Alejandra Luna Guzmán
Entre las crisis que se originaron de manera colateral a la contingencia sanitaria por la pandemia de la Covid-19, la educativa es la que tiene implicaciones más directas y profundas con nuestro porvenir y el de nuestras niñas, niños, adolescentes y jóvenes a corto, mediano y largo plazos. La tensión que se ha dado en las últimas semanas por el llamado urgente a volver al espacio escolar es reflejo sí, de la preocupación por la falta de aprendizajes y de socialización de las y los estudiantes, pero también toma a ratos los tintes peligrosos de una visión adultocéntrica. Los docentes están exhaustos. Las madres, padres y cuidadores que han acompañado –al menos físicamente– a los menores de edad no ven una salida clara a esa situación en la que los colocó la vida hace ya un año. Lo cierto es que, al principio, nadie sabíamos que nos estábamos imponiendo la tarea imposible de educar, aprender e incluso de evaluar bajo condiciones tan extraordinarias y por un periodo tan prolongado.
Tampoco las autoridades educativas lo sabían. Si bien fueron prontas a ponerse el cubre bocas y a lanzar el programa Aprende en Casa recuperando materiales que ya existían, se han caracterizado por tiempos de respuesta lentos que llegan al sinsentido sincrónico. Para muestra, basta la patente ausencia de las adaptaciones a la programación en infraestructura sanitaria en las escuelas en el Programa Sectorial de Educación que se publicara en julio de 2020. Grave en sí misma, esta ausencia ya avisaba que no se estaba realizando un trabajo de planeación que diera viabilidad estratégica al regreso a las aulas. El Estado, responsable de garantizar el derecho a la educación en todas sus dimensiones, no es un ente aislado ni está solo en esa tarea. A nivel constitucional, el Artículo 31 establece la corresponsabilidad de madres, padres y tutores en el proceso educativo de los menores de 18 años a su cargo.
Asimismo, es bien sabido y ampliamente estudiado y difundido que el binomio educar-aprender es previo a la existencia de los sistemas educativos y que es un proceso neurobiológico innato en las especies con funciones mentales superiores. A partir de ello, resulta imposible entonces que no se estén dando de manera natural una enseñanza y un aprendizaje incluso en quienes desde el inicio de la pandemia perdieran contacto con la escuela, o quienes la abandonaron en el proceso. Los saberes sociales son indispensables, el aprendizaje fuera de la escuela es valioso e innegable. Una investigación que ha llamado la atención sobre este aspecto es la de “Pedagogías diversas: la voz de las niñas y los niños”, diseñada especialmente para recuperar los sentires de esta población en esta pandemia. A manera de podcast, los primeros hallazgos que reportan López-Pereyra y Gómez dan cuenta del reconocimiento de saberes no formales por parte de las niñas y los niños, así como del proceso de reflexión que les ha llevado el no estar en el espacio escolar y sus sensaciones de malestar y tristeza que ello les produce.
Si bien el valor de estos saberes extraescolares es un hecho, relajarse bajo la premisa de que son suficientes es ingenuo, en el mejor de los casos. En el peor, es una actitud negligente. En pro de reducir las enormes brechas en términos de oportunidades que la pérdida de aprendizajes escolares implica, es imperante que quienes nos dedicamos a la educación desde cualquier trinchera, logremos una articulación orientada a identificar cómo hemos educado, qué se ha aprendido y cómo lo evaluamos.
Las experiencias de investigación han sido varias. Los primeros hallazgos de algunas ya se encuentran en revistas académicas que desde el cierre de las escuelas convocaron y publicaron números especiales. Otras, aún en proceso, avizoran líneas importantes. Entre éstas, destaca un esfuerzo conjunto de varias universidades y organizaciones que hacen un análisis del aprendizaje y la salud socioemocional de estudiantes, docentes y padres, madres y cuidadores en México en este periodo de pandemia. Este estudio se realiza con instrumentos que permiten que los participantes reciban un diagnóstico personalizado y completamente gratuito sobre sus características, oportunidades y dificultades, en su dimensión pedagógica, socioemocional y tecnológica, junto con una serie de recomendaciones. Un total de 277 mil 144 estudiantes y docentes que componen la muestra final ya habrán podido activar esas recomendaciones.
Entre los resultados que más destacan en un primer corte, se ha podido identificar que 80.4% de los alumnos reporta pérdida de aprendizajes. Asimismo, que el bienestar socioemocional de los docentes es un factor clave que impacta en las acciones pedagógicas, lo que a su vez afecta las percepciones de aprendizaje de los estudiantes y su propio bienestar. Cimenna Chao –integrante de MUxED y encargada de la dimensión socioemocional de esta investigación– destaca que el estrés, que se expresa en agotamiento extremo (burn out), permea sobre todo en las y los docentes. Sin embargo, “afecta con mayor énfasis… a mujeres docentes con hijos(as) en edad escolar, porque además de apoyar la educación de sus descendientes tienen bajo su responsabilidad los aprendizajes de sus estudiantes.” En cuanto a la manera en que han afrontado los niños de primaria el encierro y la educación a distancia, 83.49% reporta que es a partir del enojo.
Si los linderos que han cursado el educar y el aprender en este difícil periodo plantean retos importantes, qué decir de la evaluación de los mismos. A la pregunta ¿qué aprendimos en la escuela durante este año de pandemia? se orienta la investigación homónima que se propone evaluar los aprendizajes de las áreas de Matemáticas y Lenguaje y Comunicación, con un componente orientado a habilidades socioemocionales. La plataforma estará disponible entre abril y junio de este año, y los primeros resultados los obtendremos en julio, a tiempo para que Consejos Técnicos Escolares, Academias y demás los usen a manera de diagnóstico para proyectar su próximo ciclo escolar.
La tarea es tan grande, que parece imposible. Lo es si cualquier actor educativo se ve solo frente a ella. La autoridad educativa no debe pasar por alto todo el conocimiento que ya se ha aportado y que está en proceso. Los que estamos involucrados en los ámbitos educativos tampoco hemos de señalar con dedo acusatorio a quien no ha cumplido su labor sin exigir con base en los resultados de nuestro propio trabajo que sí lo haga. Bien observó Foucault que, en la microfísica del poder de las instituciones, como lo es la escuela, se han subestimado la materialidad y la fuerza de cada uno de sus individuos.
https://www.muxed.mx/post/la-tarea-imposible-educar-aprender-y-evaluar-en-contingencia
Alejandra Luna Guzmán es integrante de MUxED. Pertenece al Departamento de Educación de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, donde se desempeña en la gestión editorial de revistas académicas arbitradas, además de cursar el Doctorado Interinstitucional en Educación. Sus líneas de investigación son el derecho a la educación y el análisis de la puesta en acto de políticas educativas en el espacio escolar, Tw: @EducaleNarte