Sylvie Didou Aupetit
Cinvestav/Cátedra UNESCO
Desde marzo 2020, la pandemia de Covid-19 estragó los sistemas de educación superior en América Latina. Los análisis de sus repercusiones versaron esencialmente sobre la “continuidad” de los procesos de enseñanza. Otros temas, en cambio, tardaron más en emerger. Uno concierne las repercusiones diferenciales de la deserción entre los estudiantes, en función de su acceso a las TIC, es decir de las brechas digitales. Un segundo versa sobre el bienestar psicológico de los alumnos, en condiciones de confinamiento, aislamiento y auto-aprendizaje y un tercero, sobre la movilidad y la cooperación internacionales.
Respeto de ese último, en el otoño 2020, expertos y especialistas llamaron a reflexionar sobre el estado de la internacionalización, en un contexto global de cierre de fronteras y de crisis económica. El Instituto de Estudios Iberoamericanos de la Universidad de Berlín, Alemania, junto con la Universidad de la Matanza, Argentina, organizó dos mesas redondas sobre “La internacionalización de la ciencia y de la educación superior en tiempos de pandemia”, la primera con investigadores y la segunda con responsables de las oficinas de relaciones internacionales. La Universidad Autónoma de Chiapas estructuró sus jornadas de internacionalización en torno a la cooperación internacional. La Universidad de Sonora y Unimodo de Colombia incluyeron el tema entre los determinantes de sus ejercicios prospectivos sobre el futuro de la educación superior. El CIDE, la Universidad Autónoma de Guadalajara y la MUFRAMEX (Francia) llamaron a un debate sobre ¿qué esperar o preparar para el futuro de la educación internacional?
La coyuntura no es para menos. Aunque no tenemos las cifras de movilidad en 2020-2021 en México, las estimaciones indican su desplome, porque los estudiantes no pudieron efectuar sus trámites migratorios, no quisieron desplazarse en una época de incertidumbre o consideraron que las clases a distancia le quitaban atractividad a la migración por estudios.
Esas situaciones y la caída de los fondos y presupuestos para la educación superior agravaron las preocupaciones manifestadas, desde hace siete meses, por los responsables de las oficinas de internacionalización. Los llevó a reorientar sus prioridades, siendo una respuesta socorrida el desarrollo de proyectos de internacionalización en casa. La pregunta es: ¿Cómo incrementar la eficiencia de esa decisión de política (que no es una panacea)? Conseguirlo supone adecuarse a la diversidad institucional/sectorial de los programas de internacionalización, actuar de manera articulada en diversos niveles, evitar la aplicación de recetas y diversificar objetivos y herramientas en función de las fortalezas institucionales.
Vayamos por parte. Primero ¿cuáles son las actividades internacionales más impactadas por la pandemia? Sobresalen las de movilidad física en una circunstancia en la que los trayectos aéreos coincidieron en parte con las rutas de propagación de la pandemia. En la pasada década, México intentó fortalecer la atractividad del país y los intercambios estudiantiles con el exterior. Obtuvo resultados medianos. La UNESCO indica que, en 2018, su porcentaje de movilidad internacional se había reducido en comparación con los promedios alcanzados dos o tres años antes. Según la ANUIES, el número de estudiantes extranjeros entrantes creció (en 2019-2020, eran casi 10000 en posgrado y licenciatura) pero era más de tres veces inferior al de los estudiantes mexicanos en el exterior, generando un desbalance en el flujo neto de movilidad. Esas opciones “históricas” para consolidar la internacionalización, de por si escasamente eficaces, quedarán, en los próximos años, si no canceladas, por lo menos en declive.
Segundo punto: ¿qué ocurre con las demás manifestaciones del fenómeno? Desde tiempo atrás, los investigadores, recomendamos que instituciones, asociaciones y gobiernos mejoren sus datos sobre los convenios, la migración académica y científica, los programas de titulación múltiple y las inversiones de los proveedores transnacionales en el sector privado de la educación superior. Sugerimos diversificar los programas de cooperación, por objetivos, contrapartes y beneficiarios, no sólo en términos de una geopolítica escindida valoral- y políticamente entre los circuitos Sur-Norte y Sur-Sur sino de cooperaciones alternas e innovadoras. Hasta ahora, oídos sordos. Aunque algunas oficinas de asuntos internacionales y servicios de cooperación de las Embajadas llevan a cabo prácticas interesantes, falta registrarlas para mutualizar experiencias y escalar resultados.
No obstante lo frustrante de las circunstancias anteriormente señaladas, y por modestos que sean los logros e insatisfactorios los instrumentos de monitoreo, quiénes nos interesamos a la internacionalización, tenemos que tener claridad que preservar sus avances será un reto significativo en los próximos años, sobre todo si la crisis sanitaria se combina con estallidos de violencia y de inseguridad y una disminución de los recursos destinados a la educación superior. Reorientarla será todavía un desafío mayor: implicará una colaboración intersectorial para ofrecer a los alumnos internacionales no sólo servicios de buena calidad sino responsivos a sus expectativas diferenciadas. Implicará formación, capacitación estratégica e inversiones. La pregunta crucial es: ¿habrá dinero y apoyos para facilitar esa transición o se esperará pasivamente que amaine el temporal para continuar haciendo lo mismo, salvaguardando rutinas y cotos de poder?