Rosa Guadalupe Mendoza Zuany
Un proceso al vapor, mediado por la descalificación de anteriores procesos y de los actores que han participado previamente en el diseño de los libros de texto gratuitos, sin pago a los y las diseñadores(as), y sin ser parte de un proceso más amplio de discusión y definición de qué enseñamos y que aprendemos, es lo que hoy estamos presenciando.
Y es esto último precisamente – un proceso más amplio de discusión y definición de qué enseñamos y qué aprendemos – a lo que me parece deberíamos estar convocando, sin tener que ser convocadas y convocados por la SEP, para replantear qué educación necesitamos ante esta coyuntura y parteaguas histórico que representa la pandemia y lo que vendrá después. ¿Qué necesitamos enseñar y qué requerimos aprender para habitar el planeta de otro modo? ¿Qué necesitamos enseñar y qué requerimos aprender para construir un modelo distinto de sociedad?
Esto va más allá de un nuevo plan de estudios y más allá del diseño de libros de texto gratuitos. Esto entraña la redefinición de la educación que queremos, en consonancia con la sociedad que queremos; y ello convoca a toda la sociedad, no a personas afines a un partido, a un gobierno, a una sola ideología. Nos convoca a todas y todos. Y esta convocatoria implica discutir aquello que se presenta hoy por hoy como lo correcto, lo justo, lo incuestionable: lo que el gobierno predica como la verdad, cuya enunciación justifica la división y polarización de una sociedad de por sí dividida, polarizada y con gran inequidad.
Este debate nos remite a reflexionar, o incluso nos enseña que es preciso:
1.- embarcarnos como sociedad plural y desigual en una discusión profunda y de largo aliento sobre qué se debe enseñar en las escuelas, qué debemos aprender, y para qué;
2.- identificar y reconocer nuestras posiciones frente a:
a) un sistema neoliberal vigente, fuerte y perpetuante de la inequidad social y de la depredación de la naturaleza que sustenta la vida en el planeta;
b) una democracia debilitada y frágil;
c) la colonialidad de nuestro ser como nación y de nuestros procesos de construcción y valoración de conocimiento;
d) una sociedad patriarcal con manifestaciones cotidianas violentas, discriminadoras, minimizantes, vulnerantes de todo lo no masculino;
3.- plantear un proceso colaborativo, con múltiples voces, organizado, regionalizado y contextualizado para llevar a cabo esta discusión, la toma de decisiones y las acciones para concretar una política educativa que sea realmente pública, y no gubernamental ni electorera;
4.- incorporar en la discusión los fines de la educación, la política educativa, los planes y programas nacionales y regionales, y posteriormente para lograr coherencia, el diseño de libros de texto con el pago justo a quienes participan por la envergadura de tal responsabilidad;
5.- pensar en un proceso de largo aliento, plural, que sea parte de una política pública educativa más allá de las posiciones del gobierno en turno, de partidos políticos y de aspiraciones electorales.
Y, ¿por qué no iniciar un proceso en el que el sistema educativo posicione fuertemente a los padres y las madres como primeros y centrales educadores, y que tenemos mucho qué decir y hacer para lograr una educación distinta, sensible, alimentada por el asombro, coadyuvante de la felicidad y la plenitud humana como parte de la naturaleza habitada por otros seres no humanos que no existen para nosotros, sino con nosotros? No me identifico con una educación para la generación de mano de obra barata, acrítica, con capacidades limitadas a aquello que necesitan a las empresas; ni antropocéntrica, ni neoliberal, ni patriarcal, ni colonial, ni autoritaria, ni homogeneizante.
Como madre e investigadora educativa, coincido con Rachel Carson, científica famosa por su libro “Primavera silenciosa” en que denuncia el uso indiscriminado de pesticidas y sus efectos en todos los seres vivos, pero menos famosa por su libro “El sentido del asombro”, una joya para educadoras y educadores, del cual a continuación retomo una cita. Es una cita que comparto porque muestra la esencia de su propuesta en ese libro, con la que coincido y para la que trabajo desde la investigación educativa:
“Yo sinceramente creo que para el niño [la niña], y para los padres [las madres, los y las docentes] que buscan guiarle, no es ni siquiera la mitad de importante conocer como sentir. Si los hechos son la semilla que más tarde producen el conocimiento y la sabiduría, entonces las emociones y las impresiones de los sentidos son la tierra fértil en la cual la semilla debe crecer. Los años de la infancia son el tiempo para preparar la tierra. Una vez que han surgido las emociones, el sentido de la belleza, el entusiasmo por lo nuevo y lo desconocido, la sensación de simpatía, compasión, admiración o amor, entonces deseamos el conocimiento sobre el objeto de nuestra conmoción. Una vez que lo encuentras, tiene un significado duradero. Es más importante preparar el camino del niño [niña] que quiere conocer que darle un montón de datos que no está preparado para asimilar”. (Carson, 2012: s/p)
¿Qué educación queremos para las niñas y los niños mexicanos? Los libros de texto serán reflejo de ello, cuando lo hayamos discutido y decidido. Son un tesoro, lo fueron para mí cuando estudié la primaria. Desde el primer día de escuela primaria, allá en 1981, que abrí Mi libro de primero I, en la primera página pude leer la palabra “Yo” y observar la foto de un niño saltando feliz, fui feliz con él, de tener MIS libros. Hagamos que todas y todos quienes los tengan en sus manos sientan esa felicidad y los atesoren. Hagámoslos con calidad, entendida como un atributo que alude a la pertinencia y la relevancia de sus contenidos por la educación que queremos y definamos en un gran acuerdo, y por su coherencia con planes y programas de estudio hechos con esmero, con pluralidad y atendiendo al mundo que nos ha tocado y nos tocará vivir con un espíritu de justicia social y ambiental.