Pronto todos vamos a enfrentar el “regreso” a clases. La pandemia nos pondrá a prueba. O nos informamos bien y actuamos con responsabilidad o vamos nuevamente a fracasar. Para prevenirnos de ello, habría que discutir pública y abiertamente las distintas propuestas para retomar el aprendizaje a través de las modalidades híbrida y presencial.
La Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación (Mejoredu) acaba de publicar un nuevo reporte sobre las perspectivas de los agentes educativos durante el confinamiento. En comparación con informes previos, éste es de naturaleza “cualitativa”, pues recupera las voces de estudiantes, docentes, directivos, estudiantes, madres y padres de familia sobre cuatro aspectos: (1) problemas, (2) preocupaciones, (3) acciones realizadas durante el encierro y (4) propuestas para el regreso a clases. Revisemos el reporte de la Mejoredu y continuemos el debate.
Según Mejoredu, se condujeron 224 entrevistas durante abril y mayo de 2020 y se aplicaron 236 cuestionarios a estudiantes de educación media superior. Ante esto, lo primero que habría que preguntar es a qué grado esta información sigue siendo válida a casi un año de su levantamiento. Recordemos que ya está en marcha el Aprende en Casa en su tercera edición y que poco a poco hemos ido modificando nuestro quehacer escolar en línea, al igual que nuestras preocupaciones. A medida que pasa el tiempo, es posible que el aprendizaje siga siendo una “gran preocupación”. Esto podría verse amplificado por las fallas de esta estrategia gubernamental y que la propia Comisión ha identificado: “…algunas mamás comentaron que las indicaciones en este programa no coincidían con el nivel escolar: la desventaja es que a veces son muchas preguntas, y pues ella [la niña] no sabe escribir; yo las escribo y ella me las responde, pero yo escribo”.
Luego de presentar los testimonios de los entrevistados, la Mejoredu propone nueve “líneas de acción estratégicas para situaciones de emergencia”. Cada una tiene una naturaleza distinta y exige condiciones diversas, así como un plazo variable para su concreción. Eliminar las barreras de conectividad, construir un repositorio de “buenas prácticas” y crear sistemas de alerta ante la exclusión escolar, por ejemplo, puede tomar tiempo. “Construir” una oferta formativa para los docentes, por otro lado, está sujeta a negociaciones sindicales, mientras que trabajar de manera coordinada a favor de las niñas, niños y jóvenes que enfrentan mayor desigualdad es urgente. Para ello, habrá que centrarse, a la brevedad, en construir un equilibrio entre el aprendizaje escolar y la salud física y emocional del estudiante.
Para ello, ojalá la SEP revise el informe de la Mejoredu y deje de lado su tentación de ver encarnados los principios de la 4T en los planes de estudio para en su lugar, definir “los aprendizajes fundamentales para cada grado”, realizar las evaluaciones necesarias para “conocer el nivel de aprendizaje” en que se dará el regreso a clases y promover estrategias de “contención socioemocional”. El aprendizaje y la salud son una preocupación constante. Organizarse en pos de ellos puede contribuir a la construcción de comunidades educativas reales y no sólo imaginarias.