Eduardo Gurría B.
En los tiempos que vive el mundo y que se viven en México, todos los aspectos de la vida social cobran relevancia, sobre todo ante la pesadilla del COVID 19; están la economía, como eje del desarrollo, la tecnología digital y las redes sociales, como puntales de la comunicación, el gobierno, como responsable de las políticas enfocadas al bienestar, la inseguridad galopante que, bien a bien, no se sabe qué dimensiones podrá llega a alcanzar y, muchos otros, como la corrupción, la cuestión ambiental, la proyección de México ante el mundo y demás.
Pero existen aspectos que destacan por su importancia debido al impacto que tienen sobre la expectativa hacia el futuro, como es el caso de la salud, la economía y la educación.
La educación es, quizás, uno de los más sensibles temas sociales que están en la mesa debido a dos aspectos principalmente: por un lado, está la educación como tal, que comprende las teorías educativas, la pedagogía, la didáctica, la currícula, los programas, las estrategias, los recursos y el enfoque que deberá dársele con miras al futuro, esto en el marco de la creciente preocupación que existe en torno a una niñez y una juventud que cada vez están menos preparadas para enfrentar retos que hasta hace poco nos eran desconocidos, una generación de cristal, amalgamada con sus inmediatos “millennians”, intolerantes ante todo y tolerantes y relativistas ante todo respectivamente y en cuyas manos está la apuesta de lo que le viene al mundo en los próximos años y que se vislumbra aceleradamente, y para lo que, en definitiva, no estamos preparados.
En el otro extremo, pero dentro del mismo contexto, está la educación como arma política, es decir, como manipulación y negociación del clientelismo en los ámbitos de poder para la escalada partidista y para quienes pretenden, o bien, hacerse del control o mantenerlo a toda costa y, esta, es la situación que se mantiene, el status quo, como ha sucedido durante generaciones.
Hoy por hoy, el manejo de la educación está en manos de quienes, por decir lo menos, no saben nada de educación; no encontramos educadores de carrera y con experiencia al frente de la SEP; entre los que están a cargo, no encontramos una preocupación por la mejora constante, no encontramos visionarios que, como tales, sean conscientes de la necesidad de un cambio a profundidad en la educación y dentro del mundo globalizado y que asuman su responsabilidad de forma responsable, ética y honesta y no en función de intereses personales o grupales, como es el caso del partido Redes Sociales Progresistas (lease Elba Esther Gordillo), con miras a una colocación electoral.
No se puede entender cómo la responsabilidad de la formación de la actual y de las futuras generaciones esté en manos de delincuentes, de corruptos y de ineptos, puestos ahí por conveniencias interpersonales…, entonces, ¿dónde están los maestros, los verdaderos maestros?; ellos están en las aulas o en las pantallas, trabajando.
Ante la incertidumbre planteada, surge la duda del porqué de la salida de Esteban Moctezuma Barragán de la SEP. No es que su acción al frente haya sido sobresaliente, pero tampoco es que haya sido fatal: encuestas reflejan que su gestión fue considerada buena, en un 35%, mala, con un 20% e irrelevante, con un 44%, pero las encuestas son eso, encuestas que, en estos tiempos nos resultan nada confiables y, por lo tanto, intrascendentes; lo preocupante es a quién pondrán a cargo y porqué, ¿a qué intereses responderá la persona que quede como responsable?, sobre todo al ver que en salud y economía queda todo qué desear. Las asignaciones del gabinete de la presente administración han caído en un surrealismo alarmante.
En otro renglón, es importante recalcar que en educación se van dejando de lado las áreas de las humanidades y de las ciencias sociales, ya que las profesiones que sobresalen como mejor pagadas son las que corresponden a las ingenierías, a la informática y al comercio en general, y hacia ahí se ha enfocado la formación de nuevos profesionistas, sin embargo, recordemos que el concepto de educación comprende no solamente lo técnico, sino también lo humano, es decir, educar significa formar, lo que incluye el fomento de los valores como entorno de una sociedad, y no que estos se pierdan en función de una sociedad cada vez menos social y cada vez más polarizada, tecnificada y consumista, impersonal y subjetiva.
Un tercer punto consiste en una voz de alarma para las instituciones privadas: se trata de la labor que llevan a cabo los maestros que trabajan para estas instituciones y que, al cabo de los meses, han venido reflejando si no hartazgo, al menos cansancio y estrés ante la modalidad de la educación en línea, con largas jornadas de trabajo que van más allá, mucho más allá de sus horas/clase. Si bien, es necesario que así lo hagan por las características propias de esta modalidad, ello no significa que no deban ser remunerados como corresponde, es decir, las instituciones privadas deben reconsiderar formas de retribución económica más acordes y justas con esta nueva realidad, así como la disminución de la carga que significan las plataformas, los cursos, las juntas y las exigencias ante el temor (o terror) de la pérdida de la currícula, y las exigencias de los padres de familia quienes, sobre todo en los niveles de primaria baja, se han convertido en verdaderas piedras en el zapato de los maestros, al posicionarse como jueces implacables de los docentes, sin que para ello tengan la más mínima experiencia o al menos, el criterio que se requiere para estar frente a un grupo, sea en forma presencial o virtual.
Si es preciso que las escuelas privadas, sobre todo los potentes corporativos, sacrifiquen algo de sus elevadas utilidades en función de la supervivencia, entonces, que lo hagan, ya que el verdadero capital de la educación es, lo sabemos, el cuerpo de docentes, quienes ahora y además, se han convertido en víctimas de una explotación en línea.
Flota, entonces, la pregunta de ¿qué quedará después de este año del bicho?