La semana pasada sostuve que la supuesta “revalorización” del magisterio que ha emprendido este gobierno está basada más en una cándida narrativa hacia el maestro de educación básica que en acciones concretas. De ahí el término de “romantización”. El aprecio verbal y los símbolos rebasan a los otros elementos de la política pública. El presupuesto federal destinado al desarrollo docente, por ejemplo, se ha reducido y el apoyo real a las distintas trayectorias docentes aún brilla por su ausencia.
Ante esto, algunos colegas me escribieron preguntándome qué había de malo en que el presidente “apapachara” a los maestros, que si me fijaba bien, ya no había protestas magisteriales en la Capital y que esto demostraba lo “eficiente” que era la Cuarta Transformación. Agradezco tales comentarios. Es una fortuna tener lectores en tiempos del Tik Tok y ante la creciente polarización, es muy sano deliberar. Por ello, hoy trataré de argumentar porqué pienso que romantizar al magisterio es un error para la política educativa de México.
Al considerar que un individuo con una responsabilidad pública (como educar a la niñez y juventud) es un “héroe”, víctima o sujeto desconfiable al que hay que evaluar y si no cesarlo, como proponía la reforma educativa de Enrique Peña Nieto, se corre el riesgo de fallar en la definición del problema social. Los docentes no somos ni “santos” ni “demonios”, sino seres humanos que actuamos dentro de contextos particulares, complejos y con distintas motivaciones y racionalidades de acuerdo con las reglas que creamos y observamos. Reducir entonces la individualidad del maestro puede dar pie a fórmulas simples.
La romantización magisterial en México ha llegado a tal grado que el documento oficial de política educativa de la 4T presenta, como ya se he dicho, una inexplicable separación entre el objetivo de elevar la calidad educativa y el de desarrollo docente (Programa Sectorial de Educación: inconexiones, 17/07/21). ¿Se reconoce o no el papel del profesor para mejorar los aprendizajes del alumnado? Como en el sexenio pasado se asumió, según algunos, que el mentor era el único culpable de la mala calidad educativa, ¿ahora había que desligarlo totalmente de su responsabilidad y mejor buscar en el “neoliberalismo” al culpable? Tanto responsabilizar al maestro de la mala calidad como desligarlo totalmente de la responsabilidad de educar son dos distorsiones que pueden originar políticas con baja o nula efectividad. ¿Se compró la “paz social” con el magisterio durante este sexenio a costa de “nadar de muertito” y retrasar el avance educativo?
Otro efecto regresivo de la romantización del magisterio se puede observar cuando la Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación declara, por un lado, que los docentes fueron “creativos” para organizar sus clases en línea durante la pandemia, pero también detecta, por otro, que no pudieron apoyar a los estudiantes con sus tareas al mismo grado que lo hicieron sus familias. ¿Ven cómo se oscurece el análisis y se entorpecen las políticas cuando impera el corazón? Vaya “república amorosa”.
Texto publicado originalmente en El Universal