Fidel Ibarra López
En el regreso a clases con la “nueva normalidad” se observan dos lecturas que transitan por caminos separados. Una, la que se indica desde la Secretaría de Educación Pública (SEP); y dos, la que van a vivir las escuelas en lo particular. Me explico: desde la SEP, Esteban Moctezuma Barragán señala que se aplicará un “modelo híbrido”; esto es, un modelo que contemple tanto la educación a distancia, como la educación presencial una vez que la contingencia sanitaria lo permita.
Y en cuanto a las clases presenciales, afirma que se aplicarán nueve medidas “para asegurar el bienestar de la comunidad escolar en su regreso a las clases”, las cuales se enlistas a continuación: 1) Activación de los Comités Participativos de Salud Escolar; 2) Acceso a jabón y agua en las escuelas; 3) Cuidado de las maestros y los maestros, por lo cual se firmará con el ISSSTE un convenio para favorecer el acceso de los maestros a los servicios de salud; 4) El uso de cubrebocas; 5) La sana distancia en las entradas y salidas a los centros escolares; 6) Maximizar el uso de los espacios públicos; 7) Suspensión de ceremonias que generen congregaciones en la escuela; 8) Detección temprana de los casos de Covid que se presenten en la escuela; y 9) Apoyo socioemocional para maestros y alumnos (Educación Futura, 24 de julio del 2020).
Las medidas anteriores ya se habían integrado en el Acuerdo 12/06/20, el cual se publicó en el Diario Oficial de la Federación (DOF) el 5 de junio del 2020, sólo que ahora las hace del conocimiento público el Secretario de Educación Pública. Y esas medidas -con honestidad- sólo observan una parte del problema, dado que el inicio del próximo ciclo escolar representa para las escuelas un problema mayúsculo en varios sentidos, y no sólo en cuanto a las medidas sanitarias. Estas medidas que anuncia Moctezuma Barragán -a excepción del convenio con el ISSSTE- bien se pueden atender a través del diseño y aplicación de protocolos en cada una de las escuelas. Pero el problema es más de fondo. Y para tal efecto, lo expongo en estos términos: una cosa es terminar un ciclo escolar con educación a distancia y otra muy diferente es iniciarlo de la misma forma. Para el caso de la educación pública, iniciar el curso con una educación a distancia implica enfrentar las debilidades estructurales que tienen las escuelas (infraestructura tecnológica, formación de las competencias digitales de los docentes, etc.). Y esas debilidades no están subsanadas (todavía).
Y para el caso de las escuelas privadas, el problema es igualmente complejo. En primer lugar, al ser empresas privadas, el escenario económico es una variable que juega de forma importante en el futuro económico de las escuelas, debido a que dependen de la matrícula para mantenerse en el mercado. Y la cifra que se ha dado a conocer el día de hoy por parte de INEGI, respecto a la caída del 18.9 por ciento del PIB para el segundo trimestre del presente año, es brutal. Esa cifra pinta de cuerpo entero el impacto que ha tenido la pandemia en la economía mexicana. En ese sentido, debido a la situación económica, posiblemente las escuelas privadas enfrentarán un escenario de migración de alumnos hacia la escuela pública. Lo cual sería un golpe muy fuerte en términos económico-financieros; pero el problema no termina ahí. Al mismo tiempo, las escuelas privadas tendrán que asumir nuevos marcos en la gestión escolar; así como en la planeación académica del ciclo escolar para enfrentar de mejor forma la complejidad de un modelo híbrido. Y aquí se tiene un elemento clave: a diferencia de la escuela pública, en la escuela privada se tendrán que generar procesos de innovación educativa para poder diferenciar de la educación pública.
Me explico: la conclusión del ciclo escolar anterior dejó la percepción en los padres de familia de que en ellos recayó la responsabilidad del proceso de enseñanza de sus hijos. Y eso se debió al hecho de que, en efecto, los maestros al no contar con las competencias digitales suficientes, trasladaron a los padres de familia la responsabilidad de la enseñanza a través de las tareas que les dejaron a los niños. En ese sentido, si hoy se está señalando que el próximo ciclo escolar va a iniciar a distancia, entonces la percepción del padre de familia va en el sentido siguiente: “si va a iniciar el ciclo escolar de la misma forma como terminó, y voy a tener a mi hijo en casa y además me va a tocar a mi hacer todas las tareas, entonces ¿qué caso tiene mantener a mi hijo en una escuela privada? Mejor lo traslado a una escuela pública y me ahorro la colegiatura”. Esta percepción es un obstáculo para la escuela privada, por lo tanto, le demanda un análisis respecto a las condiciones que se tienen en cada centro escolar. Y ese análisis parte de un diagnóstico (serio) sobre las debilidades estructurales que se tienen. Si hubiese que ponerlo en perspectiva, lo expondría en los siguientes términos: hoy como en ningún otro momento, si algo debe distinguir a la escuela privada es la calidad educativa. Y ahí reside la clave para diferenciarse de la educación pública. Es la única vía con la que se puede detener el proceso de migración de los alumnos.
Por el lado de la educación superior, el problema para las escuelas privadas también es mayúsculo. Sobre todo, para las universidades que cuentan con una oferta educativa con licenciaturas o ingenierías donde se requiere la clase presencial puesto que demanda la actividad práctica del alumno. Para esas universidades, un modelo híbrido representa un grave problema. Y corren el riesgo de que los alumnos hagan un impasse en su carrera mientras toda esta situación pase. Al menos eso es lo que me han manifestado directivos de universidades privadas. Lo cual implicaría una seria reducción de su matrícula.
Así pues, el problema no es iniciar el ciclo escolar, sino cómo hacerlo. Y en el caso de las escuelas privadas, tendrán que responder a esa interrogante revisando con seriedad las debilidades estructurales que contienen. No hay otra vía. Se tiene que planear de forma estratégica. Y me parece, que la planeación no es para un periodo coyuntural, sino para un periodo de largo alcance. El modelo híbrido llegó para quedarse.
Finalmente, mientras que la lectura del Secretario de Educación Pública, Esteban Moctezuma Barragán se centra hasta el momento en lo concerniente a las medidas sanitarias en un hipotético regreso a clases, en las escuelas se tienen preocupaciones más serias debido a la complejidad que tienen enfrente. Bien harían las autoridades educativas en acercar esas dos lecturas… De nada ayuda que la atención de la máxima autoridad educativa vaya por un lado y la de las autoridades educativas en las escuelas vayan por otro.
A manera de colofón. En algún momento Carlos Monsiváis señaló que, si todos habláramos de lo que sabíamos, se abriría un gran silencio. El cual podríamos aprovechar para ponernos a estudiar. En un artículo publicado en este espacio, Manuel Gil Antón se pronuncia casi en los mismos términos de Carlos Monsiváis (Educación Futura, 27 de julio del 2020). Y declara que sería bueno que se guarde silencio después de toda la tinta que se ha vertido en torno a la actual coyuntura educativa. Un servidor lo observa en un sentido distinto: me parece que lo pertinente es que haya diálogo y reflexión en torno en el qué hacer. El problema es que en México nos cuesta trabajo reflexionar el cómo y se abunda bastante en el qué. A grado tal que la reflexión termina en un “gran ruido”, porque no aporta mucho. No se aterriza lo que se analiza.
En las escuelas los maestros y los directivos están urgidos de respuestas, no de análisis. En ese sentido, hay que abrirle paso al cómo, puesto que del qué ya se ha dicho bastante.