Katiuska Fernández Morales*
Para nadie es difícil reconocer que la pandemia sumergió a todos los actores del sistema educativo en una crisis sin precedentes en la historia moderna. Hasta el primer trimestre de 2020, la estabilidad de la práctica educativa, aunque cuestionada por investigadores y pensadores educativos por la predominancia de prácticas consideradas obsoletas y de poca concordancia con los avances en el aprendizaje y la enseñanza no se debatían en gran medida.
Cuando el país tomó conciencia de la gravedad de la situación ocasionada por la pandemia y las instituciones educativas declararon que no habría regreso al aula por tiempo indefinido, inició el descontrol por la falta de preparación ante la “nueva normalidad”. ¡Nadie esperaba nada parecido! Solo algunos de los profesores que trabajábamos en línea y que estábamos involucrados con el aprendizaje mediado por tecnología consideramos que el proceso formativo podía llevarse a cabo sin mayor inconveniente, sin embargo, los detractores de esta modalidad educativa siguen sosteniendo que no ofrece una educación de calidad.
Ahora bien, es evidente que los cambios que hemos experimentado últimamente dividirán a la comunidad académica en dos segmentos: por una parte, aquellos que añoran dejar atrás la distancia y regresar a las aulas para seguir haciendo lo que usualmente hacían y, por otra parte, los que visualizaron o descubrieron las “oportunidades”. Mientras que unos profesores desean regresar a su mundo pre-pandémico con el método expositivo en su práctica docente junto con horarios bien definidos y rígidos, otros conocieron o empezaron a conocer modelos de aprendizaje colaborativo y significativo donde los horarios flexibles pudieran ser la norma.
Es importante resaltar que no solo el profesor entró en crisis, las instituciones educativas también lo hicieron, lo cual implica crisis de identidad, de funciones y obviamente de control.
De estas reflexiones me surgen muchas preguntas: ¿quién garantiza que administrativos y académicos “cumplan” con su horario?, ¿se pueden llevar su computadora a su casa?, ¿y si se la toman de vacaciones?, ¿cómo firmarán las asistencias?, ¿cómo respondemos a las auditorías?, ¿la deserción escolar es culpa de quién?, si resulta que no necesitan venir presencialmente a clases, entonces ¿cuál es el papel de la escuela que conozco?, ¿puedo pedir y ejercer el mismo presupuesto?, ¿ahora qué tipo de informes debo hacer?
Sería una pena que después de todo lo vivido por las instituciones, los profesores y los estudiantes en esta crisis de salud que nos afecta a todos se siguiera pensando igual, o peor aún, que el proceso educativo regresara como si la pandemia nunca hubiera existido. Desaprovechar todo el esfuerzo y la creatividad surgida del deseo de continuar buscando el aprendizaje de nuestros alumnos sería una verdadera lástima. Realmente hay tantas cosas que rescatar, reflexionar y hacer, que me hacen pensar que esta crisis puede ser un escalón orientado a la mejora de todos.
*Katiuska Fernández Morales es Doctora en Investigación Educativa por la Universidad Veracruzana. Actualmente es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) e investigadora de tiempo completo en el Instituto de Investigación y Desarrollo Educativo (IIDE) de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC), México, en la línea de “Mediación Tecnológica del Proceso Educativo”. Su producción científica se centra en temas relacionados con investigación educativa, innovación educativa y tecnología educativa en la educación superior.