La semana pasada escribí sobre el mérito y el debate que han impulsado algunos académicos estadounidenses. Pregunté en qué parte de esta discusión estamos en México y varios lectores respondieron que ni siquiera en ciernes. ¿Será verdad? ¿Acaso los universitarios estamos cómodos viendo pasar de noche el trasatlántico de la desigualdad? ¿Dónde está la crítica al valor – a veces desmedido – que le atribuimos a ciertas actividades cuando otras merecen mayor reconocimiento? ¿La productividad basada en el pago por mérito (merit-pay) ya obscureció nuestra capacidad reflexiva?
Divagando con estas preguntas, vi que la edición impresa de EL UNIVERSAL Querétaro colocó mi artículo sobre el mérito frente a una nota de Rocío Benítez sobre el Centro de Arte (CA) de la UAQ. Ahí leí que para el secretario de Extensión y Cultura Universitaria de nuestra casa de estudios, Eduardo Núñez Rojas, este espacio, en su nueva etapa, “no será un espacio elitista”, sino que sus salas estarán abiertas para que “estudiantes, artistas emergentes y egresados” expongan sus obras.
Lucy Magaña, artista y coordinadora del CA, reafirmó que este centro busca “obras de calidad”. La forma de asegurarse de ello es que las exposiciones sean decididas a través de un “comité de curaduría”, sin que la limitante sea la edad o la trayectoria curricular. Es que “si no tienes ciertos premios, exposiciones nacionales y un currículum amplio, no te dan espacio”, advirtió la profesora universitaria.
¿Cómo se construye entonces el mérito y el reconocimiento dentro del medio artístico y cultural del país? ¿Enfrentan los creadores los mismos problemas que otros grupos para que su trabajo sea valorado y reconocido en su justa dimensión?
Si en México alrededor de 20 de cada 100 jóvenes que entran al Sistema Educativo Nacional llegan a la universidad, ¿no son éstos una minoría? Si los procesos de admisión de nuestra universidad son altamente selectivos (3 de cada 10 son aceptados), ¿por qué es impopular hablar de élites? Aparte de pasar los filtros académicos, parece que los estudiantes de Bellas Artes deben esforzarse aún más para mostrar su talento ¿mérito? y así ser reconocidos por sus obras “de calidad”. Un tipo de élite de “doble densidad”.
Pensando en el futuro de estos jóvenes, recordé una charla entre Gilles Lipovetsky y Mario Vargas Llosa sobre “Alta Cultura o Cultura de Masas”, donde el escritor enfatizaba que la función del artista no tiene una orientación específica como la del científico, sino que toca a la sociedad en su conjunto. De esta manera, “establece los denominadores comunes que se pierden en la sociedad con la modernización y la industrialización” (Letras Libres, 03/07/12).
Nada más pertinente, pensé, para un estado como Querétaro que tener artistas. Pero, ¿le otorgamos al creador artístico un mérito igual que al empresario? No, pese a que la cultura —creada por una élite— no sólo es para esa minoría, sino para toda la sociedad y lo más importante: nos “defiende”, según Vargas Llosa, contra totalitarismos, autoritarismos, sectarismo y dogmas. Las democracias necesitan élites de creadores. Piénselo jóvenes artistas.