/05/14). Poco después, también el Grupo de Trabajo sobre Políticas Educativas y Derecho a la Educación en América Latina y el Caribe de Clacso se manifestó al respecto. Felipe Martínez Rizo, director fundador del extinto Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), también advirtió sobre las “interpretaciones infundadas” y los usos “potencialmente dañinos” de éste y otro tipo de evaluaciones.
Ciertamente, PISA no puede ser el único referente de la “buena” educación. Por sus limitaciones, debe tomarse con cautela cualquier ranking. Tampoco puede una prueba así ser la base de juicios, metas y pronósticos tan simplistas como pensar que “ante un cambio de tanto en los puntajes de PISA, el PIB variará en tanto”, como si los contextos y reglas bajo los que actuamos docentes, padres, estudiantes y escuelas no contaran.
PISA es un referente útil en la medida que nos ayuda a discutir y a deliberar públicamente la situación que guarda la educación del país. Contribuye a preguntarnos qué estamos haciendo todos como sociedad para formar a los jóvenes y a llamar a cuentas a la autoridad. A muchos detractores de las pruebas se les olvida que en 1995, el gobierno en turno ocultó los resultados de otra evaluación internacional (TIMSS) arguyendo no querer generar mayores problemas. ¿Vamos con la 4T hacia allá? Antes nos quejábamos de que se ocultaba la información, ahora parece que no sabemos qué hacer con ella.
Aprendamos a ejercer nuestro “razonamiento público” con base en la información derivada de las evaluaciones educativas. Una “competencia para la vida” que no debe suprimirse en días aciagos para la democracia mexicana.